Día París

     ¿Que sabrán los peces del océano, los pájaros del viento, las nubes del cielo o las rocas del infierno? Nada, absolutamente nada. Formar parte de ellos, nacer y morir en ellos, no les permite explicarlo y mucho menos, comprenderlo. ¡Qué podría opinar un simple libro de la barbaridad que se vivió hace unos días en París! Una opinión rápida sobre las desgarradoras escenas que de tanto que han sido emitidas parecen vistas a cámara lenta es sencilla: horrible, doloroso, triste, incomprensible, son aportaciones que salen de las entrañas con pasmosa naturalidad, pero no estoy aquí para quedarme donde me lleven mis impresiones más instintivas e inmediatas.

Los datos siempre son escurridizos: mueren más personas en accidentes de tráfico solo en verano, cuando se estrella un avión al despegar mueren más personas de un solo golpe de viento, en terremotos y tsunamis la cifra de víctimas puede llegar a miles, y en las guerras a millones; dicen que cada pocos segundos muere una persona de hambruna, y por si nadie se ha tomado las molestias de echar las cuentas, ya las he hecho yo por vosotros y os digo que el balance es de 24.000 corazones que dejan de latir al día porque sus estómagos se los comen del hambre que tienen. Luego están las muertes por todo tipo de accidentes, enfermedades, contratiempos estúpidos con finales desastrosos, y una interminable lista engranada por el azar que tiene como resultado final un promedio global de 150.000 fallecimientos diarios. Pero hasta este dato es resbaladizo, porque aunque siendo muchas pérdidas, son más las ganancias, con un número no menos espectacular de 367.000 nacimientos diarios; no podemos olvidar que la muestra es la propia de las grandes plagas incontroladas: 7.000 millones de personas.

La pérdida de vidas en París nos parece una atrocidad no sólo por el número, que ya hemos visto que tiene duros competidores en cualquier día del año en cualquier estación en cualquier lugar, sino porque en un solo acto murieron muchas personas, muy rápido, con gran violencia, dentro de un contexto tan armonioso como es París en el 2015, y a manos de unas personas que hoy por hoy nos parecen cualquier cosa menos humanos. Llegados a este punto, todos nos preguntamos qué hacer, y entiendo, que esa es la pregunta que querrás hacerme. Desgraciadamente no sé respondértela, pero si puedo exponerte una serie de situaciones para que encuentres tus propias respuestas. Vamos allá con el «Test Hollande». ¡A ver que opciones eliges!:

Situación 1:

Quieres comprar una casa para irte a vivir con tu pareja. Puedes gastarte entre 300.000 y 400.000 euros, por lo que miras casas hasta 500.000, confiando que el propietario baje el precio.
Una persona te está enseñando su casa valorada en 350.000 euros. Según la vas conociendo no das crédito, es preciosa, grande, exterior, tiene todo para costar 750.000 euros. Le preguntas al propietario donde está el truco, y entre lágrimas contenidas te dice que es autónomo y con la crisis no puede pagar la letra y el Banco se la va a embargar, además tiene cáncer y no está pasando por su mejor momento. Están desesperados, es la casa donde tenían que pasar la vejez, y la que querían dejar en herencia a sus hijos, pero no pueden mantenerla más y de ahí el precio.

Opción A:
Mire, lamento mucho su situación, y desde luego yo no pienso aprovecharme de ella. Le propongo lo siguiente: Le voy a dar 450.000, usted gana 100.000 más de lo que pide, y yo aunque me supone un esfuerzo, es un precio realmente ventajoso para mí, nada más y nada menos que 300.000 a mi favor.

Opción B:
(llamando a un amigo) ¡Juan, no te vas a creer lo que me ha pasado! Me he comprado un piso de ciento setenta metros cuadrados con vistas al Retiro… Prepárate que vienen curvas… ¡Por 350.000 euros! Jajajaja, que sí, que no te estoy tomando el pelo…que no, que no tengo que cuidar de su suegra. El pobre vendedor está jodido con un cáncer y sin trabajo y no puede pagarla, y para que no se la quede el Banco, pues casi la regala. Es una pena, pero:
– “que le vamos a hacer”
– “no es culpa mía su situación”
– “sería tonto si no aprovecho la ocasión”
– “si no lo hago yo, lo hará otro”

Situación 2:

Han construido un pueblo en Alaska muy cerca de las montañas, y en el último mes un oso hambriento ha bajado hasta el pueblo y en dos ataques, ha herido a una mujer y matado a un niño.

Opción A:
Mira, estos osos estaban aquí mucho antes que nosotros, somos nosotros los que les hemos invadido. Con nuestros campos de cultivo y la caza estamos acabando con su forma natural de alimentarse y normal que tengan que buscarse la vida bajando al valle. Ellos no quieren matar; es verdad que al niño lo devoraron, pero normalmente bajan a husmear, revolver en la basura y poco más, pero cuando se encuentran a un humano por sorpresa, su instinto de supervivencia les lleva a atacar. Por tanto, vamos a desmantelar el pueblo, a perder el dinero de nuestras casas, nuestros campos de cultivo con los que pagamos los hospitales y colegios de nuestros hijos, y nos vamos a ir dios sabe donde para dejar a estos osos que campen a sus anchas por las tierras que desde siempre han sido más suyas que nuestras.

Opción B:
Yo no tengo nada en su contra: son muy bonitos, ciertamente hemos llegado después, y con nuestras costumbres estamos rompiendo sus hábitos y propiciando estos encuentros que nadie quiere que se produzcan, pero voy a coger mi rifle y voy a matar a todos los osos que vea en cien kilómetros, voy a pegar un tiro hasta a los osos de peluche. Yo lo siento mucho, pero nuestros hijos, nuestros vecinos, están antes que esos animales. Me da exactamente igual lo mal que lo hemos hecho o lo hemos dejado de hacer, ¡Han matado un niño por el amor de dios! Tenemos que exterminarles.

Situación 3:

Un niño de 13 años pega una paliza a un niño de siete años. Se le amonesta y alecciona repetidas veces, pero sigue pegando, lo que lleva a plantearse la expulsión o el reformatorio.
Este niño no pega porque sea mala persona, hay un modelo explicativo que explica porqué hace lo que hace; aunque no le justifica. Igual pega porque su padre le pega, porque su madre es alcohólica, porque a él le zurran sus hermanos mayores, porque tiene una carga genética para la impulsividad y la agresividad muy fuerte, etc. Si hubiésemos cambiado a sus padres, o a sus hermanos, o su genética, quizás no pegaría, pero llegados a este punto, pega y no tiene ninguna intención de dejar de hacerlo.

Opción A:
Pobre pajarillo, sólo hace lo que el mundo le ha enseñado a hacer. Como castigar a esta persona, si él es tan víctima como los niños a los que pega. Hay que reconducirle, aunque él no quiera, aunque siga pegando, aunque quizás no tenga solución. Hay que romper este ciclo de agresividad, y si no lo conseguimos, y si nos pega mientras tanto, que no sea porque hemos desistido en romper el vicio de la agresividad.

Opción B:
Este pajarillo bastardo me ha cagado en la cabeza, me da igual si tiene los genes de las palomas o una familia conflictiva, si no le sacamos del colegio seguirá pegando a nuestros hijos. Lamento su mala suerte, de verdad que lamento que su padre sea un bruto o su madre una desprendida, pero no parece razonable que los demás paguemos su mala suerte, al fin y al cabo es suya, no nuestra, y algo tendremos que hacer para dejar la mala suerte en cuarentena y nos contagie lo menos posible.


     Me dirás que todo esto está muy bien pero que es una cortina de humo, que sigo sin responder que haría si fuese el presidente de un país sobre el que atentan. Para empezar jamás se me ocurriría ser el presidente de ningún país, y jamás se me ocurriría intentar acabar con algo que nunca nadie antes ha podido: las guerras. Dicho esto, como no soy de los que escurren el bulto, esta sería mi cuestionable, imperfecta y probablemente ineficaz secuencia de actuación:

1.- Primero optaría por intentar romper el ciclo de hostilidad, y haría esto aceptando que la última patata caliente quedase en nuestro territorio. Desgraciadamente esto no serviría para nada, porque cuando a alguien agresivo no le contienes contribuyes a la agresividad: la agresividad es la combustión de la agresividad, pero la sumisión es su cómplice. Pensar que por decir a los yihadistas – “Tablas, dejemos las cosas como están. Ya nos habéis golpeado, hagamos las paces a partir de aquí.” –, van a cesar en su empeño de destruirnos sería tan infantil como pensar que si los colonizados hubiesen dicho a los alemanes, ingleses, franceses y españoles que les dejasen en paz lo habrían conseguido. Los ambiciosos de poder siempre quieren más, nunca tienen suficiente, y a lo largo de la historia la clemencia solo ha sido mostrada cuando el enemigo estaba tan debilitado que había dejado de ser considerado enemigo.

2.- Como esto no funcionaría, la siguiente vez les castigaría, con fuerza y determinación. Los abusones de los colegios siempre pegan más a los que no se defienden. Guste o no, la irracionalidad y el fanatismo solo pueden ser contenidos, y muy a duras penas y con incontables riesgos, con la fuerza.

3.- En un tercer momento, después de hacerles ver que por mal que estemos haciendo las cosas no pueden venir a mi casa a dañar a los míos, les reconocería que he cometido errores, yo y muchos de los que me precedieron, y no daría mucha importancia a sí ellos reconocen sus propios errores; uno no ha de medirse en función de lo bien o mal que lo hagan los demás. Luego intentaría tomar soluciones para repartir la riqueza y que no hubiese unos pocos con mucho y muchos con poco, para que todos vivamos decentemente. Aunque todos somos iguales en nuestro valor como personas no todos nos esforzamos por igual, así que intentaría que nadie viviese mal pero no todos viviríamos igual de bien. Conseguir que siete mil millones de personas tengan sus necesidades básicas cubiertas inevitablemente conllevaría algunos cambios en la forma de vida de mi pueblo, cambios pequeños en su mayor parte y a veces moderados, cambios a fin de cuentas que me enemistarían con muchos de los que defiendo, tanto, que me destituirían o me asesinarían, como intuyo demostrarían los resultados del «Test Hollande», en el que la mayoría de personas comprarían la casa lo más barata posible, matarían al oso y expulsarían al chaval del colegio. No moralizo ni enjuicio, sólo digo que en base a esos resultados del Test lo más probable es que tuviese problemas, no que yo afirme saber si la opción A o la B son las adecuadas.

4.- Si mi pueblo no me releva ni asesina, ni lo hacen otros pueblos, algo tan improbable que no lo concibo, seguiría negociando hasta que un pequeño grupo reducido de fanáticos árabes u occidentales volviesen a dar un” golpe” que hiciese girar de nuevo la incombustible rueda del toma y daca, y vuelta a empezar con el ciclo de la violencia.

Ya te he dicho que no tenía solución para este embrollo. Podrías pensar que ese argumento que doy de que si nadie antes la ha encontrado, por qué íbamos a encontrarla nosotros, es equivocado, ya que en todo Egipto nadie pudo nunca siquiera imaginar que pudiésemos volar y ahí nos tienes con los aviones, los helicópteros, los paracaídas, los globos, los trasbordadores espaciales… Quizás tengas razón, ojalá tengas razón, pero a mí la complejidad del asunto me supera, de largo. Nada de lo que veo, leo ni escribo me vale, no encuentro solución que me tranquilice. Me bloquea la inmensidad de todas las piezas que intervienen en este tablero de ajedrez. Sólo soy un simple libro de psicología, dar sentido y solución a esto sólo estaría al alcance de una estantería que aúne libros especializados de sociología, religión, estrategia, filosofía, historia, antropología, economía, geografía, psicología…

Entre tanta confusión, duda y amargura, qué ilusión comprobar que cada vez hay más personas que afirman que lo que ha pasado en París además de una gran pena, es un dilema de complejo abordaje. Siguen existiendo simplistas en ambos bandos, desde los que quieren solucionarlo exterminando a los malos hasta los que pretenden hacerlo tocando Imagine en la calle, pero la mayoría, y me gustaría pensar que esto no era así antes de la Segunda Guerra Mundial, pensáis que es un problema complejo, muy complejo, que requiere reflexión, temple y determinación a partes iguales.
Más allá de esto, siento una enorme conmoción por el sufrimiento de todas esas personas y sus familiares, la misma que siento por cualquier otra manifestación de sufrimiento que se da en este nuestro extraño y bello planeta.

Con permiso del viento.