Luces y Sombras (3)

¡Qué decir de las luces del verano! La libertad de vestir ligeros, o pesados, lo importante es hacerlo como a uno le apetece; los paseos por la arena de la playa notando la caricia de cada ola en tus pies; el reflejo de la luna sobre el mar; el pescaito, el entrecot con patatas panaderas, la paella, el rodaballo, los calamares, las fabes…¡La comida!, de los mayores placeres de la vida, sino el que más; y disfrutar de tiempo de calidad para hacer deporte, estar con tus seres queridos, dormitar o hacer lo que cada uno mejor considere.
Uno de los mayores regalos del verano es carecer de prisas, lo que te permite mirar durante horas como se acerca la tormenta por detrás de las montañas, como el viento arrecia trayendo consigo olor a humedad, la primera gota aislada que tímidamente rebota contra el suelo, el torrente que acompañado del rugir del agua y los truenos lo inunda todo, la melancólica visión de verse alejar la tormenta hacia otro lugar y otras gentes, eterno recordatorio de que todo llega, y todo se va, para acabar ensimismado en el tintineo de las gotas de agua que saltan al vació desde tejados, ramas y flores. Sí, el verano tiene sus propias rutinas, es lo que tiene que seamos seres de costumbres, que hasta de luchar contra la rutina acabamos por hacer una rutina, pero qué cándido soplo de aire fresco estrenar rutinas que aguardaban pacientes en el baúl desde doce meses atrás. Uno gasta dinero con más ligereza, come con menos culpa, bosteza con la boca más abierta, se salta los horarios como un reloj sin manillas, escucha con más nitidez sus instintos que sus obligaciones y en definitiva, la sombra de la temprana juventud recobra una fuerza desdibujada por el paso del tiempo.

Pero no hay luz que no tenga su correspondiente sombra, ni sombra puede existir sin luz, y en el verano puede hacer tanto frío como en el invierno, como no hay invierno dónde no encontremos días de radiante sol. El verano es la mentira de lo pasajero, y es propicio para depositar en él la esperanza de salvarnos de una vida que no nos llena. Las personas somos estrellas, y la luz que reflejan depende de cuánta luz les llegue, pero sobre todo de cuánta luz sean capaces de absorber. Por eso la felicidad poco tiene que ver con la estación del año.
Olvidar esto nos lleva a buscar las fuentes de luz más fuertes, hasta el punto que parece que no hay luz suficiente que pueda saciarnos. Creemos que el verano nos salva de la oscuridad, pero esto es sólo porque dura unas semanas y no años. La sombra del verano, aunque quizás empiece a ser de la época que vivimos, es que cada vez necesitamos más luz para ver. Viajes más largos, comidas más suculentas y exóticas, experiencias más innovadoras.

El verano cobra todo su sentido porque existen tres estaciones más. Hay que disfrutar de las cuatro, porque ninguna de ellas por aislado tendrían sentido al mismo tiempo que el inmemorial abrazo que se dan entre ellas forman un ciclo de magistral curvatura.

Nosotros sólo queremos habitar una estación, la más lúdica y jovial, pero la naturaleza es una madre sabia que no da a sus hijos lo que estos quieren, sino lo que éstos necesitan. Aunque los humanos, como todos los hijos, creen que sus madres sólo quieren fastidiarles y no tienen ni idea de educar.

Con permiso del viento.