Todo a su tiempo

Me pasa casi siempre que salgo del cine. La última vez no fue una excepción. Nada más acabar, y cuando digo nada más acabar la película me refiero exactamente al primer rótulo que sale tras el primer fundido negro de la pantalla, en torno a un 25% de los espectadores encendieron sus teléfonos móviles. Probablemente otro 25% lo haría entre la puerta de salida de la sala y la calle y, un 40% en los siguientes diez minutos. Esto nos deja, que sólo el 10% de las personas dejaron que las emociones de lo vivido tuviesen un lugar de excepción.

El móvil es muy poderoso, muy atractivo, muy enriquecedor, y precisamente por todo eso, es como una salsa muy fuerte, y muy rica, que hace que todos los platos sepan igual. Si enciendes tu móvil en Madrid o en Tailandia, qué será lo que tiene este “tabaco” que hace que puedas aislarte del contexto y tener sensaciones muy parecidas sin importar dónde estés. El móvil nos muestra un mundo tan amplio y sugerente que olvidamos si tenemos los pies dentro del agua o de los zapatos. El contexto desaparece. Engullido por el agujero negro de la información, las relaciones sociales y el entretenimiento. No cabe duda, que el móvil es un gran invento. Pero también lo es la paella y no andamos todo el día comiéndola.

No nos damos cuenta, pero si nada más acabar de ver una película que nos ha gustado encendemos el teléfono, degollamos las emociones que esta nos ha generado. Poco a poco nuestro mundo interior queda colonizado por la supremacía de esta especie. Nada sabemos hacer sin ella, sin su consentimiento, sin su tutela. Siempre anda ahí, en la sombra. Nos deja hacer, es magnánima, pero sin percatarnos, todo acaba pasando a través de ella. Como una segunda piel.
No ayudamos a que las emociones surgidas fuera del mundo digital dejen poso. Las arrebatamos su exclusividad, siempre acompañadas de intermediarios. El problema no sólo es que enciendas el móvil nada más acabar la película, es que lo haces al poco de correrte, de darte un banquete, de reír, de salir de darte un baño en la playa, de volver de una excursión por la montaña, de despedirte de un amigo, de levantarte. El móvil es un invento maravilloso, pero no tanto como para que tenga que estar presente en el resto de placeres. Si no cambiamos esto, empezaremos a sentir estos placeres cojos, sosos, a la realidad empezará a faltarle resolución.

Todo a su tiempo. Todo a su tiempo. No te pido más que eso. Hay espacio para todo y para todos. Después de comerte un helado de fresa, concédete diez minutos antes de encender el móvil. Hay placeres en la vida que dejan muy buen sabor de boca, no los tapes enseguida con la misma salsa de siempre.

El móvil mejora nuestra felicidad, pero es una especie invasora que si no regulas colonizará toda tu vida emocional.

El rumor del olvido.