Buenos días. No sé cómo te habrá ido desde que nos presentamos, pero yo he estado bastante estresado. Como no había necesidad de sentirme un estúpido nada más nacer, le he pedido a tres libros de Informática que me ayuden con todo lo relacionado con la web. Gran error. Los informáticos han resultado ser unos cotillas, y ahora toda la librería conoce mi aventura y no dejan de acosarme. Pensarás que exagero, pero déjame que te cuente qué clase de vecinos tengo:
Justo arriba tengo un Planeta, un soberbio de más no poder. Yo no digo que le llegue a la suela de los zapatos, pero es esa forma de mirar, tan arrogante, dándote a entender que no te habla porque sus letras se ensuciarían al pasar por mis oídos. Un día quemo la librería y nos vamos todos al infierno.
Al lado, tengo libros que están, pero no están; existen a la vista, pero no al corazón. Estos libros han sido leídos como el que lee la lista de la compra o el Hola, mientras el lector se corta las uñas de los pies o ve la televisión, y vienen a saciar más el egocentrismo del lector que quiere presumir del número de libros refugiados a los que ha prestado su casa, que a un verdadero interés por ellos, y su vida.
Por último en la planta de abajo están los libros especializados, de cocina, fotografía y esas cosas, que están tan aburridos de hablar siempre de lo mismo que se han convertido en las marujas de la casa, y no hay nada que pase en el vecindario de lo que no se hagan eco.
Como ves mi casa es grande y la jauría que formamos tiene tela, ya iremos hablando de ella, te ponía al día sobre mis vecinos sólo para decirte que ninguno me ha dejado en paz desde que se enteraron de que iba a revelar a los humanos que estaba vivo y quería escribir para ellos. Hasta el mudo ha vencido su mutismo y el soberbio su clasismo para preguntarme qué tengo tan importante que deciros, y la verdad es que yo me hago la misma pregunta que ellos: la primera impresión tiene la fuerza de mil impresiones, eso lo sabe cualquier madre, aunque a mí me lo dijo mi padre; ¡Por dónde empezar!
Después de pasar unas horas mirando por la ventana me disteis la respuesta. Esperé que papá se fuese a dormir y volví a cogerle prestado el ordenador. La pantalla queda frente a la librería, y no te creerías el revuelo que se montó cuando vieron lo que escribía, lo más bonito que me dijeron fue incauto y mamarracho. No daban crédito a que fuese a usar ese texto como carta de presentación; les parecía de lo más vulgar, y temían que fuese una deshonra no sólo para mí, sino para todos los libros: “¡Con los tiempos que corren para nosotros!” – decían -.
Estoy de acuerdo con ellos que la idea es simple, pudorosamente simple, y tan conocida por todos, como frecuentemente olvidada. No se me ocurriría recordarle a un matemático contar o a un pescador pescar, pero mirando por esa ventana tuve claro que se os había olvidado respirar. Todos sabéis la importancia de respirar, y por supuesto, todos respiráis, pero qué difícil es ser consciente de que respiráis con todo el ruido que hay fuera, y dentro.…
ESTAR, NO ESTAR PARA.
Estar, sin más. Engaña la sencillez de este propósito, mal acostumbrados a estar para conseguir adaptarnos al frenético ritmo que impone la sociedad.
No estamos conduciendo, sino que conducimos para ir a buscar a nuestros hijos; no estamos leyendo, sino que leemos para culturizarnos. Estar por estar está mal visto hoy en día, adjudicado este vicio a almas letárgicas sordas de aspiraciones, y no tardarán en llamarte la atención si te ven ganduleando en alguna actividad cuyos resultados no te aporten claras ganancias prácticas, materiales o intelectuales. Si quieres vivir donde vives sin quedar rezagado ni que la montaña de tareas te sepulte, necesitarás hacer tantas cosas y tan rápido que a lo único que podrás prestar atención es al resultado, pasando por alto el encanto del proceso que te ha llevado a ese resultado. Pero por ajetreado que estés siempre podrás sacar un rato para estar por estar, con la única finalidad de compartir unos minutos contigo mismo, sin prisas, sin dirigirte a ningún sitio ni esperar nada. No estar para, solo estar.
Solo estar.
Estar tomando el sol, escuchando un río, viendo llover o a unos niños jugar. No tomas el sol para ponerte moreno, no estás en el río para pescar, no ves llover para decidir cuándo salir ni ves jugar a los niños para aprender de ellos. Estás sin más y para nada más. Solo estar por el simple placer de estar, con el cerebro apagado y los sentidos encendidos. Deja por hoy de ser esa computadora humana que todo lo analiza, siempre un paso por delante, y por un rato regálate ser una planta que disfruta del frescor de las gotas de agua sobre sus pétalos, la brisa del viento acariciando suavemente su tallo y el calor de la tierra sujetando con fuerza sus raíces a la vida. No pienses, sólo existe.
Estar por estar. Hacer por hacer. ¡Puede haber un placer más natural!
Si soy capaz de sentir, sentir de verdad, un minuto de cada día de mi vida… tendré un día lleno de vida.
Con permiso del viento.