Miedo a hacerse pupa

Vaya por delante algo. Lo más probable, de largo, es que no pase lo que temes; al menos no tanto cómo temes. Una vez dicho esto, y bien guardadito en nuestra memoria, otro ángulo de ataque a la felicidad es el siguiente. Una vez tomadas unas medidas de seguridad razonables, no se trata de ser temerario ni negligente, sal de tu agujero y avanza hasta que te tumben de un bofetón.
No te drogues antes de conducir, no confíes en el primero que parece confiable, no des por supuesto que esos dolores en el pecho son ansiedad, no creas que estás seguro en el trabajo porque le caes bien a la jefa, no, la vida no es el parque temático en el que queremos convertirla protegida entre nubes de algodón del dolor y la frustración: has de cuidarte de hacer tu parte.
Pero una vez hecha, camina con los ojos cerrados a sabiendas de que puedes sufrir mucho por el abandono de un amor, puedes caer fulminado en la acera por un ataque al corazón, quizás sea del trabajo de dónde te despidan o un violento accidente mate a tu acompañante. ¿Y si pasa eso? Pues me temo que no queda otra que joderse y llegado el momento, avanzar. La vida es un deporte de riesgo, al menos si pretendes vivirla.

No temas hacerte pupa. Es más, te diré, que antes o después te harás pupa. Es inevitable cuando uno fuerza los límites, y es en esos límites dónde la vida ha dejado para nosotros sus chuches más dulces. Eso no quiere decir que vayas como un loco, nadie quiere que te mates y no puedas llevarte a la boca todas las golosinas que la vida ha ido esparciendo para ti. Siempre puedes evitar el guantazo sentándote al borde de tu ventana a ver como los demás disfrutan montando en sus bicicletas entre alguna que otra ostentosa caída. Aunque eso sería evitar un puñetazo para vivir en la colleja permanente.

Sé prudente haciendo los preparativos y sal ahí fuera. No temas hacerte daño. No porque no vayas a hacértelo, que con seguridad te lo harás, sino porque caer es una eventualidad inherente a estar levantado.

El rumor del olvido.