Merece la pena

Llevo algo más de dos años en mi nueva casa. He coincidido pocas veces con mis vecinos de enfrente y los encuentros no han ido más allá del consabido “Hola” y “Adiós”. Son una pareja de unos setenta y cinco años, él, calza una barba blanca que le llega hasta el ombligo. Me recuerda al abuelo de Heidi, y como tal luce su seriedad.
Recientemente la vecina no devolvió el saludo a mi mujer. Al primer momento que tuvo ocasión, días después, se disculpó. Resulta, le dijo a mi mujer, que su marido, el abuelo de Heidi, está en fase terminal. Está recibiendo tratamiento paliativo en su casa a la espera de ingresar de por muerte en el que va a ser su nuevo hogar. Un destino, en rigor, desconocido para todos, como lo es nuestro origen más allá del confortable lecho que nos sirvió de morada durante nueve meses.

Cuando me llegó la noticia, pude atar algunos cabos. Ahora entendí algo que se llevaba sucediendo desde hacía un tiempo y había llamado mi atención: en esa casa no dejaba de llegar gente, de todas las edades, a todas horas. Con un añadido. Siempre había en el descansillo cuando se saludaban o se despedían un ambiente lúdico, casi festivo. Así, mes tras mes.
El vecino me ha dado que pensar que todos los esfuerzos mantenidos en el tiempo acaban valiendo la pena. Una vida entera moldeando una familia que al final acaba cincelando los contornos que definen quién eres. Cosechar y recolectar. Ahí tenía la lección, frente a mis narices.
No se trata de una vida entregada al sacrificio donde uno tiene que aguantar para recibir la recompensa al final. No. Hay que disfrutar del camino. Pero todo aquello que requiere un esfuerzo mantenido en el tiempo, ya sean relaciones de pareja, carreras académicas o profesionales, los hijos, el auto cuidado, las amistades, nos conducirá por necesidad a través de terrenos baldíos. Las metas de largo recorrido a menudo son aburridas; los premios, espaciados; los cantos de sirena que nos animan a abandonar la gesta, generosos; y como a toda primavera le sigue el tórrido verano, al dejar atrás el bosque nos metemos de lleno en el desierto. Sí, quién camina durante diez, veinte y cuarenta años en una misma dirección, acaba antes o después por experimentar el tedio, la falta de fe, la duda, de si tanto esfuerzo tiene un sentido.

Viendo a mi vecino rodeado de su gente en los últimos días de su viaje, siento renacer con una fuerza vivaz el convencimiento de que el esfuerzo merece la pena. Aunque a menudo sea el silencio quién más fielmente le acompañe. La algarabía llegará, sólo es cuestión de continuar.
El rumor del olvido quiere que este miércoles no desmientas los sinsabores de la travesía, pero que por las mismas, cojas a manos llenas los pequeños y grandes placeres que te vayas encontrando. Tu ánimo no debe albergar dudas. Hacer las cosas bien, merece la pena.

El rumor del olvido.