Tenía para esta semana un tema muy interesante sobre la preocupante urgencia con la que usáis la razón para curar heridas por las que aún sangra la emoción, pero después de una charla que tuve el lunes he decidido aplazar este debate para más adelante.
Estaba trabajando sobre el texto de este miércoles cuando un libro de arquitectura me abordó sin tapujos: “¿Te has dado cuenta que no hace ni una semana que se ha hecho realidad tu sueño de cobrar vida y no has dejado de poner pegas a todo?”. Fue un golpe duro para mi orgullo que un arquitecto tuviese que corregirme en asuntos emocionales, pero tenía razón que durante estos días no había dejado de quejarme de mis vecinos, de mis pretensiones de ser quien no era, de la dificultad que iba a tener para llegar a las personas… Superada la frustración inicial le di las gracias, porque si no hubiese sido por su llamada de atención no habría caído en mi error, pues el inconformismo en esta librería, como en vuestra sociedad, es considerado un valor que no requiere supervisión alguna.
Los libros de arquitectura son muy suyos, y pueden pecar de un exceso de practicidad, pero ellos construyen casas que se adaptan a la vida, no se quejan de que la vida no se adapte a sus casas. Os expongo a continuación las conclusiones de la conversación que mantuvimos ese día.
PEROS, PEROS Y MÁS PEROS
Que palabra tan corta, tan simple, y a la vez tan devastadora. El pero es una palabra que pasa desapercibida, así lo planeó su creador, y es precisamente su inocencia la que le permite acompañarte día y noche sin delatar su presencia, adosada a tu discurso como rémoras al lomo de los cachalotes.
Escúchate:
“Estoy contento pero podría estarlo más. Me siento querido pero a lo mejor mañana no. Me gusta la playa pero hay mucha gente. También me gusta la montaña pero hay mosquitos y llueve más. Iría al cine pero me da pereza, al teatro pero es muy caro, de vacaciones pero luego hay que volver a la rutina. Qué majo es Diego pero que reservado. Me ducharía por la mañana pero hace frío, lo haría por la noche pero me da pereza, no me ducharía pero sería un guarro. Iría en coche pero los atascos son un rollo, por otro lado el metro es muy rápido pero huele mal y el autobús está muy bien pero hay que esperarle en la calle. Dejaría de fumar pero seguro que el mono se sube por las paredes, podría seguir fumando pero es malo para mi salud y mi bolsillo. Me gusta lo que tengo pero no tengo todo lo que quiero…”.
Recordarte los peros es como recordarte que necesitas comer. Ya sabemos que tienes que comer, que la vida es imperfecta, pero déjalo estar y disfruta. Los peros son coletillas, muletas perversas que no hacen sino recordarte que aunque tu presente sea decente, ni mucho menos se merece que disfrutes de él con holgura porque siempre existe algo que te falta, un motivo por el que entristecerse, un matiz que le resta perfección.
Da igual cuán bien hagas las cosas, cuántos ruidos consigas acallar, todo se puede mejorar. Esto puede gustarte más o menos, pero no puedes hacer gran cosa al respecto. Los peros siempre existirán, porque lo único que hay perfecto en la vida es su imperfección, la cuestión es porqué decides recrearte más en lo que te falta que en lo que posees. ¿Por qué hace eso? ¿Alguien gana con ello? Deja de hacerlo, o no habrá nada que pueda calmar tu insatisfacción. Deja de hacerlo.
Todo está bien, nunca nada está bien del todo.
Si aceptas que no hay paraíso sin peros, podrás hacer de tu vida un paraíso.
Con permiso del viento.