Pablo Iglesias vuelve a la política después de su baja de paternidad. No tengo nada en contra ni a favor de nuestro querido Pabliño, sería como tener algo en contra de Anthony Hopkins por comer corazones humanos en El silencio de los Corderos, o algo a favor de Will Smith por no permitir a los extraterrestres comerse con cuchara sopera nuestros sesos en Independence Day. Son actores, representan un papel.
El caso es que para su regreso han usado un cartel, parece ser ya retirado como en su momento retiraban los signos laicos de las casas cuando llegaba la Inquisición, en el que en letras mayúsculas se rezaba “VUELVE”; y con malintencionado sombreado de demoniaco mensaje subliminal, las dos letras centrales: “EL”, resaltadas. Al menos la organización del partido no ha tenido la indecencia de hacer más bochornoso el escupitajo a la desigualdad tildando la “É”. Rápido ha salido aquí el amigo a disculparse por el desaguisado, con las siguientes palabras: “Reconocer los errores es el primer paso para hacer las cosas bien”.
La realidad de las personas es mucho más compleja que las frases hechas. Cualquier regla, llevada a su extremo, será equivocada. Como casi cualquier excepción, en su justa medida, no deberíamos temer tomarla por regla. Lo que voy a decir sé que va a sonar extraño pero las disculpas, pueden hacer mucho daño a la sociedad y a las personas. Las disculpas son los premios que aumentan o disminuyen la probabilidad de que un comportamiento se repita, como golosinas que damos a un niño por portarse bien o a un perro por dar la patita. Son lo que podríamos llamar refuerzos del comportamiento indirectos. Cuando una mujer es acusada por su marido de buscona por comer con un compañero de trabajo y se disculpa, está alimentando que ese hombre siga dominándola. Cuando un empleado se disculpa por no contestar un mail en sus días de descanso, está fomentando que la empresa se crea con derechos adquiridos sobre sus trabajadores. Si una abuela se disculpa por no poder ir a buscar a sus nietos al colegio, da a entender a sus hijos que sus nietos son su responsabilidad. Luego están las disculpas que tienen un sentido, pero que por su repetición compulsiva adquieren un guiño de sumisión: aquel que llega diez minutos tarde y se disculpa una y otra vez, una y otra vez, muerto de miedo de que le critiquen o le rechacen ante semejante atrocidad.
Nadie habla de esto, porque las personas que se disculpan constantemente nos hacen la vida más fácil a los demás. Son buenas personas decimos. Claro, qué cachondos, son buenas personas porque no saben decirnos que les viene mal llevarnos al aeropuerto o dejarnos dinero, y si por algún extraño motivo hiciesen acopio de fuerza y se negasen, se pondrán de rodillas y se disculparán hasta que les perdonemos por algo que por descontado, no requiere perdón de ningún tipo.
Sobre el dichoso cartel me falta mucha información, quiero pensar. No sé ni me interesa la política, y supongo que habrá algo más detrás de mi inocente visión del asunto. Yo pienso: “El currito encargado de hacer el diseño de la portada, haciendo caso a su profe de marketing de la universidad, hace un juego de resaltes para romper la linealidad visual del título. Pone unos colores moraditos, muy del gusto de los valores libres de su partido, y resalta las dos letras centrales precisamente porque visualmente queda encuadrado, y porque vuelve él y no ella”.
Supongamos, y no lo digo a la ligera, que estoy equivocado y se me está escapando algo. Bien, en ese caso, estaría equivocado, pero no considero mi equivocación tan grave como para tener que salir a la plaza del pueblo con los calzoncillos a medio poner a disculparme. A veces acierto más, a veces acierto menos, si me estuviese disculpando por cada pedo que se me escapa estaría dando a entender que no sólo se puede exigir a las personas una perfección divina, sino que su incumplimiento, por parcial que sea, es gravísimo y requiere de una disculpa inmediata. No confundamos no disculparse con no explicarse. Podemos explicar a nuestros críticos que lejos de nuestra intención queda molestar a nadie con el cartel, pero que el cartel se queda, precisamente, porque retirarlo sería aceptar que estoy ofendiendo a quién nunca quise ofender. Ya que la capacidad de las personas para ofenderse a sí mismas es ilimitada, no habría cartel que aprobase la criba.
Vaya por delante, que mi madre hizo un férreo trabajo por adiestrarme en la importancia del por favor y el perdón, y hago amplio uso de ellos, pero si hay algo más importante que la educación es la medida: la validación in situ de que es lo mejor para cada momento determinado. Si una mujer pide perdón por quitarse el burka, o un hombre pide perdón por insistir que las visitas a sus padres sean parejas a las que se hacen a sus suegros, se están envenenando ellos mismos a la vez que dan de comer al tirano que los demás llevamos dentro.
Ya sé Pablo que los otros niños del parque que defienden colores distintos intentan sacar tajada, que los niños de tu propia pandilla que quieren hacerse con tu cabeza sacarán tajada, que los y las votantes que te permiten pagar la hipoteca hay que tenerles contentos y hay que darles lo que piden, pero que quieres que te diga, la política no es más difícil que la vida del resto de los mortales, sólo que el número de participantes son mayores y las consecuencias más pomposas. El que teme ser abandonado por sus seres queridos y no se disculpa cuando no cree estar equivocado, no es que lo tenga más fácil, es que tiene valor. No es soberbia, no es dar por sentado que uno tiene la razón, es más todo lo contrario: “igual estoy equivocado, mi intención no es molestar a nadie y desde luego tendré en cuenta tus palabras, ¡pero tan grave es que no estemos de acuerdo en esto!
Los políticos, ávidos de reclutar almas, son un claro ejemplo de auto envenenamiento. Aunque como son actores, lo sufren menos de lo que parece. Sólo son fieles al guión.
Una disculpa no hace daño a nadie. Error. Las disculpas, mal usadas, pueden tener consecuencias tristes y dolorosas. Pueden hacer creer al otro que le necesitas y que harás cualquier cosa por no perderle.
Reconocer los errores es el primer paso para hacer las cosas bien. Cierto, pero cuidado con tomar por error lo que no es.
Si quedo con Pablo Iglesias a tomarnos unos bocatas de calamares y en riguroso privado me dice: «Rafa macho, es que realmente creo que el cartel es una soberana cagada». Le diría: «Entonces hoy no hagas caso a lo que he escrito, pero tenlo presente para futuras ocasiones porque antes o después, a todos nos merodea el miedo»
El rumor del olvido.