Cuarentena. Capítulo 26

     9-04-2020         
   
        Día 26. Llueve. Qué maravilla. ¿Por qué? Por muchos motivos. Algunos bellos y fáciles de entender, otros feos y absurdos. Los árboles llevan ya días con su primaveral sarampión esmeralda. El letargo de coches y motos permite escuchar la lluvia como nunca es posible en las grandes ciudades. El paseante, recorriendo las calles vacías de adoquinado humedecido, siente haber entrado en la máquina del tiempo para salir en el pueblo de sus abuelos. Pero también es una maravilla ver llover por asuntos más complejos e incomprensibles, o sea, por cuestiones más humanas. Hoy es jueves Santo, lo único que nos lo recuerda es ese vecino que ha salido a pasear el perro vestido de nazareno. Hoy, muchos contaban con estar en la playa. En lugar de eso, están en sus casas asomados a la misma ventana de siempre, con inquietudes y alegrías muy parecidas a las de ayer y, se temen, no muy distintas a las de mañana. Pero no todo es malo, porque a los humanos les duele menos perder dinero cuando también lo pierde su vecino. No es por maldad, es por no sentirse tontos. La tontuna en la intimidad rasga más la estima que en compañía. Hoy no sólo nos han robado a todos la libertad, algo más nos consuela, está lloviendo a cántaros en toda España. Con lo que nos jode que llueva en nuestras queridas procesiones, en nuestras inabarcables playas, en nuestras coquetas calas, en nuestras entrañables montañas, qué gusto ver llover desde nuestros sofás y pensar que esta vez, quedarse en casa no va a estar tan mal después de todo…
    —Buenos días papá.
    Lucía había dejado fija la jaula de tiburones en el lado derecho de la terraza de Mateo. Una escalera comunicaba su piso con el de abajo.
    —Lucía, se me hace muy extraño, muy extraño, que me llames papá.
    —No tienes porqué llamarme hija si aún no estás preparado.
    —No, no estoy preparado.
    —No importa papá. Lo estarás.
    —Ya veo.
    —Estoy aburrida. Muy, muy aburrida.
    —Normal.
    —Mi hermana al menos tiene a su marido y los niños.
    —¿Son pequeños? Los niños digo.
    —Sí.
    —Bien, eso la mantendrá entretenida.
    —El otro día me dijo que estaba pastoreando niños. Me encantó porque mi madre siempre dice de su vecino que parece un pastor cuando va y viene al colegio con sus nietos. Ayer le pregunté que tal se apañaba ahora que tenía al ganado estabulado.
    —¿Estabulado?
    —Consiste en mantener a los animales que se crían dentro de un establecimiento dónde estarán gran parte de su vida.
    —Sé que es estabular a los animales, me extrañaba que conocieses esa palabra. No es que se use mucho en Madrid.
    —Somos de Valladolid. Ojalá estuviese allí.
    —¿Por?
    —Tenemos una casa de pueblo. Con un patio interior y un jardín. Compárame pasar la cuarentena allí a estar metida en este maldito edificio de ladrillo.
    —Los primeros días, sí, luego ya da igual dónde estés. Los barrotes pueden ser de oro o de latón, a fin de cuentas, forman una cárcel. El que tenga una parcela en la sierra, querrá pasear por la montaña. Los que tienen hijos quieren tranquilidad, los que están solos, sueñan con el alboroto. Al final, acabas por acostumbrarte a lo que tienes. Ha pasado siempre, está pasando ahora. Es absurdo fantasear con lo bien que sería pasar la cuarentena en tal lugar, primero, porque es mentira, pasados los primeros días de la novedad, te darías cuenta que no deja de ser una cárcel.
    —¿Y segundo?
    —Porque es absurdo pensar en algo que no puedes tener. Mirar fuera con anhelo sólo hará que los barrotes se ciernan más sobre ti. Sé lista, y quédate con lo bueno de pasar la cuarenta dónde estás.
    —Hoy tengo el día malo.
    —Eso es buena señal, significa que otros lo han sido buenos.
    —Han dicho en el telediario que probablemente el 26 de abril tengamos que alargar el estado de alarma dos semanas más. Me había puesto contenta porque el número de fallecidos estaba por debajo de setecientos, pero me ha durado poco.
    —Esta gente tiene la psicología en el agujero del culo. Tres semanas esperando que se aplane la curva y, cuando empieza a hacerlo, y unos días después de alargar dos semanas el estado de alarma, nos dicen que se alargará otras dos semanas más. En fin Lucia, vamos de momento a fijar la vista en el 26.
    —Cuando esta noche salgamos a aplaudir ya será un día menos.
    —Esta crisis nos servirá para mejorar algunas cosas, pero otras, quizás la mayoría, seguirán igual.
    —¿Por ejemplo?
    —Seguimos queriendo quitar de un plumazo aquello que no nos gusta. Es normal querer que esta situación tan desagradable pase, pero esta situación, forma parte de nuestra vida, escribe nuestra biografía. Querer que en nuestro guión sólo haya frases fáciles, felices y bonitas, condena nuestra película al sopor. Un sopor dulce y feliz, pero sopor a fin de cuentas. El problema, es que por mucho que queramos, no podemos imponer cada palabra que ha de escribirse en nuestro guión y, como no queremos sufrir, damos al botón de rebobinar hacia adelante. Y no un par de minutos, fácil nos deshacemos de dos tercios de nuestra vida. Cuando llevamos un rato en el trabajo, decimos: “¡Una hora menos!”. “¡Una hora menos!”, decimos en los trayectos largos de camino a la playa. Los lunes, decimos: “¡un día menos para llegar al sábado!”. “¡Un mes menos!”, decimos en octubre deseando llegar a las vacaciones de Semana Santa. ¿Para qué inventamos toda esa tecnología que nos permite ganar tiempo, si luego lo aceleramos? ¿Para que queremos vivir más años, si cuánto más vivimos, más deprisa vamos, más damos la botón de rebobinar? Cuanto más tiempo hay, menos culpable te sientes por mandarlo a la basura.
Ahora toca vivir esto. Vivámoslo. Nuestra impaciencia no hará que dure menos, más al revés, cuánto más te centres en el reloj, más tediosa se te hará la clase de sociales, la jornada laboral, el trayecto a la montaña, en definitiva, más lentos pasarán los minutos cuanto más fijamente los mires. Acéptalo sin más, como una parte necesaria para el conjunto de tu película, como un entrenamiento para los días futuros dónde en mayor o menor medida, querrás que el tiempo pase rápido. Si dices un día menos, llevarás tu atención a los días que te faltan. ¿Quieres que algo pase rápido? Automatízalo, introdúcelo en tu rutina. Si te dedicas simplemente a pasar los días de cuarentena, a aceptar que esa es tu realidad, sin centrarte en cuál querrías que fuese, así un día, y otro, y otro, sin apenas darte cuenta, te encontrarás que la cuarentena ha acabado.
    —Papá, pareces saber de lo que hablas.
    —Cualquier viejo sabe demasiado bien de lo que hablo. A menudo me despierto por la noche angustiado porque me han robado el tiempo.
    —Qué pesadilla más horrible.
    —No, la pesadilla es darme cuenta que me lo he robado yo a mí mismo.

 

APORTACIONES:

M.C.R.:»El primer día sin cole le pregunté a mi compañero que tal lo llevaba y me dijo: «Pues aquí estoy pastoreando niños». Le contesté que mi madre siempre dice de su vecino que parece un pastor cuando va y viene al colegio con sus nietos. ¿Qué tal te apañas ahora que tienes al ganado estabulado?».

Te recuerdo que puedes enviar tus ideas, frases o cosas que quieres que sucedan en nuestro libro a: rafaelromerorico@yahoo.es
 

reverso.