Puteo según franja de edad

MANUAL PARA SOBREVIVIR EMOCIONALMENTE A UNA PANDEMIA.

Capítulo 2: Puteo del virus según franja de edad

Este virus está sorprendiendo a los científicos por su capacidad para afectar a todo tipo de células del cuerpo. Trombos, neumonías, pero también problemas neurológicos, musculares, esquizofrenia, tinnitus, etc, etc, etc. El Covid es un pianista capaz de tocar todas las teclas del cuerpo humano. Aporrea con más fuerza las piezas centrales del piano, pero parece ser que nada escapa a su influencia. Aquello que consigue escabullirse, se debe más a su benevolencia que a que quede fuera de su radio de destrucción.

En esa misma dirección, no hay rango de edad que no esté siendo machacado por este malnacido. Quizás los menores de ocho años son los menos zarandeados. Relativamente ajenos a la realidad, aún sueñan con ratoncitos Pérez, Reyes Magos y Superhéroes, y con una inconmensurable capacidad de adaptación que les haría vivir bien en el polo Norte, comiendo carne humana o reír el día después de ser violados por su profesor, gozan de cierta inmunidad psicológica. Pero al igual que sus superhéroes, su súper poder, la adaptación, no les convierte en invencibles. Padecen ansiedad y tristeza, aunque sólo sea como dolor irradiado de su entorno más adulto.

Los adolescentes lo están pasando muy mal. Estamos cayendo en el error de siempre cuando se contempla la vida desde delante: minimizar los baches del pasado. A los viejos, todos aquellos de más de cuarenta años, nos parece que sus problemas son infantiles y desproporcionados, pero es que lo mismo piensa un hombre de ochenta años de los avatares de los cuarenta. Este virus está limitando la sociabilidad de nuestros jóvenes, y eso es como decir que a las flores, sólo, se les está arrebatando el agua. Charlar con la proximidad física bandera de la amistad, tocarse, amarse, magrearse, compartir cigarro, bebida y babas, son un flotador para las tempestuosas aguas de la pubertad. La adolescencia y juventud, que no es otra cosa que avanzar en el caótico proceso de ser humanos, es duro, tanto, que nadie sabe hacerlo del todo bien. No hay mejor catalizador de dudas y tensiones que la amistad. Una amistad de papel y bolígrafo, real, palpable, la de toda la vida, no a través de pantallas que presumen de calidad 4K para tapar lo que nunca tendrán: calor humano.

Los maduritos, entre treinta y cinco y cincuenta y cinco años, están bien jodidos también. A sus cuantiosas preocupaciones habituales: rutina marital, problemas laborales, padres que envejecen, hijos coñazo en rebelión hasta con sus propios pedos, y su propio desvanecimiento físico, tenue pero imparable, ahora, hay que añadir más incertidumbre laboral, un virus que les deja a las puertas del grupo vulnerable, y una preocupación lacerante por sus padres.

Los mayores, directamente están acojonados. Con razón. Este virus tiene una bala con su nombre grabado. Es verdad que muchas personas mayores que cogen el Covid sobreviven. No hay que dejarse despistar por los números: de momento “solo” han muerto 50.000 personas mayores de 65 años, cuando hay 6.500.000 de españoles mayores de 65 años. Por tanto, esta pandemia ha matado hasta la fecha, al 1% de la población vulnerable; siendo el rango más letal a partir de los ochenta años. A nadie nos gusta que nos encañonen, menos aun cuando sabes que el tambor de ese revolver tiene uno de sus orificios ocupado por una bala. ¿Un 1% de posibilidades de que jugando a la ruleta rusa te revienten los sesos es mucho? Pues cuando cazábamos mamuts y la esperanza de vida era de veinte años, o siendo soldado en la época medieval, seguro que era un porcentaje por el que sentirse afortunado, pero, viviendo en la aburguesada vida del siglo XXI en occidente, un 1% es un porcentaje que puede helarte la sangre.

Cuando a uno se le hiela la sangre las preocupaciones también se congelan, de manera que nos empezamos a obsesionar con las cosas. Una especie de macabra cancioncilla de verano se te mete en la cabeza con su rítmica melodía de enfermedad y desaliento, y no eres capaz de sacártela ni cuando te lavas los dientes. El miedo al contagio momifica las relaciones con amigos y familiares, a menudo arrebatándote uno de los más poderosos motores de tu vida: hacer pedorretas en el sobaco a tus nietos y fundirte en un abrazo con tus hijos. La época glaciar en la que os está metiendo este virus, hace tiritar vuestro sueño, avivando el insomnio. Ese viajecito al pueblo a ver familiares o viejos amigos, o a la playa a dejar que el mar te mime con su tierno horizonte, también ha sido metido en el congelador con los calamares y los finger de pollo.

No son éstas, las olimpiadas de a ver quién está más jodido, si los jóvenes o los viejos. Todos, en el mejor de los casos, estamos jodidos, porque ya dijimos que este virus no deja célula humana sin tocar, pero la gente mayor tiene una peculiaridad: hacen todo lo que está a su alcance por cuidar de aquellos que se encuentran por detrás, que son, ni más ni menos, que todos los demás. No quieren preocupar al nieto de cinco años cuando juegan con él, disimulan el miedo cuando charlan con su nieto adolescente el día después de que este ha estado con sus amigos, y no desean añadir más problemas a las frenéticas vidas de sus hijos. Podrían no quedar con ninguno de ellos, pero la mayoría prefiere arriesgarse a que les liquide el virus, que ceñirse la soga que cuelga de la viga alrededor del cuello. Al menos se irán viviendo, no estarán muertos esperando la muerte.

Por eso, hoy son ellos mis protagonistas. Mayores, tenéis que hablar. Tenéis que compartir más vuestras preocupaciones. Tenéis que dejar de sobreproteger a vuestros hijos de 50 años. Tenéis que mostrar más abiertamente vuestro miedo a la muerte. Tenéis que cuidaros regalándoos cualquier placer que quede a vuestro alcance, por pequeño que sea, por extraño que sea. Tenéis que seguir buscando el equilibrio entre seguridad y libertad. Vuestro cuerpo está cansado de tanto caminar y no sabemos si soportará contagiarse, pero vuestra mente también está agotada y difícilmente soportará dos años de carencias emocionales.

Esta semana, en el mismo día, me han comunicado dos personas de setenta años que han desarrollado respectivamente una depresión grave y un brote psicótico. Eran personas felices hace un año. Tenían sus cosas, como todos, pero en sus setenta años nunca habían sido golpeados por una enfermedad mental.

Cuidemos de nuestros mayores, dicen. Sí, vale, como queráis. Yo soy muy individualista. Prefiero que cuidéis de vosotros mismos.

Pasear por la ciudad; quedad con amigos de vuestra edad; en la medida de lo posible tener sexo; con precauciones que reducen el riego sin poder eliminarlo, acercaros a vuestros familiares; no veáis tanto la televisión, sobre todo los telediarios; aunque echéis de menos a la familia intentad iros temporaditas a la playa o la montaña; dejad las cosas arregladas con la muerte y por favor, compartir más vuestros miedos.

Si no queréis una sociedad débil, no tratéis a vuestros hijos y nietos como tales. Estamos preparados para aceptar que nuestros mayores no tienen brazos de hierro que pueden protegernos de cualquier fantasma, y si no lo estamos, lo estaremos. Dejaros ayudar, dejarnos aprender a ayudaros. Algo solo posible si nos contáis vuestros miedos.

Rafael Romero Rico