Raúl

Raúl acudió a mi consulta hará algo menos de dos años por problemas sentimentales. Unos cuarenta y cinco años. Divorciado y con dos hijas, andaba enganchado a una relación de amor-sufrimiento. Tras distintas aproximaciones y distanciamientos de penosa factura, finalmente lo dejó ella. Hará un año que estábamos en ese proceso de asimilación de la pérdida, cuando Raúl llegó un día a terapia tras cancelar su última cita.
—¿Todo bien Raúl? Creo que cancelaste porque estabas regular de salud.
—Sí, bueno, todo lo regular que sea tener tres tumores repartidos por el cuerpo.
Le comenté que existían psicólogos oncológicos, que conocía alguno muy bueno que podía recomendarle. Por supuesto, yo no desaparecería del mapa y seguiríamos viéndonos para otros asuntos si así lo deseaba.
—Prefiero que me sigas viendo tú —me dijo.
—Yo no sé de estos asuntos.
—Me da igual.
—Si hacemos esto juntos tendremos que ir aprendiendo sobre la marcha. Los dos. Yo podré aplicar mis conocimientos y mi persona a lo que me vaya encontrando, pero es mejor que acudas a alguien que ya sepa cómo abordar este tema, no que tenga que irlo descubriendo por ensayo y error.
—Prefiero que hagamos este camino juntos. Seguro que nos apañamos.
Accedí. ¿Debí haber declinado? No lo sé. Le mostré las opciones y tomó una decisión. Valoré las opciones y tomé una decisión. No he vuelto a pensar en ello.
El primer problema que me encontré fue el siguiente.
—Tengo tres tumores en órganos vitales. El más peligroso es el del colón. Tiene tal tamaño que no se puede operar. Estoy en fase cuatro.
—¿Cuántas fases hay?
—Cuatro.
—¿Cuatro es la buena?
—No, cuatro es la mala. No hay fase peor.
—Entonces, ¿te mueres?
—De eso no han hablado nada los médicos.
—¿Te han dado un tiempo?
—No hablamos en esos términos.
—Pero si estás en fase cuatro, con tres tumores, el más grave inoperable, ¿te habrán dado un pronóstico?
—El médico no me habla de tiempo, y yo no hablo de tiempo. Tengo que darme quimioterapia de por vida.
—Pero, ¿cuánta vida?
—Rafa, de por vida, es de por vida. El tiempo es muy relativo.
Tuvimos varias sesiones dónde discutíamos sobre su negación de la enfermedad. Uno de los problemas que me encontré, es que no tenía dolores. Eso era una faena en el fondo, porque tenía una bomba de relojería dentro pero se encontraba como siempre. “¿Cómo iba a morirme porque lo decían unas pruebas médicas cuando yo me encontraba bien?”. El caso es que para no forzar los límites de la terapia, usaba cinco minutos para decirle que no aceptaba que iba a morirse, y él usaba esos cinco minutos para convencerme que no estaba negando, y luego hablábamos de otras cosas.
Finalmente accedí a dejar de acotar el tiempo. Decidí vivir el presente como él hacía. En cualquier caso siempre que tenía ocasión le soltaba algún chascarrillo:
—…Hombre Rául, todo pinta que yo moriré más tarde que tú.
—Ya se verá. Igual te matas en un accidente de tráfico.
—Puede ser, pero la estadística juega a mi favor.
—No te fíes de la estadística.

Poco a poco fueron llegando los ingresos, los dolores y las putadas que te hacen los médicos. Éstas perrerías están muy bien para evitar que te mueras pero son una jodienda mientras estás vivo. Ingresos cada vez más largos, infecciones de vejiga, efectos secundarios de la quimioterapia cada vez más molestos, la bolsita para echar las heces llamada colostomía. La cosa se iba poniendo fea, y opté por, sin dejar de tener una visión realista y confrontativa de la situación, incluir en nuestras conversaciones un elemento que nos acompañaría siempre. El humor. El humor más negro que nunca he utilizado. El humor más difícil que he tenido que utilizar. Un humor sin límites, sin censura, para muchos seguro de mal gusto, tirando de tópicos vulgares, un humor que a veces tuve la sensación, como todo el que persigue los límites, que me pasé de frenada. No fue algo hablado, sencillamente, funcionaba. Y así, estuvimos durante seis meses intercambiando mensaje y audios.
Pudo venir algunas sesiones. Acudía con su bolsita. Un hombre de cuarenta y cinco años, atractivo, con una buena profesión, acudiendo a su consulta con su bolsita llena de mierda. Cuando las heces pasaban a espasmos impredecibles por el tubo, hacían un ruido muy característico que la mejor forma de definirlo sería de mierda líquida pasando por un tubo. ¿Estaba ese hombre lamentándose en su casa? No, estaba sentado frente a mí.
Uniendo el tema del humor y la bolsita, esta fue nuestra interacción por mensajes cuando me lo comunicó:
—Cómo manager tuyo ya he hecho las gestiones pertinentes. La colostomía es un filón, te vas a hinchar a follar. Me he abierto con tu permiso un perfil a tu nombre en la web:”A mí también me mola la coprofilia”. El caso es que hay un montón de tías que quieren ir al hospital y hacer un montón de guarradas con la bolsa esa que te han puesto. He visto tanto interés, que he pensado, por probar, en pedir dinero. El caso es que se está literalmente subastando tu mierda, la última puja rondaba los cinco mil euros. Algunas quieren quemarte cigarrillos en los pezones y mearte encima; les he dicho que tendría que hablarlo contigo pero que no estamos cerrados a ninguna sugerencia. Creo que podríamos hacernos de oro si internacionalizamos el negocio. Quinientos pavos cada bolsa usada. Habla con las enfermeras para que ni se les ocurra tirarlas. Ofréceles treinta euros y un bocata de calamares con caña, seguro que aceptan. Y para que veas que soy trigo limpio, no pienso subirte el precio de la sesión más que un 10%. Intentaré que las clientas pesen menos de 200Kg y tengan menos pelo que tú.
Claro que no me molestas —en referencia a su mensaje original dónde me decía que no quería aburrirme con sus partes médicos—. Lo contrario, me molestaría que no me fueses informando. Espero que…”.
Este ha sido nuestro sistema. A cada mala noticia, tirábamos de humor, del más absurdo del que era capaz. Luego un breve texto de apoyo, de vez en cuando alguna frase dónde nos poníamos sentimentales, y a la espera del nuevo batacazo que recibiríamos de la misma forma. No huíamos de la realidad ni de las emociones negativas:
—…Un abrazo Raúl y sigue con ese buen ánimo de campeón que tienes. Y si a veces gana el desánimo, pues relajamos esfínter, dejamos que nos den, y mañana, será otro día.

Hacia finales de Junio más o menos hubo un cambio. En los audios que me enviaba, después de ponerme al día, acababa con un sentido agradecimiento.
En agosto seguíamos a lo nuestro. Él me enviaba una foto en el patio del hospital con el palito del suero y yo, después de decirle que estaba de portada de disco de los ochenta, le enviaba un vídeo de mis vacaciones con los pies en la barandilla de la terraza en primera línea de playa, con el mar al fondo. En el vídeo le decía que era un flojo que se quejaba por tener unos tumores de nada, que el verdadero sufrimiento era estar tomándose unas tostadas contemplando las rías bajas.
El siguiente mensaje que recibí dos días después fue de su prima. Raúl había fallecido.

¿Y porqué estamos hablando de Raúl? Porque no podía tener una mejor manera de empezar nuestros miércoles que honrando su legado. A los moribundos, y a los viejos, que no dejan de ser moribundo vivos, hay que tomarles sus palabras con una atención especial. Las palabras de Raúl, y mejor aún sus actos, fueron claros y concisos. Lloró cuando tenía que llorar, pero no cayó en la autocompasión. Acudió a mi consulta lleno de hipos, con su bolsita para la mierda, su otra bolsita para la orina que le causaba unas molestias que le llevaban los demonios, y salía de la habitación, literalmente, dando tumbos contra las paredes de la debilidad que aquejaba su cuerpo. ¿Y qué me decía?: “espero no tenerte que cancelar la sesión de la próxima semana”. Tuvo ilusiones como sacarse el título de patrón de barco. Ilusiones infantiles dadas las circunstancias, ¿pero quién podría reprochárselo? No quería que le hablasen de mañana, ni del tiempo, querían que le dejasen vivir lo que tenía entre sus manos. Cada nuevo tratamiento era una esperanza a la que se agarraba, la nueva salida del sol era su propósito, de nada más lejano quería oír hablar. Los dos sabíamos, aunque él no quisiese decirlo con las palabras que a mi entender había que hacerlo, que se moría. Debía pensar que decir: “Me muero”, no le hacía morir menos ni vivir más, y optó por decir: “Estoy vivo”.
Su familia no ha dejado de mostrarme su agradecimiento. Lo acepto. Pero tanto o más he aprendido yo de Raúl. Gracias a él temo algo menos la muerte. Amar no amo más la vida, no creo que sea posible.
Sólo hay algo tengo que reprocharle a Raúl, cómo entre otras cosas así le hice saber a través de un audio que le pusieron cuando estaba anestesiado esperando la muerte: “…Anda que no te insistí joder. Ahora que todavía puedes, date el homenaje de cogerte dos rusas jóvenes, buenorras y muy muy caras. Al final te ha pillado el tiempo por no hacerme caso…”.

En la ceremonia se leyó un texto que Raúl había enviado a sus hijas y que estas quisieron compartir. Para dar vida a su recuerdo, el valor más imperecedero que poseemos, dejo aquí un breve resumen:

“Aprenderás a aceptar tus derrotas con la gracia de un niño y no con las tristeza de un adulto.

Aceptarás que las personas buenas podrían herirte alguna vez, y que tú también podrás hacer cosas de las que te arrepentirás el resto de tu vida.

Aprenderás que no importa lo que tienes sino a quién tienes en la vida.

Aprenderás que no tenemos que cambiar de amigos si estamos dispuestos a aceptar que los amigos cambian.

Aprenderás que las circunstancias influyen sobre nosotros, pero somos los últimos responsables de lo que hacemos (él escribió “los únicos”, pero no estoy de acuerdo. Como todavía estoy vivo me he tomado la libertad de cambiarlo, si te parece mal Raúl ya ajustaremos cuentas algún día).

Aprenderás que no debemos compararnos con los demás, salvo cuando queramos imitarlos para mejorar.

Aprenderás que ser flexible no significa ser débil o no tener personalidad.

Crecer tiene más que ver con lo que has aprendido de la experiencia que con los años vividos.

Aprenderás que hay mucho más de tus padres de lo que supones.

Aprenderás que con la misma severidad que juzgas, serás juzgado.

Aprenderás que el tiempo no es algo que pueda volver hacia atrás, por lo que debes cultivar tu alma en vez de esperar que alguien te traiga flores.

Entonces, solo entonces, sabrás realmente lo que puedes soportar: que eres fuerte y que podrás ir mucho más lejos de lo que pensabas cuando creías que no se podía más.

La vida vale cuando tienes el valor de enfrentarla”.

Ha sido un placer Raúl. Lo compartido no ha durado ni mucho ni poco, la vida no pude medirse en parámetros tan simples. Pero eso ya lo sabías tú.

El rumor del olvido.