Hay dos tipos de trenes, los que hay que dejar pasar, y los que hay que coger por rápido que vayan.
El origen de este texto surge de un tren que hay que dejar marchar. Hace unos días, en la carretera, se produjo la revelación. Sin entrar en pormenores, un coche que ya venía haciendo el capullo desde kilómetros atrás, llegó a mi altura. Tengo la cualidad de mimetizarme con los gilipollas, convirtiéndome en un gilipollas más; es un superpoder como otro cualquiera. Esta vez, no me mimeticé mucho tiempo y supe salir de la espiral de gilipollez, dejando pasar un tren que amenazaba con descarrilar. Por circunstancias que no vienen a cuento, más adelante, ya en una carretera convencional de dos carriles, contemplé algo aterrador, pero innegablemente asombroso. Parece ser que el gilipollas uno, que conducía un Ford Focus verde, venía picado desde muy atrás con un gilipollas dos que conducía una furgoneta blanca. Cuando el gilipollas uno le dio alcance se puso pegado a su culo, impaciente por adelantarle y demostrarle al gilipollas dos que él tenía los huevos más grandes y negros que ningún gilipollas que esa mañana recorriese las carreteras de la sierra madrileña; que presumiblemente no seríamos pocos.
El gilipollas uno se encontró con un escollo: el gilipollas dos de las furgoneta blanca iba pegado al culo de otra furgoneta conducida por alguien que seguramente fuese gilipollas en algún otro aspecto de su vida, pero no conduciendo; o al menos no ese día. Pero el gilipollas uno no estaba dispuesto a dejar que las circunstancias decidiesen sobre los huevos que estaban en cuestión. Y ahora viene el milagro de la precariedad humana. Estaban en una curva a izquierdas muy cerrada dónde obviamente estaba prohibido adelantar, cuando de repente, ¡el gilipollas uno invade el carril contrario y se pone a adelantar a las dos furgonetas!
Nunca en mi vida, voyerista confeso de los aspectos más dulces y turbios de la condición humana, había contemplado en primera persona algo así. Ese hombre, el gilipollas uno, había cogido un revólver, le había metido una bala, y después de apuntarse en la cabeza había apretado el gatillo. Sería más apropiado decir que cogió una granada, porque sus actos involucraban al gilipollas dos, a la otra furgoneta, y al conductor que viniese de frente. Es una carretera transitada, y como tres o cuatro segundos después de que el Focus volviese a su carril, vino un coche en dirección contraria.
El gilipollas uno, que no nos cae muy bien, fue muy gilipollas pero en el conjunto de su vida, con seguridad, no es tan gilipollas. De hecho en algunas cosas será menos gilipollas que nosotros. Sencillamente, en una milésima de segundo, tomó una decisión catastrófica de consecuencias horribles. Cogió el tren que debió dejar pasar. Tener sexo con un desconocido sin condón, coger dinero del trabajo, las drogas, hay varios trenes que hay que dejar pasar. Y no te quepa duda, que antes o después, por las vías de tu estación pasarán éstos u otros trenes parecidos.
Es muy difícil no cogerlos, entre otros motivos porque es fácil confundirlos con otros trenes que sí hay que coger. Éstos últimos también cuesta montarse en ellos, porque suelen ir tan rápidos que uno no sabe si subirse a la carrera es un error. Esos trenes requieren un punto de locura, de dejarse llevar por las emociones, de salirse de los convencionalismos o de lo socialmente correcto. Hablan igualmente de sexo, dinero, drogaso hacer deportes de riesgo.
Coger el tren equivocado tiene consecuencias graves, pero no coger el adecuado también. En el primer caso tu vida puede derrumbarse, en el segundo, puede no alzarse; que es la forma tierna de derrumbarse.
Con permiso del viento.