El primer día de confinamiento, hace ya casi un año, pensé que quería poner mi granito de arena. Decidí, que cada día, escribiría un capítulo del diario-novela: “Cuarentena”. Después de publicar en riguroso directo los capítulos de “Diario Cuarentena”, volví a “Diario Reverso”, donde, inevitablemente, muchos de los textos hacían referencia a la pandemia. Esto, finalmente, me hizo darme cuenta que debía dejar ese diario y centrarme en el monotema de la actualidad, naciendo así, “Terapia anti pandemias”.
Ya avisé en su primer capítulo, que no sabía cuánto duraría en este proyecto. Pues bien, hasta aquí he llegado. De repente, he tomado conciencia que estoy aburrido de hablar de la dichosa pandemia. Llevo diez meses dedicando bastante tiempo y esfuerzo a escribir sobre ella. Hasta aquí. Lo que tenía que decir, en esencia, ya lo he dicho.
He tenido la súbita revelación de que la misión no solo carece de incentivo para mí, es contraproducente para ti. ¡Ya está bien de sacar rédito de esta tragedia! Mi regalo para este comienzo del 2021, mi última recomendación, es dejar las cosas estar. Couching, psicólogos, psiquiatras, sociólogos, virólogos, traumatólogos, urólogos, enfermeras, docentes de infantil, policías, humoristas, políticos, celadores, conductores de ambulancia, chamanes, profesores de yoga, nonagenarios de Teruel, la cajera del Carrefur, actores porno en ERTE, catedráticos de historia, el Papa, Miguel Bosé, la vecina del quinto, el rarito del octavo y el que pasa el limpiafondos en una urbanización de Adeje, Tenerife. Todos tenemos algo que decir, todos queremos contribuir al bien común, todos parecemos sentir el deber divino de compartirlo. Se agradece, pero, ¡ya! ¡Por dios!
Lo veo de la siguiente forma: una anciana se cae cruzando un semáforo. Las cincuenta personas que lo observan, acuden voluntariosas en masa en ayuda de la mujer. Todas a la vez. En un momento dado, un buen ciudadano, pregunta a otro: «Oye, ¿dónde está la anciana?». A lo que el otro, desorientado por la muchedumbre, responde: «Ni idea». En esas, una voz cascada por los años proveniente del suelo, les aclara sus dudas: «Majos, estoy aquí, debajo de vuestros pies», responde la anciana con la cabeza pisada por sus salvadores.
La intención es buena, pero, un exceso de ayuda, mal gestionada y amontonada, no ayuda.
Estamos todos de acuerdo. Esta pandemia es una putada. Una putada para los chavales que no pueden darse el lote con sus citas de Tinder ni salir de fiesta con los amigos; una putada para los de cuarenta que temen matar a sus padres; una putada para los mayores que aún más que morir, temen que sus hijos o nietos carguen con la culpa de haberles firmado el boleto para el otro barrio; una putada para los que ven desangrase sus pequeños negocios; una putada para los que temen que su empresa les ponga con una patita en la calle; una putada pillar el Covid de los huevos aun saliendo airoso; una putada vivir con el miedo permanente a poderlo pillar; una putada dudar si serás de los pocos pero existentes casos de población de no riesgo que se estampa contra las estadísticas; una putada pillarlo y quedarte medio gilipollas por las secuelas; una putada enterrar a un ser querido; un putadón no poderse despedir de los vivos en su tránsito a dejar de estarlo; una putada no poder viajar, abrazar, follar, besar y acariciarse libremente. Estamos todos de acuerdo, ¿verdad? Eso es. Esta pandemia, es una gran putada. Vale. Han pasado diez meses. Aún nos quedan parece ser otros cinco o diez de putadas parecidas. Dejemos los sermones. Dejemos de mirarnos el ombligo. Dejemos a la gente con su pena. Permitámosles llorar y encajar sus pérdidas. Cicatrizar sus frustraciones. Siento en el alma si lo estás pasando mal. Creo que todo lo que podíamos decirte, lo has oído ya. Cuando quieras charlar, estaré encantado de hacerlo, pero no voy a estar encima tuyo todo el santo día dándote consejos. Dentro de unos meses igual estamos en una fase distinta del proceso, pero ahora, es el momento del recogimiento, de usar lo aprendido, de encajar los contratiempos desde uno mismo. Dar vueltas alrededor de una putada no la hace desaparecer, al contrario, hace que su hedor se vuelva más penetrante. En esto de como afrontar emocionalmente la pandemia, hemos llegado al techo de la campana de Gauss. A partir de este punto el exceso de información se vuelve contraproducente.
Veo la pandemia como un cáncer grave. Uno de mama, por ejemplo. Algunas mujeres mueren, aunque la mayoría lo superan. Lo superan después de luchar uno o dos años contra él. Los avances y retrocesos son constantes. Las frustraciones, siguen a ilusiones que parecían que por fin, habían venido para quedarse. Primero te dijeron que con suerte no había que quitarte el pecho, para en no pocos casos, acabar perdiendo las dos mamas. Lo importante, claro está, es vivir. Amputada o no. Pero no trivialicemos la pérdida de esa parte de tu identidad como fácil. Quimio, radio, fármacos, ingresos, operaciones y putadas mil.
Ahora vamos a ver que sucedería si nos enfrentamos al cáncer de mama como lo estamos haciendo a la pandemia. El año y medio que dura el tratamiento, invariablemente, el 80% del tiempo de los telediarios hablan del cáncer de mama, y de todas las mujeres que mueren por él. Además, los familiares, destrozados por la pérdida, saldrán mandando un emotivo mensaje. Tampoco faltarán las maltrechas enfermeras y doctoras avisándonos de lo importante de hacernos mamografías, porque es muy duro ver a mujeres de 40 años morirse por no acudir a sus revisiones. Así, horas y horas, días y días, durante meses y meses, en el momento que enciendas la pantalla de tu televisor o móvil. Luego, cada vez que te juntas con un amigo o familiar, se hablará del cáncer de mama. De los retrocesos, del incierto y agorero pronóstico, del horrible número de mujeres que mueren en otros países por cáncer de mama. Navidades, cumpleaños, terrazas y paseos por el parque, no hay lugar dónde no se hable del cáncer de mama. Por supuesto, si tu prima tercera de Soria, a la que hace veinte años que no ves, muere de cáncer de mama, te enterarás. Y no solo tú, también el portero de la clínica de depilación donde te estás haciendo las ingles. Él, a su vez, al llegar a casa contará a su mujer que una mujer de 32 años ha muerto de cáncer de mama. Nunca pensó tu prima de Soria que fuese a ser tan mediática. Por si fuera poco, cada vez que bajas a la calle, todas las personas llevan una mascarilla donde pone: «Cáncer de mama». En las vallas publicitarias: «¡Ten cuidado con el cáncer de mama!».
¿Te imaginas una mujer hablando todo el santo día del cáncer, bombardeada todo el rato con el cáncer, girando todas sus conversaciones sobre el cáncer? Pues eso mismo estamos haciendo nosotros. La pandemia es un asunto grave. Lo único que lo hace más grave que el cáncer de mama, es que nos afecta a todos. Cincuenta millones de españoles potencialmente predispuestos al cáncer de mama. ¿Qué hacemos? Pues lo que hacen las mujeres con cáncer de mama. Cuando están ingresadas, el médico pasa por la mañana y les da el parte médico: situación actual, evolución, pasos a seguir. Esto suele llevarle cinco minutos. ¡Cinco minutos! Algunos días, esta mujer está especialmente desanimada. Queda con una amiga, o con su marido, y llora desconsoladamente las horas que necesite. Después, no se vuelve a hablar del tema en todo el día. Como es una situación muy dura, puede hacer falta ayuda psicológica. Acude a su terapia para tener un espacio para ella sola, donde pueda desahogarse cuánto quiera y en la forma que quiera, sin tener en cuenta nada más que a ella misma. Utiliza ese espacio protegido, precisamente, para dejar espacios libres de cáncer en su vida personal.
Estamos justificando nuestra actitud ante la pandemia en la gravedad de esta, y es un error. Claro que es grave, y agotadora, y frustrante, y triste, a ratos incluso desoladora, pero eso no cambia, que hemos caído en un abordaje obsesivo y victimizante de la situación. Y cuando digo obsesivo no lo digo de forma coloquial, lo diagnóstico como terapeuta. Todos sabemos lo que hay que saber, dejemos de machacar al enfermo con su enfermedad. Actuemos con responsabilidad, apretemos los dientes, y avancemos con paso firme a través de la niebla.
Y con estas palabras, cierro con la misma nostalgia que ilusión “Terapia anti pandemias”. Todo lo que he escrito durante estos diez meses ha tenido una única misión: ayudar. Nada ha cambiado, solo que en este momento de la pandemia, creo que la mejor forma de ayudar, es callar. Gracias por haberme acompañado este tiempo. Me despido con los mejores de mis deseos para que trasciendas esta puta mierda de pandemia que te ha tocado vivir.
A partir del próximo miércoles comienzo un nuevo bloque: “Mis maestros”. Cada capítulo irá dedicado a una persona de la que he aprendido algo de valor incalculable. Personas anónimas cuya grandeza reside en la levedad de sus gestos. Lecciones de vida dosificadas en diminutas píldoras del día a día. He decidido cambiar mi foco de atención de la pandemia, a todo lo que aprendo de las personas que salen a mi encuentro un día cualquiera.
R.R.R.