Recientemente hemos tenido la triste noticia del fallecimiento de una persona pública, Carme Chacón. Una pena, tanta como analizar el comentario más habitual que se está escuchando: “Qué lástima, ¡con lo joven que era!”.
¿Joven? ¡Pero si tenía más de cuarenta años! ¿Acaso a un chaval de catorce años alguien de cuarenta no le parece un carcamal? Muchas personas entre los cuarenta y cincuenta años ya han tenido hijos, se han enamorado y desenamorado unas cuantas veces, han alcanzado sus mayores éxitos profesionales, han disfrutado de sus padres, de la amistad y del ocio hasta cotas elevadísimas, han conocido gran parte de la Tierra que les da cobijo, vamos, han tenido una vida bastante movidita, y aunque les queden cosas por hacer, siempre quedan por larga que sea una vida, han puesto una cruz a la mayoría de aquellas a las que era razonable aspirar. Ya, se pueden poner muchas cruces en un mismo sitio, pero es que de eso tampoco nunca tenemos suficiente.
Morir cuando se está bien es una putada, pero es una putada que da igual la edad que se tenga, pero nos encanta dar una patada al problema y mandarlo más adelante; olvidando que si llegas a los ochenta jodido es una putada, si llegas bien a los ochenta y te mueres te parecerá una putada irte, y si llegas a los ochenta y por el camino has tenido que enterrar a tu hijo pues más de lo mismo.
Las cosas suceden cuando sucede, ni pronto ni tarde, esas son nociones ridículas propias de la manía que tenemos los humanos de medir todo a nuestra imagen y semejanza. Por eso, cuando muere alguien, sacamos la mano de los bolsillos y echamos las cuentas de la vieja. Si tengo cincuenta años y muere alguien de sesenta, nos parece que el santo difunto ha abandonado la partida con antelación, y nos lo parece porque sólo contamos diez dedos hasta la edad en la que él ha fallecido. «Si se me han pasado cinco decenas a toda pastilla, ¡mierda!, en una decena más podría estar fiambre como ese pobre desgraciado». Al paso que llevamos, es cuestión de tiempo que escuchemos que aquel hombre de setenta años que corría maratones y contaba chistes en las reuniones la muerte le entró por la trastienda cuando sólo era un chaval.
Cuando se goza de la vida, y esto nada tiene que ver con la edad, que te den una patada en el culo es una putada. Dicho esto, en España, en el 2017, nos están echando de la partida más tarde de lo que nunca se hizo en la historia de la humanidad. Y además, nos están echando de bastantes buenas formas para las malas pulgas que se venía trayendo la vida en el pasado.
Son éstos buenos motivos para irse puteado y triste, pero también pleno y agradecido.
Con permiso del viento.