Cuidadín con la resiliencia

    Cuidado no confundir resiliencia, tan de moda, con resignación. “Mi chico me llama puta, pero me he adaptado. Soy muy resiliente”. “En esta crisis no salgo nada de casa, soy resiliente”.
Recientemente se están reforzando culturalmente ideas peligrosas como el miedo, la docilidad o la resiliencia. Durante la cuarentena he escuchado a muchas personas encantadas de estar encerradas. Y encantadas no es una forma de hablar. “Hablo por Skype, me ahorro atascos y me tomo la cerveza en casa. ¿Para qué necesito salir?”.

    Hace dos meses a nuestros hijos enganchados a la Play les decíamos que saliesen a la calle a relacionarse. —“Para qué papa, tengo un amigo chino”. ——“Eso de tener amigos on-line está muy bien, pero búscate uno de carne y hueso”. —“Estoy bien en la habitación”. —“Anda, Carlitos, no seas antisocial. Sal a la calle y haz gamberradas”. Y ahora somos nosotros, los padres, las ratas de laboratorio encantadas de correr en su rueda de oro.
¿Qué tontería es esa de llevar bien estar 60 días encerrados? ¿Quieres que te felicite? No lo haré. Si hay que estar en casa se está, de la mejor manera posible pero, ¿contento? Contento estaré cuando baje con el monopatín a la calle con mis amigos. Ya sé que en Etiopía lo pasan peor, pero eso no cambia que estar dos meses privado de libertad es una condena. Pero no, ahora me quedo en casita, con mi internet y mi móvil muy cerquita, y casi me da pena volver a la vida de antes. La tecnología nos está haciendo la cuarentena más llevadera. Quizás demasiado. Estamos haciendo pactos con el diablo y ni nos damos cuenta. Saldremos de esta más adictos al teléfono móvil con su Zoom, Netflix, Skype, Google y whatsapp. Pues menuda mierda de crecimiento personal estamos sacando como lección de esta crisis

    La resiliencia es la capacidad de los seres humanos para adaptarse positivamente a las situaciones adversas. El concepto de moda tiene sus peligros. Veo al maltratador diciendo a su mujer que es poco resiliente y, lo mismo el jefe al trabajador explotado.
No hay formulas mágicas, no hay reglas de oro, la felicidad no está en ninguna frase. Una herramienta es buena cuando se usa en el momento adecuado, en su justa medida y, en ese sentido, una herramienta debe estar sujeta a constante supervisión. La resiliencia no es una excepción. El peligro de no tener en cuenta esto, lo veo a menudo en terapia, es coger una estrategia psicológica óptima y, creer que estamos haciendo lo correcto porque es lo que recomienda el gurú de turno. No conozco ni una sola herramienta psicológica que sea 100% polivalente, salvo esta:

Lo único que vale siempre en la felicidad, es saber que nada vale siempre por igual.

    Si un tipo con un cuchillo te pide el dinero no seas asertivo con él, no le recuerdes tus derechos, dale el maldito dinero. Y pongo como ejemplo la asertividad, todo un arma nuclear en la comunicación interpersonal, pero ni ella puede estar al margen de supervisión. Lo siento, la vida no es tan fácil. ¿Si soy resiliente las cosas me irán bien? No necesariamente.

    Hay una frase por ahí no sólo preciosa, sino muy inteligente. Suele encabezarse con Dios, no sé porqué pedir a un tercero lo que puedes hacer tú mismo, pero mantendré la costumbre. Viene a decir algo así como: “Dios, dame fuerza para aceptar lo inamovible y cambiar lo mutable”. A lo que siempre añado: “Y sabiduría para discernir cuando actuar de una forma y no de otra”. La resiliencia, sin esta aclaración, podría llevarnos a aceptar muros que pueden ser derribados. La resiliencia es el arma que usarán contigo aquellos que no quieren que saltes sus muros. La resiliencia es la excusa que usará tu miedo para tenerte sometido. Cuidadín, la esclavitud más peligrosa es la que se logra sin cadenas.
“No piso la calle por responsabilidad. Soy resiliente. Estoy orgulloso de mi civismo y mis recursos psicológicos de afrontamiento”. Qué forma tan agradable de encubrir tu miedo. Qué difícil romper unas cadenas que no sólo no se ven, llevarlas puestas es un signo de elevación moral. “¡Pero es que prefiero esta vida simple y sosegada, sin atascos, sin gente ni alboroto!” ¿Me dices que prefieres estar 60 días encerrado en tu casa a tu vida de antes? Pues con todo el cariño te lo digo, menuda chapuza de vida debías tener antes.
Conozco esa vida de la que hablas. Tiene sus desventajas y complejidades. Confío la vayamos mejorando, pero esa supuesta tortura con la que la recuerdas se debe a dos factores: cuanto menos oleaje tiene el mar más horrible te parece cuando está un poco picado, que es una forma de decir que estos sesenta días, en ese aspecto, nos están haciendo nadadores más débiles. Por otro lado, todos debemos seguir aprendiendo a coger mejor las olas de cómo lo hacíamos antes del Covid-19. Busquémonos un mar agradable, lo que llamas un mundo mejor, pero si no eras feliz en el mundo pre-Covid, no era porque no fuese un mar propicio para ello, todo lo contrario, es porque tienes que mejorar tu estilo a braza. Hasta que no mejores esto, lo siento, más allá de los primeros meses u años iniciales dónde la novedad haga tu trabajo, no hallarás charca, estanque, pantano, manglar, arroyo, río, mar ni océano que te valga. No, el teletrabajo, a largo plazo, no te dará la felicidad. Sí las necesidades básicas están cubiertas, por encima de las condiciones del agua están las del nadador. Las mareas pre-Covid eran más que propicias para pasar un maravilloso día nadando. Coge lo bueno que puedas sacar de esta crisis, pero no crezcas despreciando lo buenísimo que teníamos antes de ella. Cambiemos algunas cosas de nuestra sociedad, pero hagámoslo más por el placer de estar en movimiento, por rendir cuentas con ese instinto tan poderoso que nos impulsa a evolucionar, que por creer que el grueso duro de nuestra felicidad está en el mar en que nadamos y no en nuestros brazos.
    

Reverso.