Dejamos atrás las 50 sombras del optimismo para hablar este miércoles de algo que cuando era un libro jamás imagine que requiriese esfuerzo, si bien, disfrutar de la felicidad cuando hay motivos para ser feliz.
La verdad es que algunos somos la monda. Si el día nos va fatal malo, si nos va regular malo porque tememos que nos acabe yendo fatal, si nos va bien malo porque no va suficiente bien y si nos va muy bien malo porque no nos lo acabamos de creer; de hecho no nos lo queremos creer, como para que cuando vuelva a ser malo no nos pille por sorpresa. ¡Cuánto nos cuesta a veces disfrutar de que el día vaya bien! No me extraña que haya científicos que digan que estamos programados para la infelicidad. No estoy de acuerdo con ellos, pero entiendo que en tu estado de ánimo suceden cosas raras que hay que explicar. Me imagino que como yo tampoco tú sabes muy bien a qué demonios se debe, pero un día te levantas, y así sin más, incomprensiblemente, haces fácil lo que ayer parecía imposible, para mañana ver imposible lo que hoy te es tan fácil. ¡Y tú eres el mismo! Genética, astros, química, dioses y almas errantes, sea lo que sea, pese lo que pese, está ahí. Absurdo es negarlo.
A todas esas variables que indudablemente deben influir en nuestra trayectoria entre mucho y muchísimo, las vamos a agrupar bajo el nombre de viento. Viento es todo aquello que dependiendo de por donde sople te facilita la marcha, o te la entorpece. El viento está ahí. Siempre está ahí. Y al igual que cuando realizas una marcha de senderismo no sólo la distancia importa, sino tan bien el desnivel acumulado, en todos los mapas de trayectoria vital deberían constatarse los parámetros del viento: dirección, fuerza e intensidad de las ráfagas, etc. El problema es que mientras que la distancia y el desnivel se pueden conocer y son constantes, el viento es variable y puede cambiar de un momento a otro. Viento, caos, azar o suerte, llámalo como quieras, pero es indudable que a veces lo tenemos en contra y a veces, a favor. La mayoría de las personas que he conocido no les ha pillado por sorpresa encontrarse un viento de cara. Es como si todos estuviesen preparados para recibir los envistes de la vida. Unos se caen más que otros, unos tardan más en levantarse que otros, pero todos parecen aceptar que al viento de cara se le vence con empuje. En cambio, sorprendentemente, a muchas de esas personas les cuesta sacar sus cometas y disfrutar como niños que saben aprovechar las corrientes favorables. Les cuesta por timidez, por falsa modestia, por miedo a creérselo, por no levantar envidias, por la absurda asunción de que si piensas que la vida te irá mal será más fácil de encajar la muerte de tu hijo, en definitiva, por estupideces imposibles de sostener en cuanto lo pienses un poco. Querida amiga y amigo, hay días, pocos, pero más que suficientes, en los que vienes de subir una cuesta empinada, en los que andas maltrecho de la última bofetada que el viento te dio y de repente, en parte fruto de tu buen trabajo por tener un buen día pero en definitiva porque a la naturaleza le da la gana, un viento cálido y suave como el susurro de una madre alivia tus piernas de su carga meciéndote en tu camino. Estos días, ¡Estos días!, Estos son días geniales.
Y por favor, estos pocos pero existentes días en los que el viento te empuja hacia delante con la fuerza de un optimismo titánico, no te permitas mirar atrás o preguntarte cuando ese dulce viento cesará. Vuela, solo vuela. Los dos sabemos que en la vida hay cabida para mucho sufrimiento, que siempre habrá vientos fuertes y flojos, cálidos y fríos, constantes y a ráfagas, polvorientos y limpios, delicados y despiadados, del norte y del sur. Sé de tu lucha cuando el viento ha estado en contra, pero lo que ahora me gustaría saber es, cuando el viento te dé en el trasero ¿Te permitirás volar? ¿Volar de verdad?
¿Tendrás el valor de disfrutar de lo perecedero, de lo imperfecto?
La suerte no se puede controlar.
Mi estupidez para regodearme ante su mala cara y mi desapego cuando me sonríe, sí.
Con permiso del viento.