El otro día andaba por la calle y se me antojó un helado de fresa. Era Febrero, y un maravilloso sol de invierno bañaba mi rostro. No hay sol más rico que el de invierno. El caso, es que la idea de tomarme ese helado me hacía muy feliz. Sólo me separaban tres euros de mi maná, desgraciadamente no tenía dinero. No podía creerme mi mala suerte. Me sentí profundamente infeliz. Tres miserables euros iban a tirar al traste mi precioso paseo bajo ese sol de invierno.
Resignado, triste y cabreado, emprendí regreso a casa. Dos horas después, cuando dejé caer los pantalones hasta los tobillos para ponerme el pijama, un ruido metálico llamó mi atención. Metí la mano en el bolsillo del pantalón y me encontré cuatro euros en monedas.
No importa cuánto dinero tienes, sino de cuánto eres consciente. No importa cuán feliz eres, sino cómo de consciente eres de tu felicidad. Eso explica porque hay personas con los bolsillos llenos de dinero que se sienten profundamente pobres. Una de las herramientas más poderosa para la felicidad, y para su ausencia, es la atención. Sólo existe aquello a lo que prestamos atención. Dónde mires, determinará tu estado emocional. Ten muy presente dónde diriges tu atención, delimitará las fronteras de tu mundo. Yo me quedé sin helado por no mirar bien.
Por las mañanas suelo tomarme unas tostadas con mantequilla y mermelada mientras leo el periódico digital. Esto suele llevarme unos quince minutos.
Desde hace unos días me encuentro que los primeros titulares hablan del coronavirus.
He descubierto, que leer sobre el virus me está llevando los quince minutos de los que dispongo, así que desde hace unos días no leo ninguna de las noticias que quedan por debajo. A lo mejor ni están. No puedo saberlo, no he bajado el cursor de mi tablet. Grandísimo error. Como sólo existe aquello a lo que prestamos atención, sin importar cuánto dinero llevemos en los bolsillos, desde hace unos días vivo en un planeta hostil que no tiene nada mejor que hacer que liquidar cruelmente a todos mis seres queridos, a los que no conozco pero muy probablemente llegaría a querer y, a su debido tiempo, a mi propia persona. Qué egoísta la humanidad cerrando las fronteras, que cercana la muerte, qué horror comprobar nuestra infinita fragilidad biológica, qué precaria es la existencia en Europa en el 2020, ¡con lo fácil, longeva y predecible que ha sido la vida hasta el año 1950! ¡Qué macabra broma del destino tener que ser testigo de esta tragedia!
¿En serio? Por favor europeíto bizco, déjate de tonterías y mírate los malditos bolsillos. Te salen las monedas por las orejas, lo que no quiere decir que puedas comprarte tooooooodos los helados que te apetecen, en el mismo instante que te apetecen.
Machos satánicos degollando mujeres en cada esquina, yihadistas al acecho con sus machetes, árboles a la espera de caer sobre las cabezas de nuestros hijos mientras pasean por el Retiro, veinte grados en febrero anunciando la inminente extinción de la raza humana, el coronavirus echando un pulso al resto de desgracias para convertirse en la niña bonita de nuestra atención… ¡Ahí os quedáis, yo me voy a tomar un helado de fresa!
Reverso.