Relojes inteligentes, ¿personas tontas?

Espero que el lector sepa perdonarme algunas concesiones literarias para despertar el interés del pueblo, pues no albergo duda alguna que la inteligencia nada tiene que ver con el tipo de relojes que se vistan. Aclarado posibles malentendidos, ayer vi un anuncio donde una mujer sale andando por un bello paisaje y se alegra de poder testear en su reloj cuántas calorías ha consumido; otro, al despertarse por la mañana, le salen unos gráficos de sus horas de sueño semanal; y no falta quién dándose un chapuzón en la playa tiene la indómita fortuna de poder recibir un mail del trabajo o un whatsapp de un amigo.
Por si no teníamos suficiente con que nos midiesen en el colegio y en las empresas, también queremos medir lo que dormimos. Yo pensaba que lo bueno de pasear eran las vistas y de bañarse en la playa la paz, no tener un artilugio que nos saque de allí para llevarnos dónde siempre.

Al paso que llevamos, todos nuestros actos estarán monotorizados, medidos, analizados por ese hijo de satán de colores alegres que llevamos en la muñeca. Él nos dirá si la puesta de sol tiene la intensidad cromática esperada, si el tono de voz de nuestros seres queridos refleja más o menos emotividad que la anterior vez, o si nuestros orgasmos mantienen una progresión de mejoría aceptable para la media nacional.

Conocedor de que la realidad siempre supera la ficción, sé que el fin de la humanidad puede venir de manos de las máquinas, o de los propios humanos; lo que nunca supuse es hasta que punto máquinas y humanos iban a acabar siendo una misma cosa.
Seguro que tiene muchas cosas buenas, pero como no nos andemos con cuidado los relojes dejarán de supervisar el paso del tiempo para controlar nuestro paso alrededor de él.

Con permiso del viento.