El otro día escribiendo, el testigo del corrector del ordenador saltó con su rojo dedo acusador. La palabra “periocidad” sufría, seguramente avergonzada de que la dejase con esas pintas en medio de la plaza del pueblo. Gotas de dolor caían de cada una de las letras hasta que se formó un surco de sangre. Ese subrayado no me dejaba continuar, como una madre no deja salir a su hijo en invierno sin la suficiente ropa de abrigo.
Las madres a veces tienen razón a veces no, el corrector de mi ordenador no se equivoca nunca. Repasé una y otra vez la palabra, pensé en las distintas formas en la que podía escribirla, y ninguna de mis tentativas cortó la hemorragia. La falta de ortografía persistía. El asunto me inquietaba. Ninguna palabra sangra por gusto, pero yo estaba seguro que “periocidad” se escribía como lo había hecho. Como el que mira al cielo sabiendo que no va a encontrar elefantes volando, pero que no deja de escuchar por la ventana sus trompas sonando, escribí la palabra en Google. Para mi sorpresa, y me sorprendí, porque “periocidad” no podía escribirse de otra forma que no fuese “periocidad”, lo había escrito mal. Resulta, que se escribe periodicidad. He dicho esta palabra decenas de veces desde entonces y me sigue sonando raro.
Una vez que aprendemos algo, se instaura como un hábito. No volvemos a cuestionarnos su existencia, como no dudas que no hay elefantes volando por el cielo. Las líneas que escribí en mi niñez y juventud sobre el amor, la amistad, la traición, la maldad, lo que puedo esperar de mí mismo, los demás y el mundo, la culpa, el futuro, la muerte o el placer, se han metido dentro de mí con tanta fijación, que si tuviese que escribirlas en mi madurez de otra forma las letras sangrarían. Subrayando en rojo mi error. Cuando descubrí que llevaba una vida entera equivocado, convencido que era “periocidad”, se me pasó por la cabeza preguntarme cuantas palabras emocionales llevaré años no sólo escribiendo mal, sino que escribirlas de otra forma se me hace falso, artificial, ajeno. Pero al igual que cuando haya escrito mil veces periodicidad esta palabra retumbará familiar en mi mente, si escribo un nuevo guión para mi vida y me lo repito el número suficiente de veces, ninguna emoción acabará por sonarme extraña por nueva que sea.
Si hay algo en tu vida que no está escrito como te gustaría no dudes que puedes reescribirlo, en la RAE emocional eres la máxima autoridad. Por repetición se instauró, y por la misma repetición algo nuevo puede instalarse. No eres esclavo de tu pasado, sino de creerte los renglones que marcaron a fuego otros, para convencerte que no podrías cambiar tu futuro. Esto no es del todo cierto, como tampoco lo es del todo falso. Ya es algo.
La madurez no es otra cosa que revisar el vocabulario emocional que otros nos legaron.
El rumor del olvido.