Hoy, y todos los días que quieras hacerlo hasta el próximo miércoles, quiero que fisgonees a las personas que duermen en tu casa. Hijos, padres, hermanos, mascotas, amigos, pareja. Si vives solo imagínate a alguna de estas personas durmiendo en su cama.
El tiempo se ha detenido. Duermen. Descansan. ¿Se habrá tomado el reloj una tregua de su incansable baile?
Parece, que están apresados en hielo, quietos, eternos.
Es como si siempre hubiesen estado ahí, y siempre fuesen a estarlo.
No hace falta que te lo diga, bien lo sabes tú. Es una ilusión.
Aquel que yace tan cerca de ti que puedes sentir su respiración no es el de ayer. Quién lo diría, ya, pero no lo es.
La superficie del mar está en calma, pero por debajo siempre hay corrientes; la vida nunca deja de moverse, y cuando lo hace, es para convertirse en algo inerte. Muerte lo llaman.
Pero ahora duermen. Descansan. La cadencia de su pecho es precisa, arriba y abajo; arriba y abajo. Plácidos, al menos en su contemplación. Tú también duermes, tú también te mueves, tu también te pareces tanto al de ayer que es fácil caer en el engaño de confundirte con él.
Es una tregua, un espejismo, un aliento de infantilidad en este mundo a veces cruel de las implacables realidades de los adultos.
Ve a verles dormir.
Es tu momento. Has agarrado al tiempo por el gaznate y no puede respirar. Apriétale fuerte, no temas dañarle, es inmortal.
Golpéale hasta dejarle inconsciente. ¿Ya? Bien, ahora apresúrate a sentarte cerca de la cama y mira como duermen. No te demores, el tiempo no tardará en despertar y pronto se echará a bailar.
Si algo no debes permitirte olvidar, es contemplar a tus seres queridos dormir.
Qué sueños tan placenteros te visitarán si te acuestas sabiendo que en el algún lugar de este universo, están tus seres queridos durmiendo sobre la sábana de la ahora tranquila mar.
El rumor del olvido.