Cuarentena. Capítulo 11

25-03-2020

    —Buenos días.
    —¿No te aburres Mateo de saludar siempre de la misma forma?
    —No.
    —Yo sí.
    —Es una buena manera de empezar el día.
    —Quiero probar otra cosa. Tengo sensación del día de la marmota.
    —Cómo qué.
    —Qué te parece: Ey.
    —Ey.
    —Sí, ey.
    —En vez de buenos días.
    —Eso es.
    —De acuerdo.
    Clara entra en casa y vuelve a salir a la terraza.
    —¡Ey!
    —Buenos días.
    —¡No habíamos quedado en decir, “Ey”!.
    —Tu di lo que te dé la gana, que yo haré lo mismo.
    Clara se estiró. Se desayunó con gusto el día que se abría frente a ella. Después de dos días fríos y tormentosos, la primavera se mostraba tímidamente en un sol que un día de estos vendría para quedarse hasta Octubre.
    —¿Se puede saber dónde vas vestida así?
    —¿No te parece que voy guapa?
    Clara se giró coqueta sobre sí misma. Se había pintado los labios de un rojo celeste, un top verde dejaba ver el piercing de su ombligo y el rotar de su cuerpo, dejó constancia a través de unos leggings negros ajustados, de unos glúteos firmes y tersos como mazorcas. En los pies llevaba una zapatillas de deporte blancas que contrastaban con el resto del conjunto. El sol no tenía previsto aparecer hasta el viernes, pero al ver salir a Clara por la terraza cambió sus planes solo para verla.
    —Sí, estás muy guapa.
    —Gracias —dijo orgullosa ajustándose el top. No tirando de él hacia abajo, sino hacia arriba.
    —Sí que te aburres sí, para vestirte así.
    —Hoy vamos a comer a un restaurante.
    —Claro, claro.
    —Celebramos el cumpleaños de mi hermano. Vamos al Tagliatella, le encantan los fusini rosi.
    —Qué tonterías estás diciendo.
    —Mi padre dice que es un día especial y hay que hacer una comida especial. Nos hemos vestido como si fuésemos a un restaurante y hemos pedido a la pizzería que nos traiga la comida. Hoy es un día especial y no se cocina en casa, ha dicho.
    —Ya veo. ¿Y no tenías un vestido más recatado para ir al cumpleaños de tu hermano?
    —¡Mateo!
    Clara sacó su teléfono para hacerse un selfie.
    —¿Hay algo más que podáis hacer por ser un día especial?
    —Sí, mi hermano podrá tomar aquarius.
    —Hombre, la botella de litro y medio cuesta poco más de un euro, digo yo que no tiene que esperar otro año para tomarse un vaso de esa bebida.
    —También puede tomarlo los fines de semana.
    —No creo que le haga mal tomarlo más a menudo en condiciones normales, pero en estos tiempos de cuarentena tu padre podría levantar un poco la mano.
    —Él dice que precisamente por la excepcional situación que estamos viviendo, hay que buscarse pequeñas alegrías. Como a mi hermano le encanta el acuarius, esperar hasta el sábado es una ilusión. La expectativa le mantiene despierto y, los dos días que lo toma tiene una punzada de felicidad extra. También es una forma de diferenciar los días, como no hacer deberes en fin de semana. Dice que así tendremos menos la sensación de que las horas son una agónica carrera sin principio ni fin.
    —Tu padre sabrá.
    —Por eso mismo Mateo, tienes que quitarte esa chaqueta.
    —Es cómoda.
    —Tiene que serlo, ya es tu segunda piel.
    —Es muy cómoda.
    —Llevas diez días con ella.
    —No sudo ni me la mancho.
    —No es por eso, cambiarnos de ropa es una forma de mantenernos despiertos, activos, expectantes, participativos de unos días que no nos arrasan, cabalgamos con ellos. Llevar tantos días la misma ropa es una forma de dejar caer los brazos, vestirse con la resignación. La pasividad no es buena socia de cuarentena.
    —¿Eso se te ha ocurrido a ti?
    —Lo de socia de cuarentena sí, lo demás es lo que me dice mi padre. Yo me río de él, pero cuando te lo cuento a ti me suena bien.
    —Ayer murieron en España 600 personas, 600 personas en un día, y tú pretendes que me importe llevar diez días con la misma chaqueta.
    —Aún queda mucho para llegar a los 75 millones de personas que ha matado el sida en el mundo.
    —¡Pero qué os pasa en esa familia con los números!
    —Intentamos no perder la perspectiva. Al menos lo menos posible. He estado pensando Mateo.
    —Qué.
    —Sabes que quiero ser psicóloga.
    —Sí, dispara.
    —¿Te importaría que practique contigo?
    —Quieres tratarme como una rata de laboratorio y, además loca.
    —Aunque aún no he empezado la carrera he leído mucho, y mi padre lleva toda la vida enseñándome su profesión. A mí me vendrán bien estas prácticas y tú tampoco tienes nada mejor que hacer.
    —Eso lo dices tú.
    —Es verdad, está mal planteado, tengo que empezar a pensar como una terapeuta. A ti te hará bien servir de ayuda a alguien, sentirte útil.
    —Entonces, quieres decirme lo que debo de hacer.
    —No, quiero que analicemos por qué haces lo que haces y qué otras formas habría de encarar una situación. Como el hecho de que estén muriendo a diario cientos de personas en España.
    —¿Pretendes darme lecciones?
    —Por qué no.
    —¡Chiquilla!
    —Tengo dieciséis años, no soy ninguna niña.
    —A mi lado, siempre serás una niña.
    —Dentro de un año seré mayor de edad.
    —Más mayor de edad seré yo.
    —Hasta que te mueras, ahí dejarás de ir por delante porque se anula el marcador.
    —O sea, que los viejos ya no podemos dar ni lecciones
    —Podéis darlas, pero también recibirlas. Igual hay lecciones que llevas dando mal setenta años.
    —¿Setenta años equivocado?
    —Ajá.
    —Podría ser.
    —Es.
    —Muy segura estás tú.
    —¿De qué repetir setenta años una mentira no la hace verdad? Sí, estoy muy segura.
    —Venga, dale. La verdad es que no tengo nada mejor que hacer.
    -La realidad no existe, sólo existe su interpretación. Esto explica porqué ante una misma realidad, pueden sentirse realidades tan distintas. Es lo que pasa por ejemplo cuando dos aficionados de equipos rivales, ven un partido de fútbol. La misma patada (realidad), es vista por uno como agresión y por el otro como leve empujón (interpretaciones). Lo peor, es que no mienten. Eso sería más manejable. Están convencidos de haber sido testigos de dos realidades distintas, como si el cielo pudiese estar sobre nuestros pies o bajo ellos según a quién preguntes.
Las terapias tienen una serie de instrumentos para conocer y cuestionarse si nuestra forma de crear realidades es empírica y adaptativa y, en caso de no serlo, ayudarnos a que lo sean. Hoy quiero explicarte el contraste adaptativo.
    —¿Cortante adapta, qué? Cómo va a ayudarme algo que no sé ni pronunciar.
    Clara aprovechó el comentario de Mateo parea echar un vistazo rápido a un libro que había cogido de la librería de su padre.
    —Contraste adaptativo. Hay veces que distorsionamos la realidad, como por ejemplo si afirmásemos que este virus va a acabar con la humanidad.
    —Tiempo al tiempo.
    —Exacto, el tiempo dirá. Una distorsión muy común es la adivinación del futuro. Igual mañana la especie humana se ha extinguido, pero la realidad, es que hoy estamos vivos. Sobre mañana se pueden hacer pronósticos pero no sentencias. El futuro, pues eso, es futuro. Nadie puede afirmar saber lo que va a suceder.
    —Si podemos saber que antes o después, todos moriremos.
    —Exacto. Otras veces Mateo, la forma que tenemos de interpretar la realidad, aunque sea dolora, es cierta. Decir que antes o después todos moriremos es una sentencia que no admite réplica. Ahora bien, mirar obsesivamente esa verdad, ¿la hace menos verdad? El contraste adaptativo dice que enrocarse en una idea, aunque sea cierta, que no conduce a solucionarla o hacerte feliz, es absurdo. Si algo no facilita nuestra adaptación, debemos extirparlo. ¿Es cierto que están muriendo muchísimas personas por esta pandemia? Sí. ¿podemos hacer algo más que lo que nos han pedido los gobiernos? No. ¿No dejar de mirar los telediarios hará que mi ser querido no se contagie? No. ¿Pensar que aunque no lo han dicho aún, esto es el fin del mundo retrasará el pronóstico? No. Es más, aunque con las mismas nuestra actitud psicológica, nuestra felicidad, no va a hacer que muera menos gente, no obsesionarse con lo que queda fuera de nuestro control nos hará tener menos ansiedad, fortaleceremos nuestro bienestar psicológico y por extensión nuestro sistema inmunológico. Conclusión: si algo no es útil, aunque sea cierto, es inútil.

    
    

APORTACIONES:

Te recuerdo que puedes enviar tus ideas, frases o cosas que quieres que sucedan en nuestro libro a: rafaelromerorico@yahoo.es
 

Reverso.