Cuarentena. Capítulo 13

27-03-2020

       Después de unos días de frío, vino el sol. Como la primavera es imprevisible, tuvimos un par de días de tormenta, con granizo incluido. Luego, otra vez el sol. Es cierto que engañaba, al abrir la ventana entraba fresco y en cuánto llegaba la sombra, te quedabas pajarito. Llevamos dos días templados y luminosos y, de repente, cuando nos decían que la curva de contagiados y muertos se aproximaba a su cumbre, hoy viernes, despunta un día gris, ventoso y frío. El buen clima se impondrá, con seguridad, pero no aún…
    —Hola —saludó Clara a su vecina del tercero. Marta, la osada en bikini que desafió el reglamento del presidente Coca Colo.
    —Hola. Me llamo Marta.
    —Clara.
    Se quedaron mirando sin saber qué decirse. Todavía El Señor no había estado el tiempo suficiente con los humanos para enseñarles a llevar bien el silencio. Tenían que rellenarlo con chistes, frases, chascarrillos, cotilleos, saludos y conversaciones de variable utilidad. Según pasasen los días irían manejándose mejor en el silencio.
    —Tenías que haberte puesto en tetas.
    —Tienes razón, lo haré.
    —Seguro que así Coca Colo se queja menos.
    —¿Tú crees? Me da que sus placeres siempre están supeditados a sus obligaciones.
    —Qué tío más brasas.
    —Sí, bueno, le entiendo. A mí hasta ayer me pasaba igual.
    —¿Por?
    —¿Ves mis tetas? —Marta se las agarró con las dos manos sin poder abarcarlas.
    —Son enormes, tía.
    —Son de mentira. Como casi todo lo que se adquiere con dinero.
    —¿Te costaron mucho?
    —¿Por? ¿Quieres unas?
    —No necesito llegar a chuparme los pezones, pero un par de tallas si molaría.
    —Pareces joven, aún se te desarrollarán. De todas formas, yo te veo bien.
    —No es por nada, pero que me lo diga alguien con esos melones, en fin…
    —Tienes razón. ¿De qué me sirven aquí las tetas? Llevo diez días sin pintarme, sin pesarme, sin mirarme las tetas y, sabes qué, no me importa.
    —Ya, todos estamos un poco deprimidos.
    —No, no, al revés. Me siento liberada. Vivo bajo el yugo de la exigencia. Trabajo como una negra para tener pasta, un buen coche, unas tetazas, pero sobre todo, no bajo la guardia para no fracasar. Creo que eso es lo que más temo en la vida, fracasar. No sólo en mis negocios, sino como hija, como amiga, como pareja, como persona. Antes, ja —se rió para sí misma como si hubiesen pasado tres siglos desde entonces—, antes era un contra reloj para no quedar la última. Sentía que todo el mundo sabía lo que se traía entre manos, era cuestión de tiempo que la manta se evaporase y descubriesen la fracasada que era. Una paria. Me he pasado la vida huyendo de esa sensación. Ahora, aquí encerrada, confinada entre unas cuantas decenas de paredes, me siento bien, me siento libre, me siento ligera.
    —¿Por?
    —Porque todos estamos igual. No podemos ir a la playa para presumir del cuerpo que nos ha dejado el gimnasio, no podemos comer bogavante en un restaurante para constatar nuestro poder adquisitivo, no tengo que ir sola al cine cuando los demás van en parejita, no tengo que acostarme y repasar si he hecho algo que de sentido a mi vida porque todos compartimos un sentido muy sencillo: dormir, comer, charlar, trastear con una pantalla y cagar. Este virus nos ha cortado a todos por el mismo rasero, lo que me deja mucho tiempo libre, ahora que no tengo que pensar como cortarme el pelo para diferenciarme de los demás.
    —Ya, este capullo nos está poniendo a todos en nuestro sitio. La gente con dinero se dará cuenta que no todo se puede comprar.
    —Ahí te equivocas amiga. Esa lección es para los pobres, los ricos hace mucho que saben que la felicidad no se puede comprar.
    —Joder, pero decir que eres feliz con la que está cayendo.
    —Si hace dos meses hubiera dicho que había tenido un buen día, nadie me habría mirado mal. Porque la que caía, era sobre los negros de África, por decir algo. Si estaba bien visto ser feliz cuando mueren aquellos, porque no voy a poder decirlo cuando mueren estos. De todas formas, me siento más liberada que feliz. Seguro que mucha gente se siente como yo. La vida se ha convertido en un juego mucho más controlable. No en lo referente al virus, pero en el día a día, ahora importa menos si tu amiga no te contestó el mensaje, tienes cartucheras o han subido los billetes de avión. La vida simple tiene sus encantos. Aunque me muero de ganas de salir. Ufff, prefiero no pensarlo.
    —Yo también. Puto coñazo.
    —Cómo ha cambiado la cosa en diez días, ¿eh, Clara? Ahora el mundo es de las putas palomas. Las odio y ellas, no dejan de reírse en mi cara. ¿Ves ese coche de ahí? El BMW azul.
    —Sí.
    —Es mío. Ahora las palomas son las reinas de la calle, se burlan de nosotros. Todos los coches bañados en sus putas diarreas. No podemos bajar ni a limpiarlos. Las palomas son la nueva raza dominante.
    —A mí también me caen mal.
    —¡Y a mí! —dijo otro vecino.
    —¡Contagian enfermedades y quitan los nidos a los gorriones! —protestó alguien del otro edificio—. ¡Me caen como un puntapié en el trasero!
    —¡Y a mí! —se fueron sumando voces.
    —¡Matemos a estas hijas de puta! —gritó Marta—. ¡Recuperemos algo de nuestra crueldad humana!
    Entre todos hicieron un plan para exterminarlas a base de tirarles todo tipo de cosas. Tiraron garbanzos, equipos de música, maceteros, una tiró a su marido, tiraron zapatos, y hielos, pero la idea más aplaudida, fue tirarles nuestros propios excrementos. En unos días estaban todas manchadas de mierda humana. Putas palomas. Estaremos encerrados, pero no nos quitaréis nuestra calle.

    

APORTACIONES:

Esther Castellanos: «HOY PUEDES DESCANSAR….HOY EL FRACASO ESTÁ PERMITIDO…

El personaje de “mi libro” siempre ha querido destacar, lo que automáticamente significa que hay “mejores” y “peores”. Hoy somos todos igual de vulnerables.

De alguna forma, esta nueva situación puede traernos “paz” mental…. Hoy PODEMOS ponernos gordos en casa por no movernos, PODEMOS ver cerrar nuestros negocios, PODEMOS ver suspender a nuestros hijos… Todo esto que a muchos nos agobiaba porque “teníamos que ser mejores”, ha dejado de tener valor. Hoy podemos parar porque el rasero que teníamos para medirnos ya no aplica para NADIE».

Te recuerdo que puedes enviar tus ideas, frases o cosas que quieres que sucedan en nuestro libro a: rafaelromerorico@yahoo.es
 

Reverso.