30-03-2020
Clara no había pegado ojo en toda la noche. Cuando vio a Mateo abrazado al cadáver de su mujer tuvo un primer impulso de gritar, seguido de una urgencia de consolarle. Llegó a apoyar los nudillos en el cristal de la puerta corredera, pero se dio cuenta que no sabría qué decirle, ni si él querría hablar. “¿Cuando sea psicóloga de verdad sabré qué decir en estas situaciones? ¿Cuándo sea psicóloga, sabré discernir cuando cura más el silencio que las palabras?”, se preguntaba a sí misma. Tuvo el súbito despertar de darse cuenta que estaba contemplando algo a lo que no había sido invitada. La intimidad del sexo era ridícula al lado de lo que allí sucedía. Era indigna de mirar por la ranura de la cortina ni un segundo más.
Por miedo a no saber qué soñar, Clara había huido de esa noche como la luz se escabulle de la oscuridad y, al primer signo que entró por su persiana a medio bajar de que había despuntado el sol, ya estaba en la terraza esperando a Mateo.
—Buenos días, chiquilla.
—Buenos días, Mateo.
Mateo, como siempre, cerró la puerta hasta dejar un dedo. Ahora Clara entendía por qué. Así evitaba que saliese el olor.
—¿No vas muy abrigada?
—Me habría puesto el plumas, pero está en la habitación de mi hermano. Hace un frio de narices.
—Sí, se han desplomado las temperaturas —dijo Mateo con su chaqueta marrón de botones sin abrochar.
—Lo que no se han desplomado son el número de muertos. Están cayendo como churros. Ayer ochocientos, seguro que hoy otro montón. Es horrible.
—Lo es.
—Me da mucha pena.
—Normal.
—No es justo.
—La justicia es una palabra que se ha inventado la humanidad para dar orden al caos.
—¿No te parece injusto morir sin poder despedirte de tus seres queridos?
—Me parece triste.
—No se merecían morir así.
—Clara, eso es como decir que sí se merecían nacer así. ¿Por qué nacemos en la época, el lugar y rodeados de unas personas y no de otras? ¿Acaso si hubieses nacido en Etiopía, o en España hace quinientos años, o de un padre pedófilo, serías como eres? Los que han nacido con deficiencias severas o, los que se han perdido a medio camino antes de asomar la cabeza, ¿es que no sabían que había que enviar un Jamón serrano pata negra a Dios? El destino es ciego tanto en su comienzo como en su final.
—No puedo quitarme de la cabeza lo que deben estar pasando los que han perdido a sus abuelos, a sus padres —hizo una pausa intencionada—, a sus parejas.
—La pérdida es proporcional a la ganancia. Cuando veas a alguien sufrir ante un muerto, alégrate por él, significa que lo ha disfrutado mucho. No se llora lo que no se ha amado.
—¿Y los que meses después siguen llorando?
—Eso no es amor, es dependencia. E infantilidad.
—¿Infantilidad?
—Queremos apostar 10 y ganar 100, sin perder más de 5. Hay algo peor que ser cobarde, y es ser incongruente, pretender que la lluvia moje en función de nuestros intereses. El reverso de amar es añorar, como el reverso de añorar es soñar. El que juega con madurez no sólo sabe que puede perder, sino que perder forma parte del juego y, por tanto, de alguna manera también es ganar. Llorar a tus seres queridos no es perder, es continuar con la partida.
—Si no amas te ahorras llorar.
—Si no amas llorarás por ti misma. Las lágrimas más tristes que pueden derramarse son las que caen sobre la piel de uno mismo. Son lágrimas invisibles que ahogan el alma, aunque al cuerpo parezcan no afectarle.
—¿Tu lloras, Mateo?
—Por suerte.
—No sé, pareces muy serio.
—Mis lágrimas son tímidas, no indiferentes.
Hubo un silencio que a ninguno de los dos incomodó.
—Hace muchos años, muchísimos, hice un viaje con mi mujer a Bali. Al salir de la piscina me quedé contemplando una gota de agua sobre mi mano. Dentro se veían las palmeras, el mar y el cielo que se abrían frente a mí, pero al revés. Es un efecto óptico que desconocía, no sé a qué se debe. Pensé, que en una gota de agua se concentra el reverso de la vida, su derecho y su revés: el amor y la tristeza. Cada vez que pienso en esa gota de agua veo a mi mujer.
—¿Mateo, crees que bajará el número de muertos?
—Cielo, no llueve eternamente.
—Si necesitases mi ayuda, si, no sé, estuvieras triste por algo, ¿me lo dirías?
—¿Chiquilla, por qué crees que salgo todos los días a la terraza? Estas conversaciones me sanan.
Con esto, todo lo que Clara vio la noche anterior por la ventana de su vecino, quedó hablado…
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Reverso.