Cuarentena. capítulo 18

    1-04-2020

     Esa mañana Clara no salió a la terraza. Se había pasado hasta altas horas de la madrugada ayudando a su padre a habilitar una habitación para el aislamiento. No se despertaría hasta la hora de comer.
     Mateo miraba los árboles. Podía pasarse horas así. Los viejos llevaban mejor la cuarentena, la mayoría entraban en ella al poco de jubilarse.
     —Buenos días Mateo.
     Lucía apareció dentro de la jaula para ver tiburones blancos en Sudáfrica, que había usado para ir al supermercado. Los mercenarios que la llevaron en tanque le habían instalado un sistema de poleas para bajar a ver a sus vecinos cuando desease. Llevaba puesto un traje de neopreno que le cubría el cuerpo entero, gafas de buceo, mascarilla y en los pies, unas botas de montaña de caña alta.
     —Desde luego no podía haber escogido un traje más apropiado para el día —dijo Mateo—. Te protege del virus y de la lluvia.
     —He estado una hora para meterme dentro.
     —No la oigo.
     —Una hora.
     —No sé qué demonios dice de una soga.
     Lucía comprendió que con la escafandra y la mascarilla no se la escuchaba y tomó una decisión que sin que ella se diese cuenta, abría un hilo de esperanza sobre el control que quería tener sobre el Señor Bicho. Se deshizo de ella. Una preciosa melena caoba cayó sobre sus hombros. A Mateo le pareció tan hermosa que quiso salir en su auxilio.
     —Sabe Lucía, que el pelo es como la piel de las manos, con lavarlo es suficiente para desinfectarlo. No es necesario cortarlo.
     —Ya —Lucía estaba haciendo un enorme esfuerzo de contención psicológica, para no huir despavorida al notar como cada cabello manoseaba la goma de ese traje contaminado.
     —No deje que este virus le arrebate su pelo.
     —Tampoco es tan importante.
     —Cierto, no lo es. Es más un símbolo de la resistencia. Se nota que llevas toda la vida cuidando ese pelo con sumo mimo y dedicación, cortártelo por este puto bicho, hacerlo para reducir a cero la posibilidad de contagio, sería renunciar a tu esencia.
     —Voy a intentarlo.
     —¿Qué me decía antes?
     —Que he estado una hora para ponerme el neopreno.
     Mateo optó por ahorrarle la angustia de preguntarle cómo tenía intención de deshacerse luego de él. Sin coronavirus, con un traje de medio cuerpo y, siendo él mucho más joven, un día que se lo puso juró que parir un crío de cuatro kilos era más sencillo que separar ese chapapote de su piel.
     —El tiempo es un regalo, cada uno que lo gaste dónde quiera.
     —Mateo…
     —Sí.
     —No sé si debería decírtelo.
     —Ya me lo ha dicho.
     —No, aún no te lo he dicho.
     —¿Una vez tirada la colilla al bosque podemos decir que no hemos iniciado el incendio?
     —Ayer el doctor Sly se equivocó.
     —Inevitablemente.
     —¿También te diste cuanta?
     —De qué.
     —¿No dices que sabes que se equivocó?
     —He dicho que el que se mueve, inevitablemente, se equivoca, no que sepa cuál fue el error concreto de él ayer.
     —Si el presidente Coca Colo habla es que respira, si respira no hay paro cardíaco y, por tanto, no tiene sentido empezar un masaje cardiaco.
     —¿Cómo sabe eso?
     —Tengo memorizados todos los tutoriales de supervivencia de Youtube. Si mi avión camino del Caribe tiene un accidente, sé que tengo que encerrarme en el baño porque es dónde más probabilidades hay de soportar el impacto, sé hacerme un flotador con mis bragas, sé reproducir el sonido de las orcas para que los tiburones me confundan y salgan despavoridos, conozco las corrientes de todos los océanos y como cogerlas para que me lleven a tierra firme y, por supuesto, sé construir un McDonald en una isla deshabitada.
     —Usted hace cuestionar la máxima de que el saber no ocupa lugar.
     —El caso, es que doctor Sly va a estar catorce días en aislamiento por tocar al presidente cuando no hacía falta hacerlo. No sé si debería decirle que se equivocó.
     —¿Lo hizo?
     —Claro, te lo acabo de explicar.
     —Cuando una persona ve a otra ahogarse y se tira al agua a salvarla sin quitarse los zapatos, ¿se está equivocando? Cuando ves que alguien se cae y sales corriendo en su ayuda, ¿te está equivocando? Es verdad que no quitarse los zapatos le hará nadar peor e incluso ahogarse él mismo y, correr porque alguien se ha caído es absurdo, no le va a pasar nada por estar quince segundos más en el suelo, pero no diría que escuchar esa voz instintiva que te lleva a actuar cuando otra persona está en apuros, es un error.
     —¿Se lo debería decir? No querría hacerle más difícil la cuarentena.
     —Doctor Sly es el abogado de las emociones, seguro que rápido encuentra la forma de volcar el juicio a su favor, pero igual quiere mirar algo más allá.
     —No le entiendo.
     —Doctor Sly salió corriendo sin ver lo que sucedía porque su hija le dijo que Coca Colo estaba sufriendo un ataque al corazón. Quién sabe, igual cuando llegó a la altura del presidente y le puso las manos encima, enseguida se dio cuenta que alguien que habla y respira no está sufriendo un ataque cardiaco sino un ataque de pánico, pero una vez con las manos en la masa, decidió seguir precisamente para que su hija no se enterase que se había expuesto al coronavirus innecesariamente.
     —¿Crees que pudo pasar eso?
     —No tengo la menor idea, ni siquiera sé si un ataque al corazón te impide hablar. Lo que sí sé, es que la mayoría de los padres harían cualquier cosa por sus hijos. Es un amor poderoso como no conozco otro.
     —Eso dicen.
     —¿No quieres ser madre?
     —No sé si sería una buena madre.
     —Esa respuesta ya es un buen comienzo. Los peores padres son los que se dan por buenos.
     —De momento, a ver si encuentro con quién.
     —Alguien llegará.
     —¿Cómo puedo saber que ha llegado?
     —En el amor, de las únicas mentiras que hay que cuidarse es de las que nos decimos a nosotros mismos.
     —Llevo con un chico dos años. Nos queremos, pero ayer me planteé muy seriamente dejar la relación. No fue por la discusión que tuvimos, llevamos un par de meses reguleros.
     —Si hace un mes estabais regular y no lo dejaste, no veo porqué dejarlo ahora.
     —Hay cosas que no puedo soportar.
     —Hace un mes las soportabas. No te gustaban, pero las soportabas. ¿Cómo puedes tener la seguridad que tu agotamiento se debe a la relación y no a esta situación?
     —Algo así se sabe.
     —Ayer lo explicó el doctor Sly. No estamos en nuestro mejor momento.
     —Lo del balance.
     —Exacto, lo del balance. Llevamos semanas recibiendo preocupaciones sin apenas entrar recompensas. Estamos más deprimidos de lo que somos conscientes.
     —Esta crisis no puede hacerme olvidar dónde tengo la mano derecha.
     —Precisamente lo que está alterando esta situación tan excepcional es la percepción de la realidad. ¿Es real lo que está pasando? Hay veces que me lo pregunto.
     —Mi novio es un gilipollas.
     —Seguro. La cuestión es si lo es tanto como para dejarle. Si este, justo este, es el mejor momento para tomar la decisión. El confinamiento está tensionando a las personas y su relación con su entorno. Hay quién en estos días está planteándose divorciarse, cambiar de trabajo o de ciudad, o mandar a la mierda a un amigo o familiar. Cuatro mil millones de personas aisladas, calles siempre repletas desiertas, ¡hay un hospital de campaña en Central Park! ¿De verdad somos tan ilusos de pensar que estamos en condiciones de tomar decisiones importantes? Si el mundo está en cuarentena, podrá poner en cuarentena la decisión de dejar a su novio.
     —Entiendo lo que dices, pero en la vida a veces hay que tener un mínimo de dignidad por uno mismo. Hay que apostar.
     —Dignidad más impulsividad, es igual a orgullo. Dignidad más sangre fría, es igual a principios. Los principios hay que defenderlos desde el calor, pero hay que llegar a ellos desde el sosiego.
     —¿Eso te lo ha enseñado el coronavirus?
     —Tengo ochenta años, la vida ya me había enseñado casi todo antes de que él llegase.
     —Muy presuntuoso, ¿no?
     —He dicho casi todo.
     —¿Y cómo te ha enseñado la vida esta lección?
     —Da igual cómo llega la lección a ti, importa que llegue.
     —Tengo curiosidad.
     —La curiosidad mató al gato.
     —Por eso dios le dio siete vidas.
     —Aunque te cueste creerlo —Mateo por primera vez tuteo a Lucía—, hubo un tiempo que fui joven.
     —No me cuesta creerlo.
     —¿Ah, no? Pues a mí sí. El caso, es que cuando mi hijo tenía veintidós años tuvimos una discusión enorme. Me dijo que se iba a trabajar de marinero. Seis meses recorriendo el Pacífico en un cargador. Yo era profesor de escuela, y quería que mi hijo estudiase. En aquel entonces, el colegio iba mal y estaba sobre la mesa su cierre, mi padre se estaba muriendo y por extensión de todo esto, la relación con mi mujer no discurría entre pétalos de rosas que digamos. Le dije a mi hijo que si ponía los pies en ese barco, jamás volvería a ponerlos en mi casa. Él sólo quería vivir su vida, pero el hecho de que quisiera vivirla tan lejos de sus padres, me producía tal sufrimiento que sacrifiqué la relación para ahorrarme verla agonizar. Marcos, mi hijo, aguantó el órdago y se marchó.
     —¿No ha vuelto a saber nada de él?
     —Vive en Tailandia desde hace mucho tiempo. Tiene un par de hijos. Hablamos de vez en cuando por teléfono.
     —Entonces Mateo, tienes un par de nietos.
     —No tengo una puta mierda. Sólo me queda un perverso eco que reverbera una y otra vez en mis sueños, gritándome en susurros hasta qué profundos abismos puede llevar al hombre su sinrazón.
     —Papá.
     —¡No me llames así! —se enfadó Mateo.
     —Yo necesito un padre tanto como tú un hijo.
     —¿Es que ese traje de neopreno te oprime tanto el cuerpo que no te llega la sangre al cerebro?
     —Todos nos merecemos una segunda oportunidad.
     —Pierdes el tiempo.
     —Mateo, necesitas tanto que te salven como yo salvar. Necesito tanto que me salven como tú salvar. Entre los dos nos apañaremos para llegar a la orilla. Papá, déjame tirarme al agua con los zapatos puestos.

APORTACIONES:

M.C.P.: «Si Coca Colo habla es que respira, y si respira no hay paro cardiaco y no se puede empezar masaje cardiaco».

Te recuerdo que puedes enviar tus ideas, frases o cosas que quieres que sucedan en nuestro libro a: rafaelromerorico@yahoo.es
 

reverso.