Cuarentena. Capítulo 19

     2-04-2020

    —Buenos días chiquilla.
    —Hola —respondió secamente Clara.
    —Aunque debería decir buenas tardes, es casi la hora de comer.
    —Ya.
    —Ayer también te levantaste tarde.
    —Me había acostado tarde ayudando a mi padre a habilitar la casa para su aislamiento.
    —Qué tal está.
    —Cómo quieres que lo sepa, apenas le veo —respondió cortante.
    —Seguro que está bien.
    —¿Ahora eres adivino?
    —Quiero decir que deseo que esté bien y, conociéndole, creo que está bien. Razonablemente bien.
    —Qué porquería es razonablemente bien.
    —En una situación difícil, estar razonablemente bien, es un éxito, como estar razonablemente bien cuando el contexto empuja a la felicidad es un fracaso.
    —No he entendido nada Mateo. Tengo mucho sueño.
    —Llevas dos días con los horarios de sueño alterados.
    —¿Llevas la cuenta?
    —Sí.
    —Aunque tenga coronapollas, padre ya tengo uno.
    —No sabemos si lo tiene, se ha aislado por precaución por lo que pasó el otro día. ¿Estás preocupada, Clara?
    —Y si se muere.
    —No hablemos de eso. No es persona de riesgo, ni siquiera sabemos si está contagiado.
    —Estoy hasta el chocho de que esta puta curva no baje. Sólo veo muertos por todas partes.
    —Ya falta menos.
    —Así lleváis toda la maldita semana.
    —Es lento y, tú eres impaciente, pero ya falta menos.
    —¡Qué soy impaciente!
    —Perdona, tienes razón, lo estás haciendo de maravilla. Eres una jabata.
    —¿Qué es una jabata?
    —Es una forma de decir que eres una amazonas de esas que cabalga en pelotas su pura sangre al galope. Es una situación muy difícil para todos, pero de verdad que falta poco. ¿Alguna vez has visto amanecer?
    —En Nochevieja con unos churros, pero iba mamada y no recuerdo mucho.
    —En la ciudad no vale. En la montaña, si estás en un punto alto, desde que el cielo comienza a sangrar hasta que descubres salir la coronilla del sol por detrás de las colinas, pasa casi media hora. Te parece imposible que tarde tanto, la luz va siendo tan avasalladora que no entiendes cómo todavía no ha podido despuntar el astro, pero una cosa es segura, siempre acaba saliendo el sol.
    —Los “mayores” —hizo las comillas con un gesto de desprecio— siempre estáis prometiendo cosas. Nos cameláis con vuestras palabras, pero sois unos falsos.
    —Clara, te veo particularmente de mal humos esta mañana.
    —¡No estoy de mal humor! Estoy harta de que me digáis eso. Qué si estás de mal humor, que si joder con la niña, que sí soy una adolescente insufrible. ¡Dejadme en paz!
    —No eres una adolescente insufrible, eres una mujer agotada psicológicamente que lleva dos días durmiendo mal. Este bicho hace que estemos todos cogidos con pinzas, alterar los hábitos de sueño no es buena idea en esta situación.
    —Ayer estaba agotada de la noche anterior, todo el día deseando meterme en la cama. Pues cuando lo hice no era capaz de dormirme.
    —Porque esa mañana te habías levantado a las tres de la tarde.
    —Me dieron las cinco de la mañana dando vueltas en la cama como una idiota.
    —Hoy tendrías que haberte levantado a las diez.
    —¿No me has oído? Qué quieres, que duerma cinco horas.
    —Sí, porqué no. No pasa nada por dormir unos días cinco horas. O menos. Si luego no te echas la siesta y mantienes tus horarios de acostarte y levantarte, te regularás en unos días.
    —Lo intento, pero cuando estoy en la cama empiezo a pensar en que al día siguiente voy a estar agotada y me pongo nerviosa.
    —Para dormir hace falta un estado de relajación, tus nervios son incompatibles con el estado de tranquilidad que necesita tu cerebro para desconectarse. Tienes que dejarte llevar.
    —Eso intento, pero no me duermo.
    —Le exiges al sueño que venga, pero Morfeo es muy suyo y cuando se siente presionado se larga. Quédate relajada, acepta que él manda, no te alarmes por dormir poco y, si Morfeo cree que no vas de farol, te llevará con él.
    —Hablas como si tuviese que convencerle.
    —Las personas creemos que todo nos pertenece, llenos de exigencias y demandas. Pensamos que el sueño es algo nuestro, que se produce en nuestro cerebro y, por tanto, nos debe cuentas: “Cerebro, ¡desconecta!”. La única forma de ganar algunas batallas es no librándolas.
    —¿Esta es una de esas batallas?
    —Sí Clara, el problema es que otras no están tan claras. De hecho, las batallas más difíciles son las que hay que alternar encarar con esperar. Y no es nada sencillo discernir una estrategia de otra.
    —¿Y cómo lo hago entonces?
    —En cada situación importante, deberás preguntarte a menudo qué actitud es mejor, en qué momento es mejor.
    —Qué coñazo.
    —Yo lo veo entretenido, la vida puede ser muy aburrida.
    —Esta mañana te veo particularmente animado Mateo.
    —Esta noche he dormido bien, chiquilla.
    Lo que Mateo no explicó a su vecina es que estaba de especial buen humor porque el traje de padre le sentaba la mar de bien. No quiso contarle, que al igual que su padre hace dos días siguió haciendo un masaje cardiaco al presidente para que ella no se sintiese culpable, ayer no le dijo a Lucía que la relación con su hijo era maravillosa. Es cierto que vivía en Tailandia, es cierto que con veinte años se fue de marinero, tampoco la engañó en que Mateo fuera maestro de escuela, pero su hijo y él nunca se enfadaron ni dejaron de hablarse. Al mirar atrás Mateo reconocía haber hecho algunas putadas, pero no a su hijo. Mateo, desde el día que Lucia le contó que perdió a su padre de niña, al verla sometida a esa angustia por perder la salud con la que vive permanentemente, supo que esa chica necesitaba un padre. ¿Qué mejor que un padre que por idiota ha perdido a su hijo y sueña con una segunda oportunidad? Por otro lado Mateo necesitaba ayudar, sentirse útil como cuando daba pan a las palomas, y proteger a Lucia daría un sentido a su vida que le vendría tan bien como a ella. Aunque le mintió, le dio pistas. Ya le avisó en la conversación que mirase más allá detrás del comportamiento del doctor Sly: “La mayoría de los padres harán lo que haga falta por sus hijos. No conozco amor más poderoso que el de un padre”. Viendo la falta que le hacía a Lucía un padre, y lo bien que le sentaría a él serlo por segunda vez, ¡cómo no iba Mateo a inventarse un cuento de dragones y princesas por ayudar a su hija!

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reverso.