Cuarentena. Capítulo 23

     6-04-2020

         Clara ha bajado esta mañana a la panadería. El día es algo más luminoso, a pesar de albergar las hojas de los arbustos pomposas gotas de agua. El motivo, las noticias empiezan a ser algo esperanzadoras. Mejor no rascar mucho, porque a la primera capa que levantas, vuelven a invadirte miedos y recelos tanto presentes como futuros.
    En la puerta de su casa y, quizás sugestionada por los carteles del portal dónde jóvenes se ofrecen a hacer la compra a los mayores, decidió llamar a su vecina de en frente. Una mujer con más de ochenta primaveras en sus bolsillos, con la que no tiene más relación que saludarse las pocas veces que coinciden en el descansillo.
Los casi tres años que lleva viviendo en esa casa, sólo le han servido para saber de ella que hará como un año, murió su marido. A veces se la encuentra con una esterilla camino de un Centro de Mayores que han abierto en las cercanías.
    Tras llamar al timbre de la vecina y volverse al umbral de su puerta para mantener la distancia, esta abrió la puerta.
    —Buenos días, quería preguntarle si necesita algo.
    —Muchas gracias, me encuentro bien.
    —¿Necesita que le traiga algo de comida?
    —Mis hijos vienen de vez en cuando con comida. ¿Sabes qué pasa con la basura?
    —Pues ahí lleva dos días —dijo señalando el descansillo con varias bolsas acumuladas.
    —Es que los domingos no la recogen.
    —Ya, pero está la del sábado.
    —Yo la voy dejando en la terraza, el problema es la comida, que huele. Bueno, la dejaremos ahí de momento.
    —¿Seguro que no necesita nada?
    —Me entretengo leyendo.
    —¿Le gusta leer?
    —Acabo de terminar uno que os habría gustado.
    —Seguro.
    —Es muy entretenido, de esos que te mantienen atrapada. Espera.
    La vecina se fue y apareció con un libro de un autor japonés. Eran dos enormes volúmenes, probablemente con más de setecientas páginas cada uno.
    —Es este. Me he llegado a acostar a las tres de la mañana leyéndolo. Ahora he empezado otro. Espera.
    Apareció con otro del tamaño del Quijote.
    —Este le empecé ayer. Ya llevo un buen trozo. También engancha mucho.
    —Qué bien que le guste leer.
    —Sí, paso el día entretenida. Ahora iba a ponerme a hacer Taichí. Todos los días hago Yoga y Taichí. Por la noche tengo clases online de inglés. Estuve dos años viviendo en Londres y me viene bien dar clases. Las clases las recibo claro, no las doy —rió. Una sonrisa a media vela, enmarcada en un rostro gris y apagado y, con todo, lleno de vitalidad. Parecía una tortuga Laúd, cuya piel curtida le daban un halo de sabiduría eterna.
    —Sí está entretenida, sí.
    —El otro sábado, fue el primer día de la cuarentena que se me atragantó. Ese día hizo justo un año que murió mi marido.
    Clara no supo muy bien qué decir y se limitó a mostrar un gesto de cercanía con la boca, algo parecido a una sonrisa de consolación, de compañía. Es curioso el amplio registro de misivas que tiene una sonrisa.
    —Ya estoy bien, sólo fue ese día, pero lo pasé muy mal. Tuve momentos que quería tirarme por la ventana —Clara se asustó. Cuando una tortuga sabia dice algo, lo dice con todas las de la ley.
    —Mi padre es psicólogo.
    —Lo sé. Me lo dijo tu madre. Ya me disculpé con ella, fui muy desagradable con tu madre esos días que mi marido se estaba muriendo.
    —No tiene importancia.
    —Me vinieron muy bien algunos libros que me recomendó mi psicólogo.
    —¿Le gusta leer ese tipo de libros?
    —Qué remedio, me hacían mucha falta.
    —Mi padre escribe libros, seguro que le hará ilusión regalarle uno.
    En seguida apareció Clara con un ejemplar en la mano.
    —Es este.
    —Qué bien.
    —Bueno espere, voy a decirle que se lo dedique. En unos minutos vuelvo a timbrarla. ¿Cómo se llama?
    —Puedes llamarte Maite.
    Cinco minutos después Clara repitió la jugada, aunque esta vez se alejó algo menos de la puerta para poder darle el libro.
    —Aquí está. No se preocupe que se ha lavado las manos, luego he dado al libro con una toallita desinfectante.
     cogió agradecida el libro con una mano. En la otra tenía tres libros.
    —Mira, este es para aprender a decir “NO”. Me viene muy bien porque siempre digo que sí. Este otro es para aprender a hacer las cosas solas. Es ideal, me está ayudando a ir al cine sola, a un restaurante. ¡A mi edad! Y este otro es más rollo.
    —Este último no lo conozco. Los otros son buenos.
    —Muchísimas gracias por el libro.
    —Nada. No dude en llamarnos si necesita algo.
    —Lo mismo digo, aquí estoy para lo que necesitéis.
    Unos minutos después, sonó el timbre en casa de Clara. La vecina esperaba libro en mano en el quicio de su puerta.
    —Dile a tu padre que me he emocionado de la dedicatoria que me ha puesto. Díselo eh.
    —Se lo diré.
    —¿Cómo te llamas?
    —Clara. Me llamo Clara.
    —Qué niña más guapa eres Clara.

 

APORTACIONES:

Mi vecina de enfrente, bautizada para esta novela como Maite.

A mis pacientes siempre les digo, que por deprimidos que estén, en cuanto puedan, tienen que salir a la calle. Aún sin ganas. En la calle están las sorpresas, en casa todo es muy predecible. La vida baila tanto fuera como dentro, pero las notas más asombrosas a menudo se encuentran cuando no se buscan. Por eso, aún teniendo recién escrito el capítulo de hoy, mi vuelta de la panadería me ha deparado una sorpresa fuera de guión que ha adquirido toda la relevancia. Sobre todo, por imprevista. Adaptando la conversación al libro, todo lo que cuento sobre la vecina de en frente es absolutamente veraz. Qué más importante podría compartir hoy contigo, que a Maite, una mujer que hablando unos minutos con ella puerta a puerta, me ha demostrado que no se necesita más tiempo para admirar a alguien. Para tomarla como ejemplo. Un ejemplo de vitalidad, de honestidad emocional, de gestión de crisis, del duelo ante la pérdida de un ser querido. No se queja de la cuarentena, con todo lo que nos quejamos los demás. Se adapta. Estudia, hace deporte, se pone óperas en Youtube. No recrimina a su vecino si la llama mucho o poco, disfruta del rato compartido. No aprovecha el encuentro para entrar en una conversación sin fin, tras hablar un rato se retira tranquilamente a su hogar. Hoy es un gran día, he descubierto que vivo en frente de una sabia tortuga Laúd.

Te recuerdo que puedes enviar tus ideas, frases o cosas que quieres que sucedan en nuestro libro a: rafaelromerorico@yahoo.es
 

reverso.