7-04-2020
—Hola —saludó Clara.
—Buenas tardes.
—No te he visto en todo el día.
—No me ha apetecido salir. Anoche dormí bastante mal.
—¿Por?
—Digamos que mi mujer ya no puede alimentar por más tiempo a los gatos del Retiro. Ayer llevé su último trozo. Me dio pena irme, fue algo parecido a echar las cenizas al mar. He llegado a las siete de la mañana.
—Has arriesgado mucho.
—Más se arriesga el que nunca arriesga.
—¿Por?
—Se arriesga a morir sin llegar a saber lo que es vivir.
—Pero si calculas mal y la palmas, también te arriesgas a eso.
—Cierto, de ahí que la mayoría de la gente prefiera pecar de quedarse corto que largo. Yo incluido.
—Pero tú has arriesgado.
—No temo contagiarme, ni las multas, porque ya no tengo nada que perder. Hasta ayer, he sido una persona bastante miedosa y normativa.
En ese momento empezaron los aplausos de las 20:00. El pueblo español es una familia unida a sus costumbres. A la Semana Santa, al vinito con boquerón y patata frita del aperitivo, a largarse fuera de su ciudad en cuanto hacía buen tiempo, a cotillear y criticar, al botellón y, desde El Señor Covid, a aplaudir a las 20:00. Es cierto que somos un pueblo con cierta precariedad en el cumplimiento de sus obligaciones, pero cuando de costumbres se trata, tenemos la diligencia de los nórdicos.
Cuando los aplausos cesaron, desde el sexto alguien voceó: “¡Viva el Coronavirus!”. Se impone un alto para presentarte a este vecino.
El vecino del sexto, conocido a partir de hoy por todo el vecindario como, El Gilipollas, tiene un dúplex de estos que salen en el HOLA. Casi nadie le conocía. Va a su bola y no suele relacionarse con nadie. Saludaba con la cabeza, ya que lo más habitual es que fuese teniendo una conversación de negocios con un japonés por sus airpods inalámbricos. Todos sabían cómo sonaba su culo. Cada mañana salía en su flamante Aston Martin haciendo rugir sus cuatro enormes y roncos tubos de escape. Si el coche es una extensión del miembro de un hombre, El Gilipollas tenía el rabo más negro que ha parido África.
—¡¡¡¡Viva el Coraonavirus!!!!
—“¡Viva!” —se unió algún vecino educado con ánimo de participar en el clamor colectivo sin percatarse dónde estaba yendo su voto.
—Sí, ¡Viva! Esta situación nos hará mejores —voceó otro.
—No, no, viva porque este virus está sacando nuestras vergüenzas como especie como nunca antes lo había hecho nadie —salió a aclarar el malentendido El Gilipollas.
—Ponga un ejemplo —le preguntó su vecina dos pisos más arriba.
—Muy sencillo. Hoy tengo un buen día. Diría, que me siento feliz.
—¿Cómo puede decir eso muriendo miles de personas a diario sólo en España?
—Que ellos mueran, algo que obviamente me entristece, no cambia el hecho de que tengo salud, dinero, sexo, una casa preciosa y unos viajes que me voy a ver obligado a retrasar, pero que esta situación solo servirá para que los coja con más ganas cuando pueda hacerlos. Tengo una familia bien avenida, todo lo bien avenida que puede ser una relación humana que no se ha perdido la pista durante cincuenta años. Me gusta mi trabajo, el cuál puedo seguir haciendo desde casa y, disfruto tanto de la compañía como de la soledad, lo que me permite encontrar cierto regustillo a este aislamiento. Soy un confeso melómano de la música clásica, lo que me está permitiendo estos días dedicarle a la música el tiempo que se merece. Podría seguir, pero con esto creo que ya es suficiente para explicar porqué me siento feliz.
—Los muertos, ¡gilipollas! —y ahí nació el nombre con el que a partir de entonces sería conocido el vecino del sexto.
—Ah, sí, eso. Si hace tres meses os hubiera dicho que era feliz nada os habría llamado la atención. Algunos dirías que la felicidad está en tener hijos no cochazos, en visitar el pueblo de tus padres no en tomarse un bistec en Nueva York, o en descansar en lugar de trabajar 14 horas diarias. Aunque a regañadientes, habríais aceptado que la felicidad está dónde cada uno decida que esté. ¿O es que en verano los que van a la playa son los listos y los que van a la montaña, son los tontos? No, ¿verdad? No se puede canonizar el constructo felicidad. Sí, hace tres meses, os hubiera dicho que tengo un buen día, ¿alguno habría querido sacarme las entrañas a dentelladas?
Cómo nadie contestó, insistió.
—¿Alguno?
—¿A dónde quieres llegar?
—Tomaré eso como un no. Hace tres meses, cuando cualquiera de nosotros se alegraba de tener un buen día, morían a diario 8500 niños en el mundo de hambre. No en accidentes es de coche yendo con sus padres a la sierra a pasear, no, de hambre, mientras nosotros teníamos en la despensa cinco tipos distintos de galletas. Es verdad, que eran negros. Y estaban a tomar por culo. Pero eso no cambia, que palmaron. Es una putada morir de viejo, sí, pero no menos lo es morir con cinco años. Es una putada morir sin despedirte de tus seres queridos, sí, pero no debe ser un paseo morir gotita a gotita por desnutrición. ¿Eso hace las muertes de los españoles de hoy menos dolorosas? No, ni mucho menos. Sólo digo que si podía tener un buen día cuando morían los niños negros, no entiendo porqué no puedo tenerlo cuando mueren los viejos blancos. Y algunos cuantos miles de jóvenes que no llegan al 10% en mortalidad. Siempre que entendamos por jóvenes las personas de 40 años.
—¡Pero qué idioteces dice! 40 años es casi un crío.
—Si con 40 años no sientes haberte comido ya la mayor parte del pastel de la vida, es que eres un capullo que ha estado perdiendo el tiempo. 40 años, ¡40 años! Con la de cosas que se pueden hacer en 40 años. Cuando te lo montas bien nunca te quieres ir, pero vamos, el que sea listo en 40 años se ha dado un atracón de vida.
—No tienes corazón —le gritaron desde tres edificios más allá. Con el silencio de la ciudad, el sonido llegaba más lejos que la vista y el discurso de El Gilipollas estaba siendo escuchado en toda la calle.
—Lo tengo, más sucio que el vuestro en muchas cosas, pero también menos incongruente.
—Entonces, esto que se trata, ¿de una lección del universo o algo así? Una forma de castigarnos por nuestras incongruencias.
—No tengo ni idea que mierda de lección hay detrás de esto, me limito a adaptarme y tirar para adelante. Sólo he dicho que hoy tengo un buen día, nada más. No pretendo dar lecciones a nadie. Sólo me defiendo de vuestras críticas por ser feliz hoy.
—¡Egoísta! —tronó a lo lejos alguien.
—Sí, ¡Egoísta! —se unieron más voces a la tormenta.
—Mirad, ahí viene mi dosis extra de felicidad para hoy.
En ese momento aparecieron en la calle dirección a su portal tres chicas de unos veinte pocos años. Vestían elegantes, pero no podían, ni querían, disimular que eran putones. Reían y se daban empujoncitos como colegialas compartiendo confidencias.
—¡No podéis ir por la calle! ¡Ni juntas!
—Somos servicios esenciales. El placer es esencial.
—Sois putas —insultaban las ventanas.
—Por eso mismo. ¿Como algo que no es esencial ha sobrevivo miles de años?
—Chicas, Sexto derecha —les informó El Gilipollas.
—¡Está loco, no puede acostarse con ellas!
—Vamos a estar tres semanas más encerrados. Si me lo pegan, me da tiempo a enfermar y curarme. No salgo, así que no contagiaré a nadie. Estoy en forma, si puedo mover millones de euros y lidiar en los negocios con los hijos de putas más grandes que ha parido la tierra, podré con este puto bicho. Si me equivoco, me darán una patada al otro barrio. He hecho un minucioso balance de riesgos y beneficios, y la juerga que voy a correrme con esas tres chicas sale más que a cuenta.
—¿Y si se lo pegas a ellas? Te aprovechas de sus circunstancias, de sus necesidades económicas —le recriminó un chaval de veinte años.
—¿Acaso tú conoces esas circunstancias, sus motivos? ¿Soy yo responsable de esos motivos? ¿Es responsabilidad mía el balance de riesgos que hace otra persona? ¿Debería pagar yo su multa cuando son ellas las que han decidido venir? Si ellas no hacen la cuarentena después de estar conmigo, ¿es culpa mía?
—Sí —sentenció el chaval.
—Si quieres comprar una casa y la encuentras a un precio bajo, ¿le preguntas al propietario si el precio se debe a que necesita el dinero porque le han despedido del trabajo? ¿Acaso no vas a aceptar la rebaja? ¿Le pagarás más de lo que pide porque, es lo justo? Ves, incongruencias allá dónde mires. No me parece mal, soy hombre de negocios, pero no me vengáis tocando los cojones con vuestros deditos moralizadores. ¿No usáis móviles hechos con materiales, como el coltán, extraídos de fábricas dónde trabajan humanos en condiciones pésimas? ¿No voláis con compañías de bajo coste que tienen políticas agresivas? ¿No compráis on-line para saltaros intermediarios como el pequeño comercio, sólo por ahorraros dos euros? ¿No cogéis el coche después de una manifestación ecologista y os vais al monte a dar un paseo, cuando podríais ir en autobús?
—En autobús se tarda mucho más —se defendió el chico.
—Siempre tenemos una excusa para cuando es nuestra mano la que mueve la daga. No tienes que darme las tuyas. Sólo os meto el dedo en el culo porque vosotros me lo metéis a mí. No me creo superior a nadie ni voy por ahí desde mi flamante caballo blanco juzgando a la humanidad, pero no me gusta que me metan el dedo en el culo salvo cuando yo lo pido. ¿Habéis oído chicas? —se dirigió a las tres alegres jovenzuelas que esperaban en el portal.
—Llamaré a la policía —amenazó alguien.
—En mi análisis de riesgos contaba con ello. La multa económica no me preocupa, para eso me rompo la espalda todo el año. No para tener dinero, sino para tener una materia prima que poder canjear por libertad. Además, cuando quiera llegar la policía yo ya me habré corrido un par de veces. Depende de la maña de estas chicas —les guiñó un ojo.
—Gilipollas —gritó alguien.
—¡Gilipollas! —agitó el aire otro con su voz.
—¡GILIPOLLAS!
Las voces se fueron sumando y la agresividad fue en aumento. Ancianos con su bastón dando contra las ventanas, niños tirándole sus juguetes, amas de casa lanzándole la aspiradora, hasta adolescente se desprendieron de su bien más preciado, la Play, con la esperanza de abrirle la cabeza. Ahora que habían acabado con las palomas, el barrio tenía un nuevo enemigo. El Gilipollas. Sin darse cuenta, El Gilipollas había contribuido a la felicidad y la unidad del barrio. A los aplausos de las ocho y la cacerolada de las nueve, este martes había que añadir en el calendario de festejos la ovación Al gilipollas.
APORTACIONES:
Te recuerdo que puedes enviar tus ideas, frases o cosas que quieres que sucedan en nuestro libro a: rafaelromerorico@yahoo.es
reverso.