11-04-2020
Sábado Santo. Semana Santa. Días de costumbres. Perseguimos a las costumbres para alejarnos del caos que nos persigue a nosotros. Las costumbres dan sensación de orden. Uno sale a aplaudir por vigésima octava vez y empieza a dudar porqué lo hace, qué sentido tiene, pero algo le dice que ese acto repetitivo, le da cierto control sobre la situación. Se siente algo menos perdido en este yermo y vasto territorio que es la vida al que tan fácil es perder los puntos cardinales. Eso son las celebraciones, la estrella polar marcando el Norte.
Siempre habrá costumbres. Algunas se sumarán a las antiguas, otras las relevarán. Las hay personalizadas, como ponerte tus calcetines de la suerte antes de un examen, y generalizadas, como irse de vacaciones en agosto. Lo que no había habido hasta ahora, es una costumbre que nos aunase a todos. Desde la cuarentena, nada más salir el sol, el día es la espera de unos números. Esperan las calles que fueron concebidas para soportar el peso de la humanidad y ahora no les queda más remedio que soportarse a sí mismas, esperan los árboles que llevaban desde que nacieron quietos entrenándose para este momento, espera el cielo frustrado de no poder cotillear desde las alturas lo que las personas traman bajo él, esperan los coches aparcados sepultados de excrementos ahora que sus propietarios se han olvidado de ellos, esperan los animales que han abandonado el campo para darse un garbeo por los territorios que en su día fueron suyos y, cada una de las personas que despierta a un nuevo día, espera que el número de muertos haya disminuido. Esta cuarentena ha impuesto una nueva costumbre, la de los números. “Número de muertes. Número de contagiados. Número de altas”. Siguiente día: “Número de muertes. Número de contagiados. Número de altas”. Y otro día: “Número de muertes. Número de contagiados. Número de altas”… Como fieles devotos que rezan a los pies de la Virgen de la Candelaria, aunque esta Semana Santa del 2020 la Virgen de La Milagrosa tiene más likes, los humanos se apiñan frente a sus pantallas con la esperanza de que unos números suban y, otros bajen. Si tenemos la costumbre de vestirnos, ahora uno se siente desnudo hasta que no ha chequeado número de muertes, número de contagiados y número de altas.
Las costumbres también están para romperse. Sólo rompiéndolas uno puede conocer si son costumbres, o manías. ¿La diferencia? Las costumbres gustan de hacerse, las manías, deben hacerse. La regla es sencilla: cuánto más sufras por no hacer un hábito, más manía es y menos costumbre. Hoy sábado Santo, Clara no ha salido a la terraza, faltando a su costumbre, o a su manía, de charlar con su vecino Mateo. Si nos ceñimos a sus edades, probablemente la haya echado más de menos él que ella, porque cuanto más mayor nos hacemos, más tememos perderle la pista a la estrella que señala el norte, lo que hace que nos aferremos tanto a los hábitos que nos importe un cuerno si son manías o costumbres.
Las costumbres también pueden adaptarse. En el barrio madrileño de Mateo y Clara, lo más que se sabía que era Semana Santa, era porque la gente desaparecía y, en alguna casa se hacían torrijas. Esta cuarentena también debía de traer alguna nueva y agradable costumbre. Un vecino, como si una saeta fuese a cantar, se asomó a la ventana libro en mano y amenizó la mañana leyendo uno de sus capítulos.
—Símbolos.
Me gustan los símbolos.
Me gusta que una pareja de enamorados dedique un día a cantar su amor a sus amigos y familiares, aunque un año después el peso de la rutina o la ligereza de una aventura acaben con su relación.
Me gusta que la gente celebre su cumpleaños, recordando el tiempo que ha transcurrido desde que recibió el más puro de los regalos. También me gusta que la gente me felicite, aunque alguno esté deseando que me vaya a criar malvas para disfrutar de mi herencia.
Me gustan las Navidades, no por el consumismo, la obligación de ser felices o el culto a dioses apadrinados por los miedos, sino porque el ladrón roba menos y el generoso da más, aunque pocos días después todos volvamos a ser ladrones.
Me gusta que las mujeres vengan vestidas para poder desnudarlas. Me gustan los preámbulos de seda que adornan la penetración.
Me gusta la cortesía, el “usted primero”, el “gracias” y el “de nada”. Me gusta el “que tengas un buen día”, el “me alegro de verte” y el “por favor”.
Los símbolos también son fieles devotos de las hipocresía, la miseria, la lealtad irracional a la costumbre y la cobardía. Cierto. Y aún con todo eso me siguen gustando.
Dar un euro a los pobres de Pascuas a Ramos es un símbolo, cómo llamar a un amigo sólo el día de su cumpleaños o decir “te quiero” delante de una puesta de sol. Los símbolos no lo son todo. No pueden serlo. ¿Pero porqué no permitir que sean parte del todo?
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reverso.