Cuarentena. Capítulo 3

17-03-2020

     —Hola chiquilla —saludó Mateo a su vecina cuando la vio salir a la terraza.
     —Buenos días.
     —¿Has dormido bien?
     —Como una marmota. Ya no me despiertan los coches por la mañana. ¿Y tú?
     —Yo no tengo ese problema, desde hace años ando bastante sordo. Me pregunto si el hecho de que casi todos los viejos pierdan oído, no será porque ya tenemos todo oído y, para escuchar más gilipolleces, mejor escuchar cien veces, bellos recuerdos del pasado, que escuchar una sola vez la misma tontería de siempre disfrazada de nueva.
     —Menos mal que has dormido bien.
     —Digo lo que es. El ruido no hace bien y el bien, no hace ruido.
     —La frase es bonita.
     —No sólo eso, es la verdad cayendo como un puño de acero sobre un montón de paja.
     —¿Paja?
     —Para no hacer ruido. Las ideas realmente poderosas no necesitan gritarse.
     —Vale, vale, el ruido es un coñazo. Pero entonces hazte el sordo sólo con él. ¡Será que no hay cosas molonas que escuchar de un montón de gente!
     —Eso lo dices porque eres joven.
     —Y tú lo dices porque eres viejo.
     —No puedo negarlo, el paso del tiempo alarga la sombra sobre mi ánimo.
     —No negaré yo entonces, que el poco tiempo comido, genera una luz tan fuerte que me hace pasar desapercibida casi cualquier sombra.
     —Entonces hacemos buen equipo Clara. Tú me das la luz que me falta como… —esperó que la chica acabase la frase.
     —¿Tú me das la sombra que me falta?
     —Te suena raro, ¿verdad?
     —¿La sombra es buena?
     —Sé que nadie la queremos pero, sí, es buena. Entre otros motivos porque sin ella no existiría la luz. Además en la sombra, a falta de poder ver, no queda más remedio que mirarse dentro de uno mismo.
     —Mirarse dentro es bueno. Da cague, pero es bueno.
     Ambos se quedaron en silencio. Sus ojos estaban anclados en lo que tenían en frente, pero pareciese que su mirada anduviese perdida por las esquinas y vericuetos de su interior. Fue Clara quién rompió el silencio o, mejor dicho, la conversación sin voz que se estaba produciendo
     —¿Te puedo hacer una pregunta?
     —Adelante.
     —¿Por qué nunca te he visto acompañado? ¿No tienes amigos o hijos?
     Mateo se quedó pensativo.
     —No me respondas si no quieres.
     —Una vez hecha la pregunta, puedo no contestarte a ti, pero ya no puedo evitar escuchar la respuesta.
     —En ese caso igual es mejor que la compartas.
     —Amigos… Amigos Clara, los he tenido, algunos muy buenos. No ha tenido que venir este Señor de los infiernos para que valore la amistad como uno de los pocos pilares que ha dado sentido a seguir respirando cuando la mierda se te metía por la nariz y la boca. No le debo a él apreciar cada risa, cada confidencia, cada disputa, cada afecto, cada gramo de compañía lanzado desde la distancia por un amigo.
     —Yo también tengo buenas amigas.
     —Estoy seguro chiquilla, disfrútalas. Hay amistades maravillosas que duran toda una vida y, otras que duran el trayecto que compartes en autobús. La amistad, en todas sus formas y medidas, es un regalo sin igual.
     La chica y el viejo centraron toda la energía de su mirada en sus amistades.
     —Puedo ser muchas cosas, pero no soy un cobarde. No estoy seguro de querer hablarte de mis hijos y, para mentirte, prefiero decirte directamente que otro día, si quieres, hablamos de ello.
     —Cuando quieras Mateo.
Mateo agradeció la paciencia y dulzura que mostró su vecina con un gesto del mentón.
     —Estarás contenta, al final llovió.
     —Qué bien olía.
     —De maravilla.
     —Estoy pensando que, olía a lo que huele siempre después de llover. Supongo que hace unos días íbamos demasiado deprisa en las ciudades, para pararos a que la tormenta empapase nuestra piel, pero también nuestra vista, nuestro oído, nuestro olfato. Qué tontos hemos sido llevando paraguas que no hacen más que repeler el agua. ¿Sabes, Mateo, lo primero que voy a hacer cuando llueva y no estemos en cuarentena?
     —¿Reír?
     —Reír y llorar y cantar y bailar bajo la lluvia, sin más paraguas que todos mis sentidos abiertos a esta naturaleza que tenía tan olvidada.
     —Hay un árbol que les custodia… Pues yo digo que en el árbol hay una ardilla parlante, que cada día de la cuarentena suelta una perla, a modo de sabia sentencia.
     —Es muy bonito Mateo, ¿de quién es?
     —¡Eso da igual! Sólo importa a quién va dirigido. A ti, mi vecina Clara.

APORTACIONES:

MARI CARMEN ROLDÁN: “El ruido no hace bien y, el bien no hace ruido”.

D.J.B: “¿Te puedo hacer una pregunta? —Adelante. —¿Por qué nunca te he visto acompañado? ¿No tienes amigos, hijos…?

CARLOS VÁSQUEZ: “Hay un árbol que les custodia… Pues yo digo que en el árbol hay una ardilla parlante, que cada día de la cuarentena suelta una perla, a modo de sabia sentencia”.

Reverso.