Cuarentena. Capítulo 31

     14-04-2020            
          
    Martes. Ha vuelto a salir el sol. Mañana lloverá. ¿Mañana? Qué tiempo tan lejano encierra esa palabra. Todos los días tienen su valor. Los anodinos también. Gracias a ellos existen los especiales. Hoy sería un día más si no fuera porque la bandera de la irreverencia ondea desde la terraza de Lucas. Lucas, el vecino que se vistió de dinosaurio para tirar la basura canuto en mano, que Mateo intentó mear para que abandonase la calle, que sólo subió a casa bajo la promesa a Clara que cuando bajase la curva de muertos echarían un polvazo.
    —¿Qué demonios es eso que cuelga de la terraza de tu amigo el dinosaurio? —preguntó Mateo a su vecina.
    —Es un poster gigante, o una bandera. Hay cuatro tíos con guitarras.
    —¿Tíos? Si son igneos, desencarnados, gárgolas y demonios.
    En ese momento salió Lucas a la terraza.
    —¿Qué es eso? —quiso saber Clara.
    —Kiss, un grupo de música del copón. ¿Has visto que pintas? Son la caña.
    —Menudo canteo.
    —Lo he puesto por ti.
    —¿Por mí?
    —Por mi promesa. Te dije que el día que bajase el número de muertos te daría un buen apretón.
    —Jajajaja —rió Clara. Lo agradeció, no reía mucho últimamente. No al menos de verdad—. Eso no puede ser. No aún.
    —Mi niña —su acento andaluz estaba escrito a quebrar la voluntad de su vecina—, puede ser lo que queramos que sea.
    Lucas se metió dentro de la casa. Salió con un altavoz y una escoba que usó a modo de guitarra. Tocó la pantalla de su teléfono, lo que en otros tiempos se llamaba dar al Play, y empezó a sonar a todo volumen “I was made for loving you”, de Kiss. Lucas se entregó a la canción con el alma vibrando en las venas hinchadas de su cuello. Varios vecinos salieron a las ventanas y terrazas a recriminarle, el propio Mateo le lanzó inútilmente un par de mandarinas. Clara iba poco a poco levantando los pies del suelo, tardaría días en volver a posarlos. A partir de esa mañana, cuando oyese esa canción flotaría. Estuviese dónde estuviese.
    —Esta noche niña —le recordó Lucas al acabar la canción—. Esta noche.
    No se han podido hacer encuestas aún, pero el nivel basal de ansiedad de 47 millones de españoles ha subido varios enteros. El tartamudo se traba más, el insomne está más desvelado, la pierna que se movía con su rítmico traqueteo ahora es la locomotora del AVE, el colón que ayer estaba irritable hoy tiene un cabreo de cojones y, en general, una sensación imprecisa de ansiedad merodeaba a la población durante la cuarentena. No era algo que pudiese contarse o tocarse con las manos, pero ahí estaba. Nada que ver esa angustia de fondo con el agujero que tuvo Clara en el estómago todo ese día. Su ansiedad, era de las buenas, de la que no te deja dormir el día anterior a un viaje.
    Era ya de noche cuando algo sonó dentro de la habitación de Clara. Agudizó el oído y permaneció expectante. Algo chocó contra la ventana. A la tercera tuvo la certeza de ser una piedra contra el cristal. Al asomarse vio a Lucas en los escalones del portal.
    —¡Ábreme! —le susurró en la noche.
    Clara abrió esa y la puerta de su casa. Con sigilo de aventura, recorrieron el pasillo y salieron a la terraza. Fue rápido. Unos chicos de diecinueve y diecisiete años, que llevaban treinta días encerrados con viejos de cincuenta años y niños de diez, sin poder quedar con sus amigos, cuando se tuvieron a diez centímetros el cerebro cedió todo el control a su instinto reptil. Si los besos a esa edad son chorros de lava, en esas circunstancias, fue algo sobrenatural. Se quitaron la parte de arriba. Lucas era flacucho, llevaba un piercing en el pezón y más tatuajes que la Capilla Sixtina. Clara gozaba de la hermosura lozana que tiene toda mujer a esa edad. Sus pechos, tersos y firmes, resaltaban su contorno al contraluz de las farolas. A esas edades la vergüenza es irregular, y tan pronto no se atreven a pedir el postre en un restaurante, como se meten mano en un autobús. Eso y, la locura a la que poco a poco iría llevándonos a todos esta cuarentena, hizo que no se parasen a pensar sobre si la terraza era un buen lugar para desnudarse y tener sexo.
¿Es horrible que unos chavales, después de treinta días, rompan la cuarentena y se toquen y besen? Quizás. Más sorprendente es que lo hayan cumplido treinta días a que se lo salten uno. Tanto meterse con la juventud y, esta está demostrando una responsabilidad sin precedentes. Aunque hay que estar loco para llevarse las manos a la cabeza porque unos chavales hacen locuras, no será con este par de chicos con quién te las lleves. Nada más llegar, Lucas le dio un test a Clara y le mostró el resultado negativo del suyo. Un amigo Guardia Civil le había conseguido unos cuantos test serológicos. Con eso saldaba la deuda que tenía con Lucas, por un tatuaje que este le había hecho. Lucas era tatuador. Estos test no son del todo fiables, por lo que su resultado negativo en Covid-19 podía tomarse como hacer el amor los primeros cinco minutos sin condón. Una idiotez, qué duda cabe, pero una vez más una locura que la mayoría de quienes se llevan las manos a la cabeza, alguna vez han hecho cuando eran jóvenes.
    Estaba Lucas devorando atropelladamente los pechos de Clara cuando Mateo le hizo un gesto. Lucas le había visto al entrar sin darle mayor importancia. Estaba oscuro y no sabía si dormía. Clara no había reparado en él. Lucas a su vez le devolvió el gesto a Mateo preguntándole qué decía. Mateo se señaló su propia boca primero y después, el cuello. Lucas por fin le entendió. Empezó a besar el cuello de Clara. Entonces Mateo movió despacio la mano con la palma hacia abajo pidiendo calma. Su pupilo obedeció y la recompensa no tardó en llegar. Un gemido dulce y voraz se escapó de los labios de Clara.
    —¿Quieres que lo hagamos?
    —No lo sé.
    —Me muero por estar dentro de ti.
    —Podrían oírnos.
    —Clara, esto es el puto caos. Follemos en esta terraza, follemos delante del coronavirus. El que quiera mirar que mire.
    Clara fue a responder y se dio cuenta que el torrente de pensamientos se había secado. En su lugar, unos afectos poderosos se habían hecho con el control de cada articulación de su cuerpo. La razón ya no mandaba en ella. La habían raptado, y Clara no tenía ninguna intención de salir en su rescate.
    —¡Házmelo! —cada letra se desangró gota a gota sobre la piel de Lucas.
    Se deshicieron de toda la ropa. Cada parte del cuerpo del otro era un templo santificado por la cuarentena. La primera incursión levantó un gemido que despertó al sol. La segunda mantuvo la parsimonia, pero la pasión y la inexperiencia de Lucas llevaron las siguientes acometidas a un frenesí descompasado con los ritmos que el cuerpo de Clara demandaba.
    Lucas tuvo la sutil revelación de que algo no marchaba bien. Estaba dispuesto a sacar artillería pesada para arreglarlo.
    —¿Quieres que lo hagamos por detrás?
    —¿Por el culo dices? —Clara paró de moverse, lo que hizo pensar a Lucas que por algún motivo que desconocía no había acertado con la estrategia.
    —Sí.
    —¿Qué vas a dejar para cuando llevemos veinte años casados?
    —No voy a casarme.
    —Ni yo contigo, pero sí tendrás que casarte con la vida. Si con veinte años ya te follas la vida por detrás, qué harás con cincuenta años para vencer el aburrimiento?
    —Para eso falta el copón, tronca.
    —Más falta para que me la metas por detrás.
    Desesperado, viendo que la cosa iba de mal en peor, a Lucas no se le ocurrió otra cosa que darla un mordisco en el pezón.
    —¡Ahhh!
    —¿No te gusta?
    —¡Me has hecho daño!
    —Joder, no sé qué hacer para que te guste —se desesperó.
    —Para y mírame.
    —¿Para?
    —Quiero verte los ojos.
    —¿Para?
    —No lo sé. Quiero hacerlo.
    —Si paro, igual se me baja.
    —No te preocupes, luego te la subo.
    —Esto un muy rarito, tía.
    —Mírame y calla.
    —¿Así? —Lucas le clavó su mirada bañada en miel.
    —Así.
    —Tienes unos ojos muy bonitos.
    —¿Quieres que te diga que te quiero?
    —No seas gilipollas.
    —Yo qué sé, si te pone cachonda estas cosas yo me acoplo.
    —Te voy a decir lo que me pone cachonda. Me pone cachonda una buena polla. Me pone cachonda sentir una lengua rondando mi ingle. Me pone cachonda notar la yema de tus dedos por mi nuca hasta erizar cada poro de mi piel —hubo un entre acto en la enumeración que Lucas aprovechó para penetrarla—. Me pone cachonda cuando me penetras esa primera vez, avanzando a través de mi interior, centímetro a centímetro, haciendo explotar el calor de mis entrañas. Me pone cachonda morderte el labio inferior mientras abrazo tu espalada. Me pone cachonda notar en mis manos las contracciones de tus nalgas en cada envestida. Me pone cachonda cuando dejas caer la cabeza sobre mis hombros y tus jadeos aguijonean mi pasión. Me pone cachonda darme la vuelta y saber, aún no pudiendo verte la cara, que el niño que llevas dentro está obnubilado frente a su tesoro. Me pone cachonda que pares, cojas mi mano entre las tuyas y, la contemples como si se hubiera detenido el tiempo. Me pone cachonda anclarme a tus ojos, entregarme a ti, olvidarme por un instante infinito de quién soy, de dónde vengo y a dónde voy. Me pone cachonda que…
    —¡¡¡¡¡Aaaaaagggggg!!!!! —explotó en un alarido animal Lucas al alcanzar el orgasmo.
    —¿Te has corrido? —le pregunto a Clara cuando hubo recuperado el aliento.
    —No lo sé.
    —Chiquilla —intervino Mateo—, si te hubieses corrido lo sabrías.
    —¿Lo intentamos otra vez? —se ofreció Lucas—. Intentaré hacerlo mejor.
    —Vale.
    Mateo podría haberse excitado si no fuera porque la nostalgia no había dejado un solo rincón de su alma sin colonizar. Esos chicos fueron el puente para que su memoria regresase con suma viveza, a todos y cada uno de los cuerpos que había tenido la suerte de gozar. Lo hizo con esa memoria peculiar de los viejos, que recuerdan con más nitidez la primera teta que vieron hace setenta años que la conversación que tuvieron ayer. Esa noche también fue especial para Mateo. Descubrió que la melancolía sabía eyacular. Un clímax de emociones al alcance de aquellos que poco a poco deben irse despidiéndose de su cuerpo.     
 

APORTACIONES:

Te recuerdo que puedes enviar tus ideas, frases o cosas que quieres que sucedan en nuestro libro a: rafaelromerorico@yahoo.es
 

reverso.