Cuarentena. Capítulo 32

     15-04-2020            
          
     19:55. La mitad de los vecinos que no están pasando la cuarentena en sus segundas residencias, se asoman al patio exterior común que forman los dos edificios dónde viven Clara y Mateo.
     —¿Qué hacemos aquí, Mateo?
     —Esperando que nos dejen salir. Tenemos tantas ganas de salir, que ya hemos olvidado si teníamos algo tan importante que hacer fuera que justifique tanta ansia.
     —¿No te aburres de tus sentencias?
     —Sí —Mateo se extrañó de la acusación de Clara, pero no por ello podía estar en desacuerdo.
     —Digo, que qué hacemos en esta terraza todas las tardes aplaudiendo. ¡Achus! —estornudó.
     —Vernos las caras. Sentirnos algo menos solos. Hacer algo que nos haga creer que podemos hacer algo más que esperar.
     —No tiene sentido. ¡Achus!
     —Es mejor que te metas —le recomendó amablemente un vecino.
     —Perdemos el tiempo —Clara omitió el comentario.
     —Eso no es algo que podamos achacarle a este puto bicho.
     —Creo que voy a meterme. ¡Achus!
     —¡Tápate cuando tosas! —la recriminaron.
     —¡No estoy tosiendo, estoy estornudando!
     El silencio volvió al vecindario.
     —Será mejor que te metas, estás cogiendo frío —le animó Mateo.
     —Me siento rara. He salido todos los días a aplaudir, no hacerlo es como si fuese una niña mala que hace pellas. ¡Achus!
     —¡Nos vas a contagiar! ¡Pareces tonta!
     —¡Se lo ha pegado su padre!
     —¡No deberían asomarse a la ventana!
     —¡Irresponsable!
     Se fueron sucediendo las críticas. Iba a salir en su defensa el doctor Pataky cuando su hija se adelantó.
     —¡No estoy contagiada! ¡Estoy resfriada porque anoche estuve follando en la terraza!
     —¡Bien dicho! —se sorprendió su padre a sí mismo al felicitarla.
     —¡Veis como está contagiada, ha perdido la cabeza!
     —¡La gente muriendo y tu fornicando!
    —¡Y con 17 años! ¡Tiene el Covid-19!
     —¡Está poseída! Es el número del demonio, ¡el 19!
     —El número del demonio es el 666 —aclaró neutral un vecino que disfrutaba del espectáculo como hacían los romanos en el Coliseo.
     —¡Ahí lo tienes! 6+6+6 son 18, y el que se contagia, suma 19. ¡El Covid -19 es la marca de Satán!
     Clara lo dio por imposible. Estaba desanimada, este día lúgubre y lluvioso le estaba pasando factura, el único motivo por el que había salido esa tarde a aplaudir era para ver a Lucas. Nunca le había visto aplaudir a las 20:00, esas cosas no iban con él, decía, pero albergaba la esperanza que esa tarde, después de lo que había pasado la noche anterior, fuese distinta. Fue muy frustrante no verle. Lo que Clara desconocía es que sí saldría a aplaudir, a las 21:48, que es cuando se despertó pensando que era la hora de los aplausos. Lucas hacía semanas que había perdido el rastro a los horarios. Un error del que era consciente pero cuya consciencia no le permitía cambiarlo.
     Aunque Clara se metió en casa y Lucas aún estaba por salir dos horas después, el resto de vecinos se congregaba en sus ventanas y balcones. Estaba Lucía, cuyos aplausos no se oían al quedar sumergidas sus palmadas en la goma de los guantes. Aplaudía El Gilipollas, aunque le gustaba hacer la gracia de poner unos altavoces con aplausos del público de la Ruleta de la fortuna. El Justiciero era el primero en empezar a aplaudir y el último en acabar de hacerlo. A menudo ondeaba la bandera de España con tanta fuerza que los vecinos se agarraban a sus barandillas temiendo que el edificio entero fuese a despegar. Marta, la ejecutiva renegada del dinero y la belleza, aplaudía relajada como quién esta cuarentena le ha quitado un gran peso de encima. Aplaudía la viuda de El Presidente, que en su día fue llevado en ambulancia al hospital por un ataque de pánico, pero cuando vio en directo el horror del campo de guerra, le dio el ataque al corazón con el que en su momento amenazó y, finalmente murió. Su muerte no contó, no engrosaría los muros de mármol de las víctimas de la pandemia. No saldría en las películas como salen las miles de lápidas blancas salpicando las colinas del Cementerio Nacional de Arlington. No, El Presidente, había muerto sólo de un simple ataque al corazón, como otros tristes actores de reparto seguían muriendo de cáncer, un final, parece ser, indigno de mención, porque junto con el miedo, lo mas contagioso de este virus es que ha conseguido que en el mundo nada exista más que él.
     Siendo el aplauso de las 20:00 una cita de obligado cumplimiento, las personas empezaron a encontrar en ese espacio el lugar y el momento para hacer sus reivindicaciones. Empezaron con las felicitaciones a sanitarios y demás, luego con las críticas al gobierno, la gente se fue animando poniendo música, otros aprovechaban para conseguir en sus balcones los Likes que no habían sido capaces de obtener en las Redes Sociales, estaba quién se lanzaba a cantar o a tocar un instrumento, tras pasar innumerables veces por la canción Resistiré, los vecinos fueron perfeccionándose y aparecieron las primeras orquestas. De las muchas cosas con las que no conseguirá hacerse este Puto Bicho, es con el carácter festivo de los españoles. El día que en los balcones se escuche Paquito el Chocolatero, habremos ganado la batalla a este cabrón. Pero no sólo de fiesta vive España, también vive de predicadores. Nos encanta sermonear, aleccionar a nuestros hijos, padres, amigos, parejas, políticos y desconocidos. Cada barrio tenía sus peculiaridades claro y, mientras que en uno aprovechan el cese de los aplausos para fumarse en comunidad el canuto de la paz, en el de Clara de vez en cuando algún vecino exponía su visión sobre el asunto que en ese momento le saliese de las narices. A fin de cuentas, los oyentes eran libres de meterse en sus casas y cerrar las ventanas.
     La mujer que se lanzó con su speech, tenía alrededor de sesenta y cinco años. Pelo canoso despeinado, pendientes colgantes con una esfera del yin y el yang, lazo azul a juego con una holgada blusa azul celeste, pantalones de seda blancos y por supuesto, descalza. Su voz era entrañable, pero estaba enfadada.
     —¡Manda huevos!
     El aplauso perdió peso. El himno nacional enmudeció. Los críticos dejaron de afilar las cacerolas que usarían una hora después. Los vecinos pararon sus coreografías para Eurovisión. No le hizo falta gritar, el silencio de la ciudad hacía de amplificador natural.
     —¡Mandará ovarios! —le recriminó una mujer de mediana edad a su vecina.
     —Trillo quitó el género a ese órgano masculino y se lo regaló al universo. “Manda huevos”, es atemporal y asexual.
     —¿Qué manda huevos? —se interesó el vecino del Circo romano con unas pipas en la mano.
     —Estoy harta de recibir esos vídeos que dan a entender que los humanos de hace dos meses éramos todos unos hijos de puta.
Un día escuché una frase de mi suegro que me hizo gracia, de esa gracia que te da que pensar: “Sólo hay algo más peligroso que un tonto, y es un tonto que se cree listo”. Eso mismo nos está pasando. Creemos estar solucionando el problema, cuando estamos metiéndonos más en él. La forma de salir de esta crisis no es renegando de lo que éramos. ¿De verdad que éramos tan odiosos antes? ¡Por favor! Si alguien nos oyese desde otro planeta, y no pongo en duda la buena intención de los vídeos que nos mandan, se haría una idea falsa de los españoles del 7 de enero del 2020. Sí, ambiciosos, y corto placistas, y algo individualistas, y egoístas de más. Sí, consumistas y muy inconformistas. ¿Acaso no estamos pecando de inconformistas, ambiciosos y simples, al sentenciar con tanto desprecio lo que hace dos meses éramos? ¿Acaso hace dos meses no sabías disfrutar de una puesta de sol? ¿No decías te quiero, o no te alegrabas al ver a tu amigo y darte un abrazo? ¿No afirmabas que uno de los mejores momentos del día era pasear a tu perro, llegar a casa y besar a tus hijos, o tener sexo con tu pareja? ¿Acaso si hace dos meses se caía un anciano en la calle, le pisaban la cabeza? Me da mucha pena que sigamos haciendo esto mal. Qué bien se nos da despreciarnos. Siempre encontramos una excusa. Parece que no sabemos construir sin destruir. Claro que hace dos meses hacíamos muchas cosas dignas de mejorar, pero, me niego rotundamente a aceptar la visión apocalíptica que dais sobre quiénes éramos. Es mentira. Os mentís y nos mentís. Con una buena intención, para sacar una lectura positiva de esta situación, pero mentís y además, os equivocáis. Si salimos de esta crisis destruyendo, siendo extremistas, despreciando, estaremos en el mismo punto de siempre. Esta crisis habrá matado un montón de gente y no habremos sabido aprovechar la ocasión. Esta crisis debe ser un incentivo para hacer algunas cosas mejor, y felicitarse por tooooooodas las que ya estábamos haciendo bien. ¡Pero qué coño nos pasa a los españoles que siempre andamos con el auto desprecio sobre nuestras espaldas! “Éramos diablos, y saldremos de esta crisis convertidos en ángeles”. Ni éramos tal cosa, ni nos convertiremos en tal otra. Éramos humanos maravillosos con defectos, después de esto, seguiremos siendo humanos maravillosos que no dejan de luchar con sus defectos. Y sobre nuestros defectos tengo algo que decir. Al igual que un profesional, que cuantos más años lleva ejerciendo, más sensación tiene de incompetencia, ya que cuanto más sabes más capacidad tienes de ver cuánto desconoces, los humanos somos más inteligentes, sensibles y concienciados de lo que nunca hemos sido, pero el progresar es lo que tiene, que te permite ver todo lo que te queda por recorrer. Y ese trayecto es infinito. Por favor, mejoremos desde el aprecio, no desde la crítica. Querámonos, no destruyámonos. No caigamos en la complacencia, no pensemos que podemos mejorar desde la pasividad, pero no seamos tan arrogantes de creer que ahora somos seres fuertes y listos tocados por el don de la nitidez, y ayer éramos tontos y débiles mientras un halo de estupidez velaba nuestra vista. Se avanza con pisada firme, no escupiendo sobre tu sombra.
Recordad, antes de esto, reías, amabas, trabajabas, disfrutabas, cantabas, soñabas, cuidabas, protegías y sabías que te ibas a morir. ¿Lo hacías perfecto? No. ¿Cometías el error de olvidar que el suelo que pisabas podría abrirse bajo tus pies? Si. ¿Trabajabas demasiado? Probablemente. ¿Gastabas más dinero del que necesitabas? No digo que no. ¿Te quejabas más de la cuenta? Me temo que sí. Ojalá esta crisis nos ayude en la lucha que tan bien estábamos librando hace dos meses. Despreciar a los humanos de hace dos meses, como si fuesen de otra especie, no solo es alzar una acusación falsa y malévola, es usar el problema del que te quejas para solucionar el problema. Estaríamos siendo unos desagradecidos. Algunos dicen que de esta crisis saldremos mejores. Bueno, antes de esta crisis éramos cojonudos, si somos listos, saldremos siéndolo aún más.
Podemos mejorar sin tratarnos como unos villanos insensibles y egoístas alienados por su terquedad y debilidad. Podemos construir sin destruir; avanzar sumando, no restando. Mirar el futuro sin despreciar el pasado. Mejorar sin renegar. Se aprende apoyándote en los errores pasados, pero si además posamos nuestros pies en los aciertos de ayer, entonces sí, podremos pedalear con nuestra bicicleta hacia la luna, con E.T. en la cesta. Por favor, avanza desde el amor y el agradecimiento de quién eres y, de quién fuiste. Pruébalo. Aún no sabes cuán lejos puedes llegar.
     No podemos saber si el discurso caló en el corazón de sus vecinos, porque para que la lluvia torrencial que empezó a caer no les calase sus prendas, a mitad de discurso se recogieron en sus casas. Todos menos El Romano, que con el alféizar de la ventana lleno de cáscaras de pipas, levantó su pulgar a modo de aplauso.
 

APORTACIONES:

Te recuerdo que puedes enviar tus ideas, frases o cosas que quieres que sucedan en nuestro libro a: rafaelromerorico@yahoo.es
 

reverso.