Cuarentena. Capítulo 35

     18-04-2020            
          
    —Buenos días doctor Cicciolina.
    —Buenos días Mateo
    —Cómo ve la cosa.
    —Ahí va.
    —No le veo tan optimista hoy, ¿ha dormido bien?
    —No especialmente, pero tampoco lo hacía antes de todo esto. Mi cerebro necesita menos horas para dormir de lo que yo desearía.
    —Será por eso.
    —¿El qué?
    —No sé, ya no le veo tan seguro con sus estadísticas. Llevamos más de veinte mil muertos. Muchos más si no nos mintieran.
    —Para no mentir a tu hijo tiene que tener la madurez de aceptar la realidad. Hacen bien en mentirnos, como somos de miedosos en España, si nos diesen las cifras reales no saldríamos de casa en seis meses.
    —No puedo creerme que siga afirmando que las cifras no son demoledoras.
    —Lo son, cada vez más. Y si siguen creciendo, más lo serán. Yo baso mi argumentación en las cifras de cada momento, si dentro de un mes han muerto 500.000 personas pues mi posición será acorde a esos datos.
    —Han perdido la vida ya once farmacéuticas.
    —Hay 74.000 farmacéuticos en España, 11 me parece una cifra razonable teniendo en cuenta además su nivel de exposición.
    —¡Y dale con quitar importancia a esta crisis!
        —Cada muerte es una desgracia, no le quito importancia. Hace unas semanas murió el director del colegio de mis hijos. Un hombre de setenta y cinco años. Como psicólogo, representaba todo lo que defiendo. Un hombre enérgico, era habitual encontrarle corriendo por el barrio, absolutamente involucrado con alumnos y padres, siempre dispuesto a ayudar y hacer las cosas bien. Su corazón, bombeado por las pasiones de su cabeza, habría durado fácil quince o veinte años más. Ha muerto. Las balas rompen en mil pedazos las buenas actitudes ante la vida. Tampoco olvido que están muriendo 1.000 personas al día adoptando estas medidas extremas de protección, es fácil imaginar la matanza que habría sido sin ellas. Para que vea que juego limpio, le daré otros datos estadísticos. ¿Sabe cuántos españoles tienen más de 65 años?
    —Muchos.
    —Un 20% de la población. Los mayores de 65 años son población de riesgo, hay por tanto 10.000.000 de personas que son población de riesgo. Sí dicen que el 15% de estas personas no pueden vencer al virus, tenemos 1.500.000 muertes potenciales. Más otras 100.000 personas que no sean población de riesgo, que tampoco venzan la enfermedad. Casi dos millones de muertes, sólo en España, no me parece ningún asunto menor. Por otro lado nunca he dicho que no tuviésemos que tomar medidas contra este cabrón. Dicho esto…
    —Ya me extrañaba.
    —Me interesa más el diferencial.
    —Qué demonios es eso.
    —Hasta que no acabe el año no puedo saber el impacto real que ha tenido esta crisis. Tenga en cuenta, que lo que mata el virus, no deja opción a que lo mate el cáncer, los ictus, los accidentes de tráfico, los suicidios, los maltratadores, los ahogamientos, las pulmonías pre-Coronavirus, etc, etc, etc. No me importa cuántas enfermeras han muerto en los últimos dos meses, quiero saber a final de año, cuántas más han muerto respecto al año anterior. Cada año mueren en España 427.000 personas, todas las de más que mueran a fecha del 31 de Diciembre de 2020, serán atribuibles al Puto Bicho. Si han muerto 1.000.000, el virus ha doblado la mortalidad a pesar de las medidas para destruirle, una cifra alarmante. Si por el contrario mueren 500.000 personas, el porcentaje siendo terrible desde una perspectiva individual, desde una global, es más asumible.
    —Pues nada, asumámoslo.
    —No me malinterprete. Esto es una desgracia en mayúsculas, sólo digo que está por ver las dimensiones que alcanzará y eso, sólo puede dárnoslo los números totales después de hacer el diferencial anual.
    —¿Esos datos que da de 427.000 muertes anuales son correctos?
    —Los son. El Covid-19 es cruel, pero la gente ahora se piensa que morir de un cáncer de huesos es un paseo por la pradera.
    —Morir en solitario es horrible.
    —No digo que no, no se trata de una competición de a ver quién muere peor. Sólo digo que morir en cuatro días solo, es una putada y, morir acompañado sufriendo durante ocho meses, es una putada. No deberíamos olvidar que la putada, es morir. Cuando dentro de un año a un hombre de 70 años que ame la vida le diagnostiquen un cáncer terminal, le diré: “¡Ánimo machote, eres un tipo con suerte! ¡Qué no vas a morir por Covid-19! ¿Hacemos una fiesta?”.
    En esas salió Clara a la terraza.
    —¿Qué hacéis?
    —Aquí, hablando con tu padre. Me cae muy gordo, ¿sabes?
    —Eso es discriminativo —argumentó Clara.
    —¿En esta familia sois todos igual?
    —Te dejo hablando con tu amigo. Buen día Mateo.
    —Ala —le despachó.
    Aún el día pondría más a prueba la paciencia de Mateo. No llevaba hablando ni diez minutos con Clara, cuando una grúa enorme apareció por la calle. Para su sorpresa se metió en el patio exterior que había entre los dos edificios. La grúa empezó a alargar su brazo metálico hasta el sexto piso, dónde vivía El Gilipollas. Los operarios habían acondicionado la cesta como una jaima árabe: cojines grandes y de colores chillones, equipo de música, una mampara de cristal a modo de mascarilla y una cachimba. Cuando se montó El Gilipollas, le bajaron hasta el cuarto.
    —Hola vecinos.
    —Hola —saludó Clara.
    —Llevo un tiempo oyéndoos hablar y me moría de ganas de unirme a vuestras conversaciones. ¿Puedo decir morirme de ganas, o es de mal gusto? —guiñó el ojo. El Gilipollas no tenía intención alguna de renunciar a su apodo.
    —¡Métase esa grúa por el culo! —le gritaron desde una ventana.
    —¿Vosotros también pensáis que hago mal? No lo entiendo, me cuesta mucho esfuerzo ganar dinero, si quiero gastármelo en una grúa, qué problema hay. No hago daño a nadie.
    —El dinero no da la felicidad —le recordó Clara.
    —Mírame, yo creo que sí.
    —Puede dar la felicidad, pero no puede comprar la justicia.
    —Acepta entonces Mateo, que pueda estar en esta grúa.
    —Sánchez no ha dicho nada aún de no poder hablar a dos metros de distancia con tus vecinos desde una grúa. Estrictamente hablando, no hay desplazamiento desde tu domicilio. Es cómo bajar al trastero de tu casa.
    —Ves Clara.
    —Le he dicho que hasta que una ley se manifieste sobre la viabilidad de hablar con sus vecinos montado en una grúa EPI, tiene derecho a hacerlo, pero el dinero no puede comprar la justicia. Va a caer mal a mucha gente.
    —No tengo que caerles bien.
    —Tiene conductas extravagantes.
    —¿Por qué no iba a tenerlas? ¿Y si no me gustan los negros, ni los gays, ni los naturistas ni los feministas? Yo respeto que al de al lado le caiga mal por ser blanco, hetero y carnívoro, porqué no me respetan a mí.
    —¡Cómo! Porque les estás jodiendo —estalló Clara.
    —Yo no les pongo la zancadilla, no voy en su contra, simplemente no voy a su favor. Si se caen no tengo porqué ayudarles a levantarse, como entiendo que ellos no me ayuden a mí. ¿Acaso tú invitas a tu cumpleaños a quién te cae mal?
    —No.
    —¿Y por eso estás discriminando a esa chica?
    —No es lo mismo, no lo hago porque sea negra.
    —Da igual porqué lo hagas. La discriminas porque habla mucho, porque es demasiado guapa, porque le encanta levantarle los novios a sus amigas. Da igual, tienes unos motivos, motivos por cierto muy subjetivos, por los que no te quieres relacionar con ella.
    —No está bien lo que dices.
    —Eso piensas tú Clara, pero es que el del quinto dice otra cosa. Aquí debe regirnos las leyes. ¿La ley me permite no invitar negros a mi cumpleaños? Sí. Pues no los invito. No les insulto, algo denunciable, sólo les digo: “Negrito, vive tu vida, pero no quieras saber nada de la mía. Sé feliz por tu lado, que yo lo soy por el mío”. ¡Yo entiendo que un negro no quiera invitarme a su cumpleaños si me oye hablar así! ¿Por qué iba a enfadarme por los criterios de selección de sus invitados? No les impido que vayan a otros cumpleaños, no les resto facilidades públicas, pero mi cumpleaños, mi casa, mis gustos, es algo privado.
    —Insisto en que debería tener cuidado con lo que dice —le sugirió Mateo.
    —¡Es que uno ya no puede ni hablar!
    En ese momento un piano de cola cayó desde el piso trece. Dio de lleno a la jaima de El Gilipollas. El impacto contra la cesta fue brutal.
    —Corren malos tiempos chiquilla para la libertad de expresión.
    —¿Crees que odiaba a los negros? –dijo Clara asomada al balcón, contemplando en la acera los pies del vecino saliendo por debajo del piano.
    —No lo sé, teniendo en cuenta que una de las chicas con las que tuvo la orgía era negra y, a juzgar por los achuchones que le daba, no debía serlo mucho. Creo que sólo estaba usándolos para hacernos entender sus ideas.

APORTACIONES:

    Tristemente, el Padre Manuel, falleció recientemente por Covid-19. No tuve relación con él, pero las pocas veces que me encuentro con alguien luminoso, no necesito más de un segundo ni tener los ojos abiertos, para reconocerle.
Su aportación es vivir plenamente. Avanzar, sin mirar demasiado hacia los lados del sendero. Sin miedo a las tormentas. Sólo avanzar con paso firme y cariñoso…

Te recuerdo que puedes enviar tus ideas, frases o cosas que quieres que sucedan en nuestro libro a: rafaelromerorico@yahoo.es

reverso.