21-04-2020
Algo que jamás habría podido aprender Clara por sí misma, sin la ayuda de un viejo y un virus cabrón, es a compartir el espacio con alguien en silencio. Le horrorizaba estar en un ascensor, un coche o sentada en el sofá con una amiga y no hablar. Pensaba que si no aportaba algo se aburrirían de ella, y que sólo alguien corto de miras no sacaba constantes temas de conversación. La cuarentena la estaba ayudando con esto. Era imposible rellenar con palabras tantísimo tiempo libre. Ahora el silencio acompañada, cada vez era menos molesto.
Llevaban media hora Mateo y Clara charlando sin hablar, cuando algo llamó su atención. Un vecino, Manolo, al que llamaremos a partir de aquí El Paciente, salió del portal completamente desnudo habano en mano.
—El mundo se va a la mierda amigos. Este virus lo han soltado los chinos para que el Yen saque la chorra y mee encima del dólar.
—No, han sido los rusos para hacerse con el petróleo —se unió un vecino.
—¡Qué va! Ha sido la CIA, como hicieron con las Torres Gemelas —dijo una anciana.
—Han sido las farmacéuticas. Con el porno mueven la economía mundial —dijo un crío de nueve años.
—No tengáis duda que han sido los naturistas, sólo hay que ver lo felices que están de ver los cielos sin aviones, los mares sin cruceros, los jabalís bailando el chotis en la Plaza Mayor —dijo un vecino que cuando acababan los aplausos despedía el festejo con un disparo de su escopeta de caza.
—He oído que el virus se contagia por las redes de 5G —dijo el frutero del mercado que tenía una casa en el séptimo
—¡Va! —El Paciente se había sentado en uno de los bancos que había entre los dos edificios. Los huevos se le colaban entre la ranura de los maderos—. No pensemos en ello, nos va a dar igual. ¿Sabéis qué? Soy feliz.
—Usted lo que está es loco, ¡vístase por dios!
La sugerencia molestó a algunos vecinos, que sin material nuevo con el que abordar sus masturbaciones rutinarias, habían aprovechado el inesperado desnudo para ponerse manos a la masa.
—Loco, sí —El Paciente exhaló una bocanada de humo cuyo aroma envolvió a todo el vecindario—, y feliz. Llevo toda la vida librando una guerra psicológica y ahora, el huracán ha tocado suelo y la guerra se ha vuelto real. Me siento fuerte. Tengo un plan que llevar a la práctica. Antes estaba desubicado, me llamabais loco por hacer una terapia. Ahora la ficción se ha hecho realidad y estoy preparado. El hipocondriaco que lleva toda la vida matándose en la imaginación, ahora se mueve como pez en el agua. Sólo tiene que bajar a la tierra la lucha que lleva librando toda la vida en su mente. El catastrofista que veía la enfermedad, la guerra o el derrumbe económico a la vuelta de la esquina, tiene por fin frente a sí su apocalipsis anhelado. Puede poner en práctica los recursos usados en la fantasía. Ya no es un bicho raro. El que se lavaba veinte veces las manos era un Trastorno Obsesivo Compulsivo, ahora lavas con lejía los cartones y eres alguien adaptado. Es más, el que no lo hace es un temerario. Si antes no asumías riesgos eras alguien miedoso que le aterraba salir de la zona de confort, ahora si vas a la panadería con cuidado eres un imprudente hijo de puta mata viejos. ¿Por qué soy feliz? Yo entiendo que estéis en shock por lo que estamos viviendo, pero yo ya vivía en el caos desde hace años.
—Estoy de acuerdo —le dijo doctor Cicciolina a El Paciente—. O no estás loco, o lo estamos todos. Cómo prefieras. Las personas que hacéis una terapia soléis tener una gran sensibilidad, un pensamiento reflexivo y auto crítico, no dais tanto las cosas por hecho, os permitíais hacer preguntas sobre asuntos personales que casi nadie se cuestiona, hasta cierto punto, estas circunstancias os hacen aventajados en esta crisis. El problema es que cuando esto acabe, queden reforzados vuestros miedos. Tendréis la tentación de decir: “¿Ves como puede pasar?”. Es cierto, pero por tener un accidente de avión no podemos concluir que los aviones son peligrosos. Se dan, son graves, mueren niños, tenemos que aprender a reducirlos en el futuro, pero la calamidad no está a la vuelta de la esquina.
—No deja de ser paradógico que digas que el mundo es un lugar seguro, desde la que es tu cárcel desde hace treinta y ocho días.
—Llevo un día encerrado por mil que he estado libre. La vida en España no es hostil, pero a veces se caen los aviones. El Puto Bicho está tirando más que nunca, hay que buscar un plan para hacer que derribe los menos posibles, pero cuidado Manolo no sirva este virus para justificar tu fobia a volar cuando esto pase.
—Yo lo único que sé, es que estoy feliz en mi casa.
—La felicidad del huidizo.
—¿Qué demonios es eso? —dijo El Paciente rascándose la ingle.
—Hay quién hace dos meses se quejaba del atasco y en vez de solucionar su queja, seguía infeliz. Ahora, con la vida tan simplificada, es feliz, como el que le cuesta relacionarse con la gente está cómodo sin salir de casa. Pero no es feliz, está liberado.
—Es lo mismo, ¿no?
—No, porque se ha liberado huyendo. Esto hará que cuando tenga que volver a su vida de antes le costará aún más, se quejará aún más, llegando a añorar la cuarentena. Se apoyará más en lo horrible del atasco para justificar su desgracia. No hay lugar en el mundo dónde no haya “atascos”, contratiempos y frustraciones. La felicidad no está en ningún lugar que no sea dentro de uno mismo.
—Puedo preferir los “atascos” de la montaña a los de la ciudad.
—¡Por supuesto! Muy bien visto Manolo. Esa es la palabra clave: prefiero. Preferir A a B, es reconocer que A es tu mejor opción, pero en B podrías ser muy feliz también. Hay que intentar llegar a A, pero si no lo lograses, B estaría muy bien. Sería muy infantil e inconformista ponerse de morros por estar en B, o en D.
—Ya me estás haciendo el lío llevándome a la D.
—Hay que esforzarse todo lo posible por llegar a A, pero como no todo depende de nosotros, a veces D es lo más cerca que podemos quedarnos. En ese caso, D es una letra magnífica. La felicidad es una combinación de dejarte el culo por acercarte a tu letra deseada, y dejarte el culo por ser feliz en la letra que habitas mientras te acercas.
—¿Entonces debo subirme a casa y vestirme?
—Acábate el puro y vuelva a casa.
—¿Tengo que sentirme culpable de ser feliz?
—Disfruta de esta cuarentena que limita tanto los atascos de tu vida cotidiana, pero no tengas duda que la felicidad está en no recreare en los atascos, buscar caminos alternativos, pero inevitablemente, como los habrá, la felicidad también pasa por no deprimirnos, cabrearnos y estresarnos ante los atascos. Si estamos jodidos no es por los atascos, es por nuestra interpretación de ellos.
—¿A eso ayuda una terapia, a no sufrir en los atascos?
—A eso, y a disfrutar de todo tipo de carreteras y condiciones climáticas. Aunque parezca mentira, a veces nos cuesta disfrutar hasta de una carretera con tres carriles, rectas y buena visibilidad. Ya sabes, hay carreteras más cabronas que otras, pero la última palabra, la tiene el conductor.
reverso.