22-04-2020
Son las 24:00 del miércoles 22 de Abril del 2020. Un día, que junto a los treinta y ocho anteriores, se estudiará en los libros de historia dentro de diez años y, de mil si aún seguimos por aquí dando guerra. Sí, estamos haciendo historia. Hoy, como ayer y como mañana, la mitad de la humanidad está confinada. ¡Qué pasada! Ya, suena cruel tanta efusividad, pero cuando los chavales escuchen la historia de sus profesores y padres, alucinarán como ahora lo hacen nuestros niños con la caída de los dinosaurios, el Imperio romano o las Guerras Mundiales.
Uno no elige estas cosas, pero sí elige qué lugar quiere ocupar en la vorágine de los acontecimientos. Eso mismo es lo que hacían esas cinco personas reunidas en dos terrazas. Discutían qué lugar querían ocupar no en la historia, que sería muy pretencioso, sino en su propia historia.
—Buenas noches a todos —saludó el doctor Cicciolina a su hija Clara, su hijo Chewbacca, Lucas el dinosaurio, Lucía y Mateo.
—Hola —se solapó la respuesta de todos.
—Aunque estoy alejada, me preocupa que ese chico esté en vuestra terraza —Lucía estaba sentada en la terraza de Mateo, a buena distancia de él. Llevaba mascarilla.
—Cómo todos sabéis, Lucas es un amigo especial de Clara. Tan amigo, que si tiene el bicho ya lo tendremos todos en esta casa.
—Estoy limpio —salió en su propia defensa.
—Es cierto, se ha pasado el test —aseguró Clara.
—Así es Lucia, los cuatro hemos dado negativo en el test.
—¡Tenéis test!
—Los ha conseguido Lucas.
—Quiero uno —se atropelló en las palabras Lucia del ansia.
—¿Has traído los dos test que te dije Lucas?
—Sí.
—¿Para? —Clara miró a su amigo especial con sorpresa, no estaba al corriente de los planes de su padre. Nadie lo estaba.
—Sí, doctor Cicciolina, ¿para qué esos test? Entiendo que son para las dos personas que aún no se lo han pasado, Lucía y yo.
—Así es. Tienen que hacerse la prueba.
—Por qué.
—Es la condición para poderse escapar con nosotros.
—¡Cómo! —se giró bruscamente Clara hacia su padre.
—Os he reunido aquí para que discutamos nuestras posibilidades. Mañana quiero salir.
—¿A la calle?
—No sólo a la calle Lucía. Quiero irme de esta ciudad, de este país.
—Esto tenía que pasar, tanto cambiarse de nombre le ha acabado haciendo perder el juicio.
—Quizás, Mateo, o según pasan los días lo voy recuperando.
—Tu padre mola —le susurró Lucas a su amiga especial.
—Mi padre no sabe lo que dice.
—Sé muy bien lo que digo.
—Escuchémosle. No tenemos nada mejor que hacer —Mateo se acomodó en la silla.
—¿Alguien sabe qué día es mañana?
—¿Sábado?
—No Lucas, es jueves —le aclaró Lucía.
—Qué día de la cuarentena quería decir.
—Es el día cuarenta.
—¿Cómo lo sabes Mateo?
—Clara, llevo cuarenta días dándote los buenos días. Te dije que las costumbres eran sanas, te permiten saber dónde estás cuando el viento se lleva todo a tu alrededor.
—Así es Mateo, mañana haremos el día cuarenta de la cuarentena. Por tanto, mañana debe acabar la cuarentena.
—La cuarentena, en medicina, es un término para describir el aislamiento de personas o animales durante un período de tiempo no específico, como método para evitar o limitar el riesgo de que se extienda una enfermedad.
—Esa es la explicación oficial Lucía, pero no es correcta.
—Ah, ¿no?
—No.
—¿Tú que sabrás papá?
—Papá sabe mucho —le defendió su pequeño hijo Chewbacca.
—No hay que saber más que hablar con propiedad. Cuarentena, son cuarenta.
—¡Venga ya! —se río Lucía.
—Pasado mañana ya no estaremos en cuarentena.
—Si estaremos.
—No hija, no podemos estar en cuarentena un día después de cuarenta días.
—Pues pasado mañana será la cuarentena más uno. Cuarenta y uno.
—Cuarenta y uno no puede ser la cuarentena, vuelvo a repetir que cuarentena no puede ser más que cuarenta. Es pura lógica.
—Su postura sobre el mal uso de la palabra cuarentena ha quedado clara —quiso avanzar Mateo—, y con el coñazo que lleva dándonos todos estos días con los numeritos, es congruente que para usted, sea tan importante recalcar que una cuarentena son cuarenta, ¿tiene algo más dónde apoyar su iniciativa de convertirnos en fugitivos?
—Lo tengo.
—Sorpréndanos.
—Ha llegado la hora.
—La hora de qué —se interesó Lucas.
—De cambiar el enfoque. La mayoría lleva cuarenta días haciendo sacrificios para proteger a una minoría, ha llegado la hora de que la mayoría haga todos los esfuerzos a su alcance para proteger a la minoría, pero es esa minoría la que debe hacer los sacrificios.
—No estoy seguro de entenderte papá.
—Claro que me entiendes, pero te cuesta creer que tu padre esté diciendo estas burradas. Te pondré un ejemplo, que no estoy seguro que tu amigo especial me haya cogido la idea. Una playa de la costa valenciana. Quién por edad sea población de riesgo, debería ponerse en medio de la arena, dónde hace un calor de mil demonios y tienes que cogerte un taxi para llegar al agua. También puede decidir no ir a la playa, ir de noche o de madrugada cuando no esté masificada, o cambiar este año la playa por alguna montaña aislada y mal comunicada. El resto de personas, que se hacine cuánto quiera clavándose las sombrillas los unos a los otros en los pies.
—Eso no es responsable —le acusó Clara.
—Tienes razón, me he equivocado con el ejemplo. Que se busquen la vida para guardar cierta distancia entre ellos, pero nada de mascarillas. ¡Mascarillas en la playa!
—Te recuerdo, me parece mentira que a estas alturas tenga que decir esto, que la gente joven también está muriendo.
—Es cierto Lucia, pero las estadísticas no han cambiado. Se calcula que hay más de un millón de positivos en España, ya habrá tres o cuatro, y no han muerto ni mil personas menores de 65 años sin patologías previas. Ya sólo el 60% son de residencias. En cualquier caso, el que no quiera arriesgarse a formar parte del 0,1% de las pocas personas que mueren o, las no tan pocas que lo pasan mal, siempre puede quedarse en casa, o tomar las mismas medidas que la población de riesgo.
—Esos porcentajes son si no se colapsan los hospitales, sino serían mucho mayores.
—No veo porqué si la gente actúa con responsabilidad tendría que darse ese pico, pero si lo hubiese, habría que volver a medidas restrictivas. Si actuamos como niños, entiendo que se nos trate como tal.
—Entonces papá, que los viejos vayan a la playa a las once de la noche.
—Sí.
—¡Y los demás en los chiringuitos!
—Claro.
—Eso es discriminación.
—No, es libertad. Cada cuál que haga lo que quiera. Los viejos que dices pueden ir dónde ellos quieran, tomando las medidas de protección que ellos quieran.
—¡A tomar por culo! Cada uno a lo suyo.
—Dos meses perdiendo negocios, renunciando al derecho más genuino de libertad, la de movimiento, sin poder ver a tus seres queridos, no creo que sea propio de seres egoístas.
—Eres un insolidario.
—Hay millones de personas que las pérdidas económicas les acompañará todo un año, cuando no acaben con sus negocios. Casi cincuenta millones de personas vamos a cambiar nuestros hábitos cotidianos como no abrazarnos o reunirnos en grupo con nuestros amigos, ¿y nos acusas de insolidarios? Imagina que España está formado por cinco personas. Hay nueve millones de personas mayores de sesenta y cinco años de los casi cincuenta millones que somos…
—Ya estamos con los números —protestó sin malicia Mateo.
—Los números son de las pocas cosas que se mantienen amarrados a la realidad cuando la vorágine de las emociones arrecia.
—Siga, siga.
—Decía que una quinta parte de la población tiene más de sesenta y cinco años, en nuestro ejemplo, quiere decir que de cinco, cuatro tienen menos de la edad de riesgo. Cuatro personas han hecho enormes sacrificios durante dos meses y van a extremar las precauciones durante el tiempo que haga falta para cuidar de una persona. Yo diría que eso es ser bastante solidario.
—Papá, eso es una mierda.
—Creo que el doctor Cicciolina quiere ir más allá.
—Sí Mateo, quiero que mañana os vengáis conmigo porque debemos dejarnos de tratar como críos. Hace unos años cayó un árbol en el parque del Retiro. Tristemente mató a un niño. Después de revisar lo que había sucedido, se llegó a la conclusión que todas las medidas de seguridad, las revisiones periódicas de los árboles, estaban correctas. ¿Qué pasó? Muy sencillo, que la vida es un lugar que no se puede controlar, no se puede reducir el riesgo al 100%. Muy bien se deben haber estado haciendo las cosas cuando en toda la historia del Retiro, no han debido de morir ni diez personas, siendo un parque que recibe millones de visitantes. ¿Sabéis que hicieron después de este triste accidente cada vez que hace viento fuerte? ¡Cierran el Retiro! ¡Lo cierran! No dicen: “Son adultos, deben asumir las responsabilidades de sus decisiones. Hace mucho viento, lo que obviamente hace que el peligro de caída por árboles sea mayor. Por parte del Ayuntamiento, nuestros técnicos nos han confirmado que todo está en regla, pero la naturaleza es imprevisible. Si decide entrar, lo hace bajo su responsabilidad”. Pero no, aquí en España somos niños bajo la tutela de un estado proteccionista, da igual el color del partido político de este. Si entro al parque y cae un árbol que mata a mi mujer, pongo una denuncia. “Yo pago mis impuestos. ¡Deberían protegerme de cualquier cosa que pueda matarme, ya sea un árbol o un Puto Bicho llamado Covid-19!”. Hace años, cayó una nevada importante en el centro peninsular. Muchos coches quedaron atrapados en la A-6. El 90% de ellos no llevaban cadenas, ni algo de comida, ni mantas ni el depósito lleno. Querían cargarse al presidente de turno. Le culpaban de su situación. “Yo pago mis impuestos —volvían a decir—, qué corten la cabeza al que da el tiempo en las noticias, que no nos avisó con total precisión de lo que nos venía encima”. Sí, qué raro, ¡una nevada en invierno! Los científicos tienen modelos predictivos, no el control del tiempo. ¡Hasta el tiempo queremos tener sometido a nuestro yugo! Hay muchas cosas que no me gustan de los americanos y, no hay lugar en el mundo dónde quiera vivir que no sea España, pero en algunos aspectos me dan envidia. En Nueva York, una de las capitales financieras y tecnológicas del mundo, en invierno las nevadas colapsan la ciudad. La ciudadanía se encarga de lo suyo. Tienen madera para sus chimeneas, palas para retirar la nieve y, con todo, a veces se quedan incomunicados. No lloran ni protestan. Lo aceptan y actúan. “¡Pero es que yo pago mis impuestos!”, seguimos gimoteando como niños insoportables. En EEUU, sales a dar un paseo por el campo y puede matarte un puma, un oso grizzly, un oso negro, una serpiente cascabel, un bisonte, los lobos y dios sabe cuántas más cosas. Aquí, en España, subes una montaña en chanclas y si te tuerces el tobillo, denuncias al gobierno por no poner un cartel con letras mayúsculas fluorescentes avisando, que en los terrenos abruptos hay piedras debiendo llevar calzado adecuado. “Nadie me avisó”, gimoteamos. En EEUU los tornados y huracanes matan un montón de gente todos los años. La naturaleza, en América, es salvaje. Me gusta el aventurero que llevan dentro, frente al niño temeroso y dependiente que llevamos nosotros. Esto os cuento del carácter resolutivo de los americanos, no os digo nada de los africanos o los de América del sur.
—En tu querida EEUU se manifiestan con rifles al hombro.
—Esa es una de las cosas que no me gustan. Mi tierra más querida es España, sólo digo que es la hora de que nos hagamos mayores. Es la hora de hacernos responsables de nuestra felicidad y esforzarnos todo lo que podamos por la felicidad de los demás. Hay que tomar las medidas que nos recomiendan, pero una vez hecho esto, ha llegado la hora de salir de casa. Ha llegado la hora de crecer como sociedad. De hacer un equipo sólido e eficiente. Un grupo de escaladores dónde cada uno se ocupada de sí mismo, pero todos cuidamos los unos de los otros. Hay una regla en la montaña: no te metas de dónde no seas capaz de salir tú solo. Los demás te ayudaremos, quizás hasta pongamos nuestra propia vida en peligro por salvarte, pero en última instancia, tú, y solo tú, eres responsable de tus decisiones. Esta crisis sanitaria es una montaña intimidante. Debemos aprender a trabajar en equipo, no quedarnos en casa por miedo a nuestros propios errores o a las negligencias de los demás. Insisto en que hay que salir al monte con responsabilidad. Si te distraes puedes tirar una piedra al grupo que va por detrás de ti, un despiste cruzando un glaciar puede arrastrar a la cordada al filo de una grieta o sí sin querer das al camping gas, tirarás la cacerola dejando a tu grupo sin cena. Estamos solos, porque al final en medio de la tormenta, es la fortaleza de tu cuerpo y tu pericia quién te salvará, pero vamos en equipo, porque las ascensiones verdaderamente ambiciosas no pueden emprenderse en solitario.
—¿Y al cafre que pone en peligro la escalada?
—Se le da una oportunidad y a la segunda cagada, se le echa del grupo de una patada en el culo.
—Siempre he querido escalar —dijo Lucas porro en mano.
—Os propongo que mañana, empecemos esa maravillosa expedición.
—Todo eso está muy bien. O no. En fin, son sus teorías, ahora las cotorras filosóficas salen de debajo de las piedras. No se ofenda.
—No lo hago Mateo.
—El caso, es que más allá de que esté diciendo o no un montón de estupideces, si se las cuenta a un policía primero se va a descojonar y, luego nos va a multar. Oyéndole hablar, no me extrañaría que nos metieran en la cárcel.
—Es una posibilidad. Forma parte de la aventura.
—El precio puede ser alto.
—Alto y bajo son cualidades muy subjetivas. A mí me sale a cuenta. ¡Vaya que si me sale! La cuestión es, ¿os salen las cuentas a vosotros?
—A mí no me salen, pero tampoco me salen aquí. No tengo mucho que perder, mi mujer está en los estómagos de los gatos del Retiro y yo no tardaré mucho en largarme al otro barrio. Me vendrá bien una aventura.
—Mateo —le dijo Lucia —, eres el primero que no debería embarcarse en esta estupidez.
—Ser autónomo e independiente —salió molesto el doctor Cicciolina—, arriesgarte a tomar tus propias decisiones, incluso contradiciendo las leyes, cuidar de lo tuyo sin descuidar lo ajeno, haber esperado tantos días para hacerlo cuando por ti lo habrías hecho desde el día uno, ¿te parece una estupidez?
—Sí.
—Lo entiendo. No lo comparto, pero lo entiendo.
—No discutáis. Lucia, soy el primero que debe liderar esta expedición.
—Puedes morir.
—Nunca nos viene bien morir. Si somos jóvenes, porque tenemos toda la vida por delante. Si estamos en la madurez, porque tenemos hijos a nuestro cargo. Si somos mayores con salud, porque hay que disfrutar de esos años de pausado esplendor. Si llegas a anciano, porque ya que has llegado, estira todo lo que puedas. Tengo ochenta años, no quiero morir, de hecho me da bastante pavor, pero desde luego si hay que hacer una estupidez, es el momento de hacerla. Me hará bien ver qué hay a la vuelta de la esquina, yo que por mi edad tanto tengo visto ya. Me apunto.
—Bien.
—¿A qué te apuntas? —se molestó Lucía.
—No sé muy bien a qué, pero suena bien.
—¿A que nos estamos apuntado papá?
—A una aventura cielo.
—¿Cuál?
—No lo sabemos aún, tenemos que decidirla entre todos.
—Me apunto.
—¿Tú? —Clara no daba crédito que fuese Lucía la que hablaba.
—Dónde vaya mi padre, voy yo. Ya le perdí una vez, no pienso dejar que suceda de nuevo.
—Me alegro —dijo el doctor.
—Sigo pensando que es una estupidez.
—¿Entonces por qué quieres escaparte mañana? —Clara no entendía nada.
—Porque no quiero dejar a Mateo solo ante semejante locura.
—Joder papá, la estás liando bien gorda.
—Eso parece.
—¿Puedo elegir?
—Claro.
—Soy menor de edad.
—No lo eres.
—Tengo diecisiete años.
—La edad es una referencia, no seamos cuadriculados. Nuestra aventura de hecho, será mayor de edad en dos semanas. Sólo estamos diciendo que podemos conducir con diecisiete años, no con doce.
—¿Y si decido no ir?
—No pasa nada. Nos quedamos.
—Pero si soy tan mayor, ¿podría quedarme sola?
—Claro que podrías, como yo irme sin ti. Elijo no irme, no me siento obligado a quedarme porque tú te quedes.
—¿Renunciarías a escaparte por mí?
—Sin dudarlo.
—Me apunto.
—¿Por qué?
—Para cuidarte papá, estás perdiendo la cabeza por días.
—Me parece un buen motivo.
—Y porque va a ser una aventura de la leche.
—No lo dudes.
—Guay.
—¿Estás dispuesta a recibir bofetones? Quién se mete en la montaña en condiciones adversas tiene que estar dispuesto a pasarlo mal. Al llegar a la cima y, mejor aún, mientras llega, será la personas más plena del mundo, pero nada que valga la pena es gratis.
—Estoy dispuesta.
—No lo estás, pero después de este viaje, lo estarás más.
—Me apunto —levantó el puño enérgicamente Lucas.
—¿Seguro?
—Dónde vaya mi niña ahí voy yo.
—Y tú, pequeño Chewbacca, ¿qué quieres hacer?
—Papá, he visto más de trescientas veces las películas de Star Wars. Esta noche no voy a poder dormir de las ganas que tengo de montarme en el Halcón Milenario y salir de aquí a la velocidad de la luz.
reverso.