Cuarentena. capítulo 4

18-03-2020

     —Buenos días –saludó Clara con una sonrisa de oreja a oreja.
     —¿Lo son?
     —¡Claro Mateo!
     Clara se puso a hacer ejercicio en la terraza. Se tocaba la punta de los pies con los dedos de las manos, movía la cadera en círculos, subía rítmicamente las rodillas hasta las cinturas, y así sucesivamente iba desarrollando una tabla que parecía no tener fin.
     —¿Se puede saber porqué estás tan contenta?
     —Antes de todo esto, solía ir a correr por el parque de Roma con Ignacio, un amigo del barrio. Se metía conmigo porque me ponía los Airpods inalámbricos para correr. Decía que así no podía escuchar mis pasos, mi respiración, los taconeos de mi corazón. La verdad, es que mi amigo siempre me pareció un tipo rarito.
     —¿Ya no?
     —Ignacio es muy rarito, pero en esto tenía razón. Bueno, en esto y, en lo que mandó ayer por whatsapp.
     —Dispara Clara, no tengo todo el día.
     —Yo diría que sí.
     —No me toques las narices. No me vengas con acertijos, tendré mucho tiempo pero, yo decido en qué lo gasto.
     —Te vendría bien hacer algo de ejercicio, esta mañana te veo malhumorado.
     Mateo se limitó a mirarla.
     —Vooooy. Me dijo: “Éramos felices, y no lo sabíamos”.
     —Eso es una tontería. Claro que sabíamos que éramos felices. Lo único que sucede, es que cuando se acaba, siempre da pena. Cuando terminas el pastel, siempre piensas que podrías haberlo comido más despacio, o disfrutado más cada bocado. Casi siempre es mentira. Sólo que acabarlo, es una putada. Ya está. ¿De verdad piensas que los españoles no éramos conscientes de lo bien que vivíamos en nuestras terrazas, parques, nuestro ánimo social y lúdico? Que nos acusen de otra cosa, ¡pero de infelices!
     —¡Qué día tan bonito! –alabó Clara mientras estiraba sus brazos como si quisiese abrazar el universo.
     —Os veo a todos demasiado contentos, con vuestros mensajes de ánimo, vuestros videos, y la puta manía de compartirlo todo como conejos que quieren inseminar cada esquina de este planeta. Hay cierto tufo a disfrute por la novedad, como si fuese divertido romper las rutinas y jugar a ser personajes de una película de terror. Ya veremos si tenemos tan buen ánimo dentro de quince días.
     —¿Te molesta? –dijo Clara asombrada.
     —Haced lo que os dé la gana.
     —Cada uno que se enfrente a esto como quiera, ¿no?
     —Sí, sí.
     —No entiendo cuál es el problema. Ya sé que va a ser duro, que lo peor está por llegar, pero mantenerme animada y en forma es la mejor manera de estar fuerte para lo que nos depare el futuro. Hay que hacer acopio de energía, pero mejor confiar en uno mismo sin engañarse, ir día a día, eso de que un kilo por día no es nada pero trescientos sesenta y cinco de golpe te aplastan.
     -Hablas como los loqueros.
     —Gracias.
     —¿Por?
     —Quiero ser psicóloga. El año que viene empiezo la carrera. Bueno, esa era la idea al menos.
     —¿Cómo te ha dado por ahí? Suelen ser gente muy perturbada.
     —En mi familia estamos todos como cabras, pero sobre todo me viene de mi padre. Es terapeuta.
     En ese momento, del borde superior de la azotea de Mateo cayó una cuerda. De estas que utilizan los alpinistas para escalar. De repente, apareció un extraterrestre. O eso les pareció al principio. Una mujer de unos treinta y cinco años se descolgaba con un arnés. Llevaba un casco de moto en la cabeza, guantes de horno y, todo el cuerpo envuelto por varias mantas térmicas doradas de estas que utilizan los sanitarios de las ambulancias para cubrir enfermos y fiambres.
     —¡Hola! –saludó. Como llevaba la visera cerrada no se la escuchó. Hizo unas maniobras con la cuerda para dejarla fija. Cuando se sintió segura, hizo malabares para ponerse una mascarilla que la protegiese ahora que iba a despojarse de la visera de plástico. La mascarilla en cuestión era la Ferrari de las mascarillas. Daba la sensación de poder lamer los huevos al coronavirus y no contagiarte.
     —¡Hola, soy la vecina del sexto! –probó suerte otra vez.
     —Hola –respondió alucinada Clara, Mateo ni se inmutó.
     —Llevo escuchándoos estos días y tenía ganas de charlar con alguien. Vivo sola y me estoy volviendo loca. Qué gracioso, verdad, yo que vivía sola para no volverme loca.
     —Sí, muy gracioso –parafraseó asépticamente Mateo.
     —No os quiero molestar, sólo será un segundo.
     —¿Qué os pasa hoy a todos que no acabáis las frases? —se impacientó Mateo—. ¡Venga!
     —Mire, mirad, bueno mire usted y que mire ella, vamos, salvo que no le importe que le tutee, entonces podría decir: mirad.
     —Ha caído ya una persona por los balcones de este edificio, no querrá ser usted la segunda.
     Clara asintió.
     —Resulta, que soy un poco hipocondríaca. Algo más que un poco, un poco más que mucho, depende a quién preguntes, me han llegado a acusar de insufrible, ¿os lo podéis creer?
     —Nos hacemos una idea –se adelantó Clara para que Mateo no cortase la cuerda.
     —Al grano, que me enrollo. Sólo quería haceros una pregunta. Me veis, ¿verdad?
     —Qué remedio.
     —Qué gracioso es usted.
     Mateo forzó una sonrisa de lo más tenebrosa.
     —La pregunta. Así, viéndome de cerca, ¿podéis asegurarme que no voy a morir?
     —Y yo que creía que lo peor que te hacía el coronavirus era matarte. Señora…
     —Señorita por favor, soy muy joven. ¿No le parece? Los jóvenes no mueren, sólo la gente así como usted. No dejo de repetírmelo, lo veo decenas de veces en el ordenador, pero, necesito que me lo diga otra persona para quedarme tranquila. Es como que le da más veracidad.
     —Mire, señorita, yo lo veo de la siguiente manera. Si no le contesto, no se largará de aquí pero, si lo hago, mañana, cuando vuelva a necesitar mentirse diciéndose a sí misma que tiene la absoluta certeza de que no va a morir y compruebe, que le falta que le mienta otro para quedarse tranquila, volverá a bajar a mi balcón. Entonces, cogeré un cuchillo, cortaré la cuerda y, tendré el placer de acabar con su agonía valiéndome de las implacables lecciones que nos brinda la gravedad. Para evitar eso, sólo se me ocurre que nuestra amiga Clara llame al loquero de su padre y haga horas extras con usted.
     A todos les pareció mejor opción que la de hacer manitas con la gravedad y en seguida salió Clara acompañada de su padre.
     —Hola —saludó al salir a la terraza de los hermanos Marx.
     —Hola Doctor —se apresuró la vecina con vocación de trabajos verticales.
     —No soy doctor, soy psicólogo.
     —¿Cómo se llama entonces?
     —Puede llamarme Brad Pitt.
     —¿Brad Pitt?
     —La situación lo permite.
     —¿Le llamo Brad, o Pitt?
     —Si no le importa prefiero mantener el trato profesional. Brad Pitt. Qué demonios, llámeme doctor Brad Pitt.
     —Genial.
     —¿Puedo preguntarle qué hace colgada de una cuerda con un casco de moto y, esa capa que la envuelve como si fuese un bombón de Ferrero Rocher?
     —Es una consulta muy breve, ya sé que ustedes no hacen nada sin cobrar.
     —Mucho es que no tiramos por la ventana a los que nos pagan.
     —¿Perdón? Con el casco no oigo bien.
     —Le decía que tiene usted mucha razón. ¿Por qué no se quita el casco? ¿No tiene calor?
     —¡El coronavirus!
     —Preferimos llamarle El Señor –puntualizó Clara.
     —¿El Señor? Ni mi hija se salva de esta locura. Que yo sepa señora…
     —Señorita, si no le importa doctor Brad Pitt. Soy bastante joven, treinta y cinco soles sin ir más lejos.
     —Que yo sepa señorita, este virus no va danzando por el aire buscando a quién joderle el día. Tome las precauciones que nos están dando los científicos, hágalo a raja tabla, y olvídese del resto.
     —Gracias, eso hago y eso seguiré haciendo.
     —Ala —el padre de Clara se dispuso a darse la vuelta cuando le interrumpieron.
     —Una única cosa más. Si, como ya le digo que hago, haré y he hecho, sigo esas indicaciones, ¿puede asegurarme que no voy a morir?
     —En mi consulta, antes de que pasase todo esto y supiese de primera mano las malas migas que hacen las personas con la incertidumbre, solía preguntar a mis pacientes si sabían dónde estaban sus parejas. Solían responderme que trabajando, o con una amiga o jugando al pádel. Entonces, yo les preguntaba si lo que querían decirme, es que ellos creían que eso es lo que estaban haciendo. No, me respondían. Es, lo que están haciendo.
     —¿Dónde quiere llegar? El arnés empieza a apretarme los bajos.
     -Es imposible que sepas al 100% lo que está haciendo una persona que no ves frente a tus narices. Puedes hacer deducciones, hipótesis con bastante certeza si la conoces, pero eso no cambia, que existe una posibilidad, por remota que sea, de que tu pareja le esté comiendo los bajos a otros. U a otros.
     —¡Qué cosas dice doctor Brad Pitt!
     —Eso mismo me contestaban mis pacientes, que qué ganas tenía de tocarles las narices. Ellos, como usted, preferían vivir en la mentira, en la falacia de control de que saben con todo detalle el suelo que pisan. Los cerebros tienden a la dicotomía, al blanco y al negro, al todo o nada, y si aceptan una posibilidad, por ínfima que sea, de que su pareja les sea infiel, ya no duermen por la noche. Conciben el mundo en dos extremos. O están a salvo, o están en peligro.
     —¿Entonces estoy en peligro?
     —Un pelín.
     —¡No me diga eso!
     —Yo la mentiría encantado, pero las mentiras no soportan bien el paso del tiempo y se desvanecen. Dicho esto, le voy a demostrar que usted, por su edad, no está en más peligro que hace dos meses, lo único, que por toda la información que está recibiendo, cree estarlo. Recuerde, en su cerebro binario o está a salvo o está jodida. Puesto que oye casos de personas jóvenes que están muriendo por coronavirus, perdón, por El señor, sobreestima la hostilidad del mundo. Del mundo para una mujer española del siglo XXI, claro. Le ayudaré con lo único irrefutable y ajeno a interpretaciones. Los datos.
     Y el doctor Brad Pitt, después de entrar a su casa a por unos papeles, se dispuso a vomitar una serie de números relacionados con las personas que habían muerto en el año 2018, sacados del INE (Instituto Nacional de estadística). Aclaró, que iba a centrarse principalmente en algunas enfermedades y su letalidad, pero que había como treinta o cuarenta más. Ciertamente, menos letales.
     —Para ir calentando motores:

*TUMORES
Entre los 75 y los 79 años, murieron 48.628 personas por diversos tumores.
Entre los 30 a los 39 años, 857 muertes.
De 20 a 29 años, 241 muertos.

Entre los 20 y los 40 años, población no considerada de riego por El Señor, murieron más de mil personas.

*LEUCEMIA.
Entre los 5 y los 19 años, 37 niños y jóvenes muertos.

*ENFERMEDAD HIPERTENSIVA.
Entre los 65 y los 84 años, 3248 muertos.

*INFARTO AGUDO DE MIOCARADIO.
68-84 años: 6505 muertos.

*ACCIDENTES DE TRÁFICO.
De entre 1 a 19 años: 101 muertes.
De entre 20 a los 54 años: 984 muertos.

*ENFERMEDADES CEREBRO VASCULARES.
Entre los 65 a los 84 años, 10.112 muertos.

*NEUMONÍA.
20 a 39 años: 34 muertes.
65 a 84: 3200 muertos.
85 a 94: 5390 muertos.

*AHOGAMIENTOS.
Entre los 15 y los 39 años, 178 muertes.

*CAÍDAS ACCIDENTALES.
De 10 a 29 años: 58 muertos.
De 40 a 59: 270 muertos.
     —Estas son personas que al agacharse a atar los cordones perdieron el equilibrio primero y, después perdieron la vida. Durante años haciendo acopio de medidas anti muerte, y se les va la vida porque al destino se le escapa un pedo.

*SUICIDIO.
Entre los 15 y los 30 años, 268 muertes.
Entre los 30 y los 54 años: 1481 muertos.

     OTROS DATOS GLOBALES:

Muertos totales en 2018 entre los 75 y 94 años: 276.023 personas.
Muertos totales en 2018 entre los 15 y 44 años: 8.433 personas.
Muertos totales menores de 14 años: 617 niños.

—¿Qué nos dicen todos estos datos señorita? Muchas cosas.

     *Para empezar que son datos, variables irrefutables e inmutables. Veraces, ajenas a los encantos de la dulce y bella emotividad que nos hace humanos e, inevitablemente, falibles y manipulables.
     *Hay algo que no debemos olvidar. Todos esos muertos han acontecido durante doce meses, y nos enfrentamos a una crisis que puede matar decenas de miles o cientos de miles de personas en un par de meses. Es cosa seria.
     *Tampoco olvidamos que esas muertes son irrecuperables, mientras las estadísticas del INE del 2020 están por hacerse. Por tanto, todo esfuerzo que se haga por evitar una sola muerte no será en vano.
     *Esos datos nos dicen, que hace dos meses tenía las mismas posibilidades de que su marido se estuviese follando a la de la panadería, aunque usted no fuese consciente de ello. Ahora recibe un vídeo de una enfermera relatando el horror al dejar a un chico de 30 años muriéndose y, como es normal, se le pone el cuerpo del revés. ¿Pero sabe una cosa? Estos datos nos dicen que en el 2018, hubo 37 padres que se quedaron agonizando a los pies de la cama de su hijo de 7 años con leucemia, cuando le quitaron el respirador porque ya nada se podía hacer por su vida. Nos dicen, que de esos 268 chicos entre 15 y 30 años que se suicidaron, había alguna madre que entró en la habitación de su hijo con la merienda y se lo encontró ahorcado. Esos datos, no pueden negar, que hubo 1085 llamadas de la Guardia Civil para comunicar que un ser querido había muerto en la carretera. ¿Te Imaginas, querida amiga, que cada uno de esos guardias civiles, cada una de esas enfermeras al pie de la cama del niño moribundo, cada policía que se encontró a unos padres abrazados a su hijo con la cabeza reventada de un disparo, nos mandaran un audio o un video de lo sucedido? La suma asciende a miles y miles de audios desgarradores, desgracias desvestidas de cualquier atisbo de piedad, así, cientos de videos un día, y otro. No sé a usted, pero a mí el 2018 se me habría indigestado. Pues bien, todo eso sucedió, sólo que no nos lo fueron retransmitiendo día a día, detalle a detalle. Quizás porque estábamos entretenidos con las muertes por hambruna y guerras de otros países. Sea como sea, la verdad, los números lo dicen, es que su mundo, a sus 35 años, no es más hostil que hace dos años. Igual antes tenía un 0,3% de posibilidades de morir antes de los 50 años, y ahora tiene un 0,5. Ni tu mundo hoy es hostil, ni en del 2018 era el cuento de hadas con el que te engañabas. Si es más incómodo por el aislamiento, más angustiante por la salud de tus mayores y, más incierto por las consecuencias económicas que se esperan pero, no es un mundo hostil para tu salud. Y esas hostilidades anteriores, lo hacen más hostil, no hostil. Cuidado con tu cerebro binario.

         *Para los menores de 60 años el mundo no es más hostil, para los mayores de 70, especialmente con problemas previos, el mundo se ha convertido en una selva dónde las jaulas se han abierto y los hambrientos leones deambulan al acecho. Hay que respetar las medidas de aislamiento y de higiene con responsabilidad, pero no porque tu mundo sea peligroso, sino para evitar el colapso de la sanidad. Cuídate de no enfermar para no contagiar a otros, y para no tener, en los pocos casos que hoy por hoy se dan, que ingresar y quitar un respirador a un anciano para dártelo a ti.
     *Esto te digo hoy. Si la semana que viene mueren trescientas personas menores de 50 años, pues tendremos otro escenario. Cuando llegue ya lo abarcaremos. No antes.

          *En esta sangría de números con las que nos bombardean diariamente, ¿alguien podría decirme cuantos niños han nacido en los primeros quince días de Marzo?

     *Los números de este virus son alarmantes y, más que van a serlo. En unas semanas se van a multiplicar por diez o por cien y, si no hubiéramos tomado las medidas necesarias, por mil. Las números del 2018 no son para trivializar la muerte. Cada muerte, para su entorno, es una desgracia. Pero cuando el número de fallecidos vaya subiendo, recuerda estos números que te he dado para no perder la perspectiva, o tendrás la sensación que la muerte te pisa los talones y aprovechará el primer día que te quedes sin jabón para abrazarte. ¿Qué si vas a morir? Pues claro joder, pero por tu edad, no tienes derecho a hacerte con un protagonismo que no te pertenece. Protégete por los vulnerables, ten miedo por ellos, no por ti.
     —Doctor Brad Pitt, no me ha gustado nada lo que me ha dicho.
     —Lo lamento, sólo pretendía ser de ayuda.
     —¿De ayuda? ¿Usted sabe todas las cosas que me ha dicho por las que puedo morir?
     —Las mismas que hace un año y se tomaba el helado tan tranquila. Aprenda a vivir con la incertidumbre, tolere los pequeños ángulos muertos incontrolables. No va a morir ni antes ni después, pero le irá mucho mejor.
     —No hay derecho…
     En ese momento y, a tres metros de distancia, Mateo tosió en dirección hacia la cara de la funambulista hipocondríaca. Ésta se bajó la visera a toda velocidad y realizó los trámites con la cuerda tan atropelladamente, que el cabo se deslizó por el ocho y tras quemarse las manos hasta los huesos en el fútil intento de frenarse, cayó de bruces sobre el seco charco de sangre de Angelilna Jolie, la mujer del doctor Brad Pitt. No se mató en la caída, iba pertrechada para sobrevivir al impacto de un meteorito, sino de un ataque al corazón al comprobar que había perdido una manopla en el descenso, acabando uno de sus dedos tocando la caquita de un yorkshire que había pasado por allí unos minutos antes.

APORTACIONES:

IGNACIO LINARES: “Porque la gente cuando corre lleva música que te aisla… Porque no escucha el campo, su respiración, sus latidos… Porque esta puta mañana de aislamiento voy a ponerme unos putos cascos inalámbricos de última generación teniendo en sonido de la lluvia?

MARÍA BARTOLOMÉ: “Me gustaría algún personaje nuevo. Alguna mujer de mi edad. Así hipocondríaca pero con sentido del humor”.

   

Reverso.