Cuarentena. Capítulo 5

19-03-2020

 
     —Buenos días —saludó ceremoniosamente Clara.
     —Hola chiquilla.
     —Por qué te levantas tan pronto.
     —Por qué lo haces tú tan tarde.
     —¿Tarde? Son las nueve de la mañana y ya estoy desayunada y vestida.
     —Duermo poco.
     —¿Duermes mal?
     —Clara, tienes que aprender a escuchar. ¿He dicho yo que duerma mal?
     —No. ¿Y por qué duermes poco?
     —Porque duermo mal.
     —¿No acabas de decirme que duermes poco, no mal?
     —Tu has presupuesto que dormir poco es sinónimo de dormir mal. Ha resultado ser que sí, pero eso no lo sabías hasta que has ampliado la información. Las conclusiones hay que irlas sacando según se van abriendo las puertas, no antes.
     —¡Joder Mateo, has ido a pillarme!
     —Vuelves a hacerlo. He podido hacerlo por muchos motivos.
     —Vaaaaale. ¿Mateito, has ido a pillarme?
     —¡Claro chiquilla! —ambos rieron. Se estaba estableciendo una bonita amistad entre ellos.
     En ese momento un ruido metálico dando contra las paredes de la fachada del edificio les asustó. Una cadena de hierro que podría servir para amarrar a un trasatlántico se descolgó desde arriba hasta la altura del tercer piso. Con movimientos lentos y calculados, una persona con un traje de buzo de la Segunda Guerra Mundial empezó a descender hasta el cuarto.
     —¡Pero qué coño es esto! —bramó Mateo.
     —¡Chicos, soy la vecina del sexto!
     —¡Pero si estás muerta!
     La vecina del sexto se dispuso a contarles lo sucedido el día anterior.
     —Desde hace muchos años, siempre que salgo de casa llevo un desfibrilador extrafino pegado al pecho. Lo compré en Amazon, como el traje de buzo. La verdad es que son muy eficientes, lo pedí ayer desde mi móvil mientras iba en la ambulancia y, esta mañana ya tenía el traje en casa. El caso, es que el desfibrilador lleva una lamina que llevo pegada a la muñeca derecha. Al ver que mi dedo estaba tocando esa moñiga de perro/rata llena de gérmenes, el corazón se me paró. Y morí. Cosas de la vida, el sanitario de la ambulancia, de camino al hospital, le llamó la atención esa pegatina gris en mi muñeca derecha y al apretarla, la descarga me despertó. Sorprendentemente, durante ese tiempo “desconectada” —hizo el gesto de las comillas con mucho esfuerzo, pues tuvo que levantar los brazos embutidos en ese traje de metal—, no he sufrido daños cerebrales, gracias probablemente a una miel que me traen directamente de unas almenas de Mongolia.
     —Una pregunta —se interesó Mateo—. ¿Cómo puede ser que estés sujeta a esa cadena con lo que debe pesar ese traje?
     —También he pedido por Amazon, unos imanes como los de los superhéroes, que sujetan dos superficies metálicas. Los hacen en la NASA. Puse en Google: “Quiero bajar con mi traje de buzo a visitar a mis vecinos de abajo a través de una cadena de hierro”. Y el buscador me dijo que lo construían en la Nasa. Amazon y Google son nuestros nuevos dioses.
     —Bueno —puntualizó Mateo—, yo diría más bien que siete mil millones de personas somos los nuevos lacayos de Google y Amazon. Estamos haciendo negocios con el diablo.
     —¿Eso es malo? —quiso saber Clara.
     —No, si también haces negocios con dios.
     —He bajado por dos cosas. Clara, querría hablar con tu padre.
     —No está en casa.
     —¡Cómo!
     —Se sube por las mañanas a tomar el sol a la azotea. A poco sol que haya se desnuda y se pone a pensar en sus cosas. No sé si hará otras cosas. Prefiero no pensarlo.
     —¿Se puede subir a la azotea?
     —No, la puerta está cerrada con llave. Un antiguo paciente era un poco delincuentillo y le enseñó a forzar cerraduras.
     —Pues es que he estado pensando en lo que me dijo ayer y hay algo con lo que no estoy de acuerdo.
     —Dímelo a mí y se lo hago llegar.
     —Entiendo el mensaje que quería transmitirme pero, hizo como los políticos, jugar con las cifras dejando al lado la temporalidad. Dio muertes anuales, cuando este virus nos mata como churros por meses o días. ¡Es un pirata!
     —No quiero salir en defensa de nadie que tiene pinta de saberse defender solo pero, nos dijo textualmente: “Hay algo que no debemos olvidar. Todos esos muertos han acontecido durante doce meses, y nos enfrentamos a una crisis que puede matar decenas de miles o cientos de miles de personas en un par de meses. Es cosa seria”. Eso quiere decir, muertos menores de 44 años en el 2018, 9050 personas y personitas. Distribuidos en 12 meses, 754 personas y personitas muertas al mes. Este Marzo, SIN contar el coronavirus, deberíamos recibir 754 audios contándonos las desgarradoras historias que hay detrás de esas 754 personas menores de 44 años que han perdido la vida. O, 25 terribles audios diarios.
     —¿Has divido los 754 muertos al mes por 30 o por 31 días?
     —Por 30. Hay meses de 29 días, de 30 y de 31. He preferido tirar a la baja.
     —Puede ser que sea cierto pero, me surge una duda. Si doctor Brad pitt en su búsqueda estadística, hubiese encontrado unos datos que no confirmasen la idea que quería defender, ¿Los habría omitido?
     —¡Seguro! —respondieron al unísono.
     —Al menos hasta que encontrase otros que los contrarestasen, tuviese algo que decirnos para tranquilizarnos o, supiese cómo podíamos sacar partido a unos datos en principio negativos —salió Clara en defensa de su padre.
     —El caso es que también quería hablar con él para felicitarle, es su día.
     —Se lo diré de tu parte.
     —¿Creéis —preguntó a los del cuarto— que es más necesario el silencio o, el diálogo?
     —No sé —respondió Clara.
     —La soledad nos invita a vivir momentos de intimidad, de reflexión, pero siempre buscamos, necesitamos y, “queremos” al otro. Hoy, el día del padre, es un día que no me gusta estar sola. De hecho, me gusta estar con padres. Los padres son muy importantes, lo sabes Clara, ¿verdad?
     —Sí.
     —Creo que no, no puedes saberlo.
     —¿Porqué lo dices?
     —Cosas mías. Hay hombres mujeriegos, hombres irritables, hombres obsesionados con su trabajo, hombres melancólicos, hombres dispersos, hombres que no saben disfrutar de sus hijos hasta que estos tienen una edad que les permite hablar con ellos, hombres con adicciones, hombres egoístas, hombres ensimismados, pero cuando un hombre se permite coger la mano de su hijo y acepta la responsabilidad y el amor de convertirse en padre, eleva sus pies y comienza a volar como Superman por los cielos de una ciudad dormida. Lo único, que en lugar de llevar entre sus brazos a Lois Lane, lleva a sus hijos. Ser padre y, ser hijo de un hombre las muchas o pocas veces que decida hacer de padre, es una de las experiencias más bonitas que puede depararte la vida.
     —Y usted —se interesó Mateo al borde de las lágrimas. Unas lágrimas llenas de secretos—, ¿ha hablado ya con su padre?
     —Mi padre murió de un ataque al corazón cuando era una niña.
     —Lo siento.
     —Ya —imposible saber a través de la escafandra si la vecina del sexto lloraba.
     —¿Eso hace con todos esos cachivaches, protegerse otra vez de la muerte?
     —No puedo volver a pasar por lo mismo. Así, sin más. No puedo. No puedo hacérselo pasar a mi madre.
     —Nada de eso le devolverá a su padre.
     —A veces, pienso, que todo lo que hago para mantenerme sana es para salvarle a él, como si aún tuviera una oportunidad.
     —Debe dejar crecer a la niña. No se ha dado cuenta pero se ha convertido en una mujer. Una mujer hermosa y saludable. Ya puede enfrentarse a la muerte, no es frágil ni vulnerable.
     -¿Cómo sabes si soy hermosa si no me ves?
     -La belleza de la que hablo nada tiene que ver con la apariencia.
     —Mateo, ¿le gustaría ser mi padre durante la cuarentena?
     —No estoy seguro de ser un buen padre.
     —Déjeme juzgar eso a mí.
     La vecina del sexto alargó su dedo índice como si fuese E.T. El viejo la tocó con su dedo.
     —Me llamo Lucía.
     —Encantado Lucía.
     —Feliz día del padre Mateo.

APORTACIONES:

LOLO MERINERO: ¡Rafa, te has cargado a dos en cuatro capítulos! La chica daba su juego”.

IGNACIO LINARES: “Entiendo Rafa el mensaje que querías dar en el capítulo 4, pero has hecho como los políticos, jugar con las cifras. Juegas con las cifras dejando a un lado la temporalidad. ¡Eres un pirata!”.

CRISTINA ALMARAZ: “¿Es más necesario el silencio, o el diálogo? La soledad nos invita a vivir momentos de intimidad, de reflexión, pero siempre buscamos, necesitamos y, “queremos” al otro”.
   

   

Reverso.