Cuarentena. Capítulo 6

20-03-2020

      —Esta mañana no has salido, Mateo.
     —He estado con mi mujer.
     —¿Por qué nunca sale a la terraza?
     —Está muy perezosa, todo esto la está afectando el ánimo. Se engancha a la tele y no hay quién la mueva.
     —Le vendría bien el aire.
     —Eso la digo yo. Al menos se lo decía, es terca como mula.
     —¿Por qué cuando sales dejas la puerta de la terraza casi cerrada? Temo que un día te quedes atrapado fuera.
     —Ah, eso.
     —Sí, eso.
Mateo se hizo el despistado mirando su reloj.
     —¡Mateo!
     —Dime.
     —¿Que por qué deja solo dos dedos la puerta abierta?
     —No quiero que le entre frío.
     A Clara le pareció algo enigmática su respuesta. No por lo que dijo, sino por algo que su rostro mostró sin permiso de su dueño. La comunicación no verbal no delata el contenido de lo tapado, pero abulta el pañuelo dejando claro que debajo se esconde algo. Ni en el mejor de sus sueños, Mateo habría encontrado mejor manera de desviar la atención. En ese momento, una persona disfrazada de dinosaurio andaba con sus rítmicos pasitos cortos dirección los cubos de la basura.
     —¡Mira! —dijo Clara agarrando la barandilla de la terraza,
con su cuerpo encarando el vacio hasta la cintura.
     —¿Pero qué coño es eso?
     —Es un dinosaurio, ¡no lo ves!
     —Es un idiota disfrazado de dinosaurio.
     —Es un ángel haciéndonos reír mientras pasa la tormenta.
     —Es un idiota al que sólo espero que le caiga un rayo.
     —¡Mateo! Mira, hay mucha gente en los balcones riéndose. Seguro que alguien lo graba en video y lo difunde, ayudando a un montón de gente a olvidarse por un rato de muertos, infecciones, virus y recesiones económicas.
     —Ahora me entero que reírse te vacuna contra El Señor. ¿Los enfermos que tienen respiradores clavados en sus gargantas no van a morirse por reírse?
     —Esas soluciones vendrán desde la medicina pero, esto puede ser parte de la solución para hacer más llevadera la cuarentena. Si conseguimos personas aisladas relativamente felices y equilibradas, aguantarán las semanas que sean necesarias. En ese sentido, como una de las estrategias principales para ganar la batalla Al Señor es cortar la cadena de contagio, sí, podríamos decir que de alguna manera, ese dinosaurio nos ayudará a vencer.
     —Es un idiota.
     —No puedo contigo.
     —Yo tampoco.
     —Un dinosaurio reciclando. Da mucho que pensar, ¿no crees?
     —Sí. Idiota, payaso, petardo, cantamañanas…
     —Venga Mateo, no me quites este rato —Clara puso pucheros.
     En ese momento el dinosaurio concienciado con el cambio climático hizo una reverencia a su público y las gradas le acogieron con un sonoro y cálido aplauso. Al levantar la cabeza, el dinosaurio reparó en Clara.
     —Si este dinosaurio hubiera visto algo tan bonito como tú, habría sobrevivio hasta a los meteoritos —dijo el dinosaurio de Greenpeace en un alegre acento andaluz.
     —¡Olé! —se lanzó Clara.
     —¡Andaluz tenía que ser! —protestó Mateo.
     —¡Voy a dar un beso en los morros ar Coronavirus, por haberme dao la oportunidad de haberte conocío! ¿Pero tú dónde te habías metido muchacha?
     —¡Qué tonto eres!
     La conversación se desarrollaba a voces. A cada grito Mateo se llevaba las manos a las orejas.
     Lucas era vecino de Clara. Él estaba en el portal 12 y, ella en el 10. Aunque no salían juntos ni compartían grupos de amigos, un compañero de Clara del Canoe, las piscinas dónde nadaba, era amigo de Lucas y en una ocasión les presentó. Más allá de ese día, sus interacciones se limitaban a saludarse cuando se cruzaban por la calle.
     —¡Yo por estar a tu lado me vuelvo todo lo tonto que haga falta!
     —¡Anda! ¡Pájaro!
     ¿Se había tomado Lucas un tripi? No podía descartarse. Estando inflada su personalidad por los últimos acontecimientos, el aislamiento iba poquito a poquito volviéndonos locos a todos, y más que lo haría, detrás de ese chico distante que saluda con mirada de pocos amigos en el portal, había un alma viva y dicharachera. En esas empezó a hacerse un porro.
     —¡Súbete a tu casa de una vez! —le recriminó Mateo.
     —Ya mismito voy. Tardo menos en hacerme este canuto que en acabar esta frase. Llevo cinco días sin fumar, otro motivo para coger de las caderas al virus y echarnos una rumba.
     —¿Es que no has oído que tenemos que estar en casa?
     —¡Pero si tengo la cara más blanca que el culo de lo poco que me da el sol!
     —Estás poniéndonos en peligro a todos. ¡No llevas guantes!
     —He abierto la puerta del portal con un papel que he tirado, mantengo la distancia de dos metros con cualquiera que me hubiera cruzado camino de la basura, el cubo de la papelera lo he abierto dando con el pie a la palanca. No necesito guantes para nada, porque nada voy a tocar.
     —¿Y cómo vas a abrir la puerta del portal?
     —Con la lleve, tirando.
     —¡Eres un temerario!
     —¿Por bajar a la calle cinco minutos tomando a raja tabla todas las recomendaciones? ¡Abuelo, no me sea más dinosaurio que los dinosaurios!
     —¡Me cago en…!
     —Calma, calma —terció Clara.
     —Sabes lo que le pasa a la gente —siguió tocando los cojones el dinosaurio a Mateo. Dicho esto desde la perspectiva del los huevos del viejo—, que no sabe diferenciar responsabilidad de cobardía. No tienen medida. Si les dices que anden cien metros por un madero de un metro de ancho, lo hacen sin problema, pero si pones ese madero colgando de un precipicio se jiñan y nos dan un paso.
     —¡Porque pueden matarse, mamarracho!
     —Podrías echarte una gota de coronavirus en el dedo índice y no pasaría nada, si te lavas luego bien las manos sin llevarte antes los dedos a la cara. Y bien, es cómo nos dicen, un minuto frotando hasta dar con el clítoris del coronapollas. ¡Y ahora la gente se tira un minuto lavándose las manos después de tocar el marco de sus ventanas por fuera! Somos un chiste, por eso me he disfrazado de dinosaurio.
     —¡Cállate de una vez y vete a tu casa! —le gritaron desde otra ventana.
     —Clarita, cielo, ¿qué haces esta noche?
     —Tengo planes.
     —Te paso a buscar a las nueve, ¿te parece? Te voy a llevar al antro con la mejor música de Madrid.
     Fue a contestarle, cuando Clara se encontró a Mateo con el pene entre sus manos mojándose el pantalón y los zapatos de pis.
     —¡Qué haces Mateo!
     —Intento mearle encima a este cabrón. Pero esta puta mierda de chorro no pasa ni la barandilla.
     —¡Clara! —gritó el dinosaurio temerario antes de volver a su cueva.
     —¡Dime!
     —El segundo día que la curva de fiambres deje de subir, me voy a meter en tu terraza y vamos a regalarnos un apretón, que va a hacer más ruido que los cascos de los caballos, las castañuelas de las sevillanas y los cantadores de las casetas juntos. ¡Mi santísima Virgen de Piedraescrita no se queda este año sin su Feria de Abril, como que me llamo Lucas!

APORTACIONES Y NOTA:

DANI P.O.: “Me gustaría un capítulo sobre un video que corre por las redes, en el que sale un dinosaurio tirando la basura. Un gesto tonto, pero que permite dibujar sonrisas en nuestras caras”.

NOTA:
     Hasta que nos digan lo contrario, debemos mantener las medidas de distanciamiento social que tan buenos resultados confiamos nos den. Por tanto, a los dos días de dejar de subir la curva de fallecidos, Lucas no podrá colarse en la terraza de Clara a mantener relaciones sexuales. Salvo dentro de este libro.
Lo aclaro, porque al estar escribiendo una novela simultáneamente a los sucesos, puede haber malos entendidos. Sirva esta nota también para aclarar futuras confusiones. En estos días, la realidad y la ficción comparten el mismo aliento.

   

Reverso.