22-03-2020
El día había amanecido soleado pero fresco. Mateo y Clara hablaban con la tranquilidad que se hace en los pueblos, esto es, con tiempo. Es curioso, cuando no hay prisas, el tiempo asfixia menos las conversaciones quedando espacios para los silencios. Esos sonidos tan necesarios para que una conversación sea completa.
En estas apareció el padre de Clara con una bata rosa de estampados japoneses y un pendiente en la oreja derecha.
—Buenos días doctor Brad Pitt —las arrugas de Mateo le sirvieron para esconder su sorpresa.
—Buenos días. Ahora soy el doctor Lobezno —también se había quitado el bigote de la barba.
—No se aburre.
—El que se aburre es porque quiere. Conocerá ese refrán, ¿verdad?
—Por supuesto. Puede tutearme si quiere.
—Prefiero no hacerlo. Soy reacio a jerarquías y clasismos, menos aquellos asociados a la edad. No tengo ni cincuenta años, soy un crío a su lado.
—¡Papá! ¡Qué haces!
—Hacía frío para subir a la terraza esta mañana. El día engaña.
—El día engaña —se burló Clara—. Hablas como la abuela.
—Es cuestión de tiempo que tú acabes haciéndolo. Hay expresiones por las que no pasa el tiempo.
—¿Y ese pendiente? ¿Y la bata?
—La bata es porque tenía frío y es lo primero que he encontrado. El pendiente, no sé, me ha dado por ahí.
—Lo llevas en la oreja derecha, la de los gays. Esto es una paletada, pero una regla tonta dice que los heteros lo llevan en la oreja izquierda.
—Ah, pues muy bien.
—Papá, ¿eres gay?
—No más que antes del coronapollas este. ¿Puedo decir coronopollas hija, o te ofendo por no decir coronacoños?
—Ni me molesto en contestarte.
—Vaya, ahora sí que estoy preocupado con la letalidad de este virus. Es capaz de matar la garra reivindicativa de una adolescente.
—Seré joven pero no tonta. No desvíes la conversación.
—No Clara, no soy Gay.
—Entonces cámbiate el pendiente de lado.
—Me gusta cómo me queda en este.
—Doctor Lobezno —entró en la conversación Mateo—, viendo sus pintas, entiendo que no participó de la cacerolada de ayer al Coletas.
—No participé pero no porque Pablo Iglesias sea Santo de mi devoción, sino porque pienso que el tanatorio de nuestro padre no es el lugar ni el momento para hablar de la herencia. Si cada feminista, machista, naturista, ecologista, torero, animalista, anti monárquico e independentista, ateo y creyente, empresario y empleado, si cada indignado, sacase sus cacerolas por la ventana, del ruido que haríamos nos escucharían en Marte. “—¿Qué sucede?”, le diría un marciano a otro. —“Los humanos, quejándose, como siempre. —¿Pero no estaban tristes y con ganas de hacer las cosas mejor por el virusillo ese? —Ya, pero es que a veces son tan brillantes como tercos”.
Las fábricas de bebidas alcohólicas fabrican alcohol desinfectante, los chavales hacen la compra al vecino viejo cascarrabias, hay empresas de caravanas que ceden sus vehículos a personal sanitario y policías, la Ertzaina da la mano (ejem, igual habría sido mejor el codo, pero prioricemos el gesto) a la Guardia Civil, las donaciones se repiten por doquier, no es el momento de críticas individuales, sino de trabajar como un único músculo.
—Desde luego habla como alguien que lleva una bata rosa, barba sin bigote y un pendiente. En el lado derecho sin ir más lejos.
—¿No está de acuerdo en lo que digo?
—Sólo en parte pero, como bien dice, no es momento para estos debates.
En ese momento vibró el móvil de Clara.
—Mirad este mensaje, es super.
Clara se dispuso a leerlo: “A día de hoy, hay 21.328 personas contagiadas. 31.100 denunciados y 350 detenidos por saltarse la cuarentena. Tenemos más gilipollas que enfermos”.
—Difícilmente nos quitaremos los estereotipos sobre los españoles si nosotros mismos los alimentamos. 31.450 de 47.000.000 personas, son el 0,06% de la población. ¡Ni el 0,1%! Se nos acusa de feriantes, irresponsables, oportunistas, pillos, vagos. ¿Alguien puede explicarme si somos así, como puede ser que el 99,94 % de la población esté cumpliendo la norma? Los españoles, en esta crisis, estamos demostrando una solidaridad y responsabilidad sin precedentes en nuestra historia reciente. Podemos sentirnos orgullosos. Pedir el 100% de obediencia, y lograrlo en cinco días, es ilusorio, infantil, ambicioso e irreal, que son, paradógicamente, algunos de los reproches que nos está permitiendo hacernos esta crisis. Queremos tener el 100% de seguridad de no contagiarnos, el 100% de certeza de que no vamos a contagiar, el 100% de seguridad de no morirnos. No sólo es imposible, esa búsqueda irracional y obsesiva nos hace débiles psicológicamente. En estos días de extrema confusión no obviemos la estadística: ¡el 0,06%!
“¡Debe ser el 0%!”, gritó el humano al mundo. “¡Arrodíllate! Exijo la perfección”. No desaprovechemos esta oportunidad. Un 99,9% de eficacia es brutal. Mi más sincera felicitación a todos. Presumamos de nuestro pueblo, de nuestra gente, de nuestro país, no andemos jodiendo.
En ese momento sonó el teléfono del doctor Lobezno.
—Es de la residencia —dijo mientras se metía dentro de la casa.
—¿Tu padre es siempre así?
—No, pero cuando sí, no para.
—Mi más sentido pésame.
—Gracias.
El padre de Clara volvió a la terraza con la cara desencaja.
—Hija…—dejó unos segundos hasta encontrar las palabras o las fuerzas—. La abuela ha muerto —sentenció finalmente arropándose con la bata rosa de estampados japonenes.
—¡No!
—Lo siento tanto.
Clara se abalanzó sobre los brazos de su padre como la niña con cuerpo de mujer que era. Jimena era su abuela por parte de madre. De su madre original, no de la Angelina Jolie que se precipitó por el balcón.
—¡Abuela! —gimoteaba entre espasmos incontrolables.
—Lo siento tanto cielo.
Pasados unos minutos, cuando las entrañas parecían haberse vaciado y sobrevino algo de calma, el padre la habló.
—Tengo que llamar un momento a la residencia, les he dejado con la palabra en la boca. Enseguida vuelvo.
—Lamento tu pérdida chiquilla.
—Gracias Mateo —amagó una sonrisa. Ya más serenada.
—Los abuelos hemos cambiado mucho en los últimos tiempos. Con los míos apenas tenía relación. Les quería, me sentía querido por ellos, pero era una época dura. De él recuerdo su silencio, que hacía que cuando sonriese saliese el sol entre sus dientes. La Guerra Civil le dejó un guiño en la mirada del que nunca pudo deshacerse. A veces, durmiendo, tenía una pesadilla y agarraba a su mujer del cuello como si fuese del otro bando. Mi abuelo tenía un estómago de otra época, de esos que podían comerse un alimento caducado de hace semanas y no le pasaba nada. Siempre lo decía: “Si no me ha matado esta puta guerra, no lo hará este filete de hace unos días”. Dejaba el plato tan limpio que pareciese que nunca hubiese albergado comida. Mi abuela, era cariñosa. A su manera. Quizás hubo algún edificio sobre el que no cayeron las bombas, pero no hubo afecto que no saltase por los aires. Trabajó limpiando escaleras. La radio y el cura fueron sus compañeros. Sus manos, ásperas como lijas, me daban miedo cuando sujetaban las mías. Le encantaba prepararme la comida y sentarse a mi vera a verme comer. Nada le hacía más feliz que verme comer. Pero los tiempos han cambiado. En este caso para bien. La tecnología y el buen vivir nos ha quitado muchas cosas, pero nos está dando otras muy valiosas. Tenemos más tiempo, tenemos más salud que nos da más tiempo y de mejor calidad y, por tanto, tenemos más felicidad que disfrutar y dar. Háblame de tus abuelos Clara.
—Mi relación con ellos es muy distinta a lo que me estás contando Mateo. Les veo a menudo, hablo con ellos de todo. No les visito por compromiso, sino por placer. El año pasado pasé seis meses estudiando en Londres, pues sabes qué, ¡mi abuelo fue a visitarme! ¡A Londres! Son divertidos, voy al cine y a comer con ellos, me escuchan. A menudo median entre mis padres y yo, me consienten un poco más de la cuenta porque dicen que para educar ya están mis padres. Tampoco me dan siempre la razón como a los tontos. Desde que he tenido conciencia de la muerte, me ha preocupado que enfermen. Más que mis padres incluso. A ellos les veía más jóvenes. No todos mis abuelos son igual de enrollados, uno además murió cuando era una niña y no tengo recuerdos de él, pero les quiero mucho a todos. Son parte de mi vida como estos pies que me sujetan.
Clara suspiró mirando al cielo con esos inmensos ojos negros como cucarachas que tampoco habían logrado escapar de la cuarentena.
—Clara, ¿te he dicho alguna vez que me gusta tu nombre?
—No.
—Tienes un nombre muy bonito.
—Gracias.
—Mi nombre me lo puso mi madre, pero la convencería mi abuela. A las dos les gustaba una canción que mencionaba una tal Clara.
Mateo se puso a cantar. Poco después Clara a silbar.
Clara dejó de silbar, una lágrima le recorrió la mejilla y, dos más la imitaron por la otra.
—Tienes una voz muy bonita Mateo. Esa voz habrá cantado muchos años pero sigue emocionando.
—Gracias. Tú silbas muy bien. ¿Quién te enseñó?
—Me enseñó mi abuela Jimena, ¡parecía un jilguero enchutao!
Y ambos siguieron cantando y silbando la canción desde las terrazas, que desde hacía ocho días eran su único hogar.
Joan Baptista Humet – “Clara”:
“Extraña entre su gente, mirada ausente.
Clara a la deriva no tuvo suerte al encontrar,
la puerta de salida.
Clara abandonada en brazos de otra
Soledad”
Este capítulo está dedicado a los abuelos. A los que se fueron hace tiempo, a los que pronto se irán, a los que aún podremos disfrutar de ellos por muchos días…
APORTACIONES:
PILAR ROSA PINA:
”Clara suspiró mirando al cielo con esos inmensos ojos negros como cucarachas que tampoco habían logrado escapar de la cuarentena.
—Clara, ¿te he dicho alguna vez que me gusta tu nombre?
—No.
—Tienes un nombre muy bonito.
—Gracias.
—Mi nombre me lo puso mi madre, pero la convencería mi abuela. A las dos les gustaba una canción que mencionaba una tal Clara.
Mateo se puso a cantar. Poco después Clara a silbar.
Clara dejó de silbar, una lágrima le recorrió la mejilla, y dos más por la otra.
—Tienes una voz muy bonita Mateo. Esa voz habrá cantado muchos años pero sigue emocionando.
—Gracias. Tú silbas muy bien. ¿Quién te enseñó?
—Me enseñó mi abuela Jimena, ¡parecía un jilguero enchutao!
Te recuerdo que puedes enviar tus ideas, frases o cosas que quieres que sucedan en nuestro libro a: rafaelromerorico@yahoo.es
Reverso.