Lo primero de todo, que es de buena educación allá donde fueres hacer lo que vieres, ¡Feliz año! Es un símbolo este bonito el que tenéis de desear feliz año, pero me parece un poco pretencioso. “¡Feliz año!”, con la cantidad de cosas que pueden pasar de hoy para mañana, cómo para hablar de años.
Han sido mis primeras Navidades y las he disfrutado mucho, porque cómo intuía los defectos y los problemas de las personas se suavizan con el langostino y el polvorón, lo cual es de agradecerle a Papá Noel. Pero todo lo que viene de fuera no es capaz de retenerlo lo de dentro, y con las nuevas lluvias no sólo ha desaparecido la boina de contaminación de Madrid, sino las Navidades. ¿Qué ha sido de la contaminación? Lo mismo que de las Navidades, un viejo recuerdo que ya no medis en unidades de tiempo. Ya no tenéis la sensación de que las anteriores Navidades fuesen hace siete días, sino que han pasado a formar parte de un constructo abstracto y global que las deja atrás prácticamente cómo si no hubiesen existido. El paso del tiempo y el ajetreo de la cotidianidad prácticamente las ha borrado, como las lluvias han barrido la contaminación de nuestros cielos y ya nadie habla de ello.
Mal hacen las personas que viven ancladas en pasados amargos y desastrosos, pero no menos mal hacen las personas que viven sus vidas hacia delante cómo si no tuviesen pasado. Y el pasado, como cualquier otra flor, necesita amor y dedicación para subsistir al oleaje del olvido.
Para que en el mar de tus recuerdos ondee la bandera verde, esta semana centraré tu atención en uno de los regalos que os han hecho sus Majestades los Reyes Magos.
Son largas y acaloradas las discusiones que me traigo con un libro de religión que tengo arriba, abajo y en todos lados, porque estos libros son omnipresentes, y uno de los motivos que le argumento por el que tengo obstrucciones intelectuales para creer en Dios es el trato desigual que da a sus empleados terrenales. Es fácil constatar que no todos los humanos disfrutáis de las mismas condiciones, y esa partida amañada me lleva a pensar que o no existe Dios, o es un tramposo corrompible. También es verdad que el que un pobre libro no llegue a entender existencias tan complejas no niega necesariamente esas existencias.
En cualquier caso, estas navidades he encontrado el primer dato razonable que podría confirmar su existencia. ¿Qué cuál ha sido ese acto de generosidad divina comunista que nos ha hecho iguales a todos? Pues ni más ni menos que los sueños.
En este mundo desigual los Reyes Magos no llegan con la misma soltura a todas las casas, por motivos económicos principalmente, pero a todos, independientemente de su color, cuenta bancaria y lugar geográfico nos ha traído un regalo maravilloso, el regalo de vivir todas las combinaciones de vidas posibles, el regalo de soñar:
Siempre he pensado que la reencarnación carecía de sentido si no guardabas algunos recuerdos de tus anteriores vidas. La persona vive mientras lo hacen sus recuerdos y resetear estos es matarla. Si te dijese que hace cincuenta años formabas parte junto a mí de la tripulación del Fram, el barco encargado de llevar a cabo la pionera expedición al Polo Norte, y que mucho antes formaste filas en el ejército de Fernando el Católico, dirías que no sabes de qué te hablo. Eres tus recuerdos, no los recuerdos de los demás, y aunque fuese cierto que participaste en esas aventuras para ti no eres ni más ni menos que un economista que trabaja diez horas diarias, le gusta la pizza, ver deporte en la tele y pasear con la familia por el campo. Eres aquello que recuerdas de ti.
Me veo en la obligación de hacerte una revelación. Tienes tantas reencarnaciones como noches has dormido. Cada vez que cierras los párpados para perderte lentamente en las profundidades del sueño REM, tus ojos comienzan el frenético movimiento en busca de anteriores o venideras reencarnaciones. Estas reencarnaciones quizás sean más falsas que las que defiende el Budismo, pero al poder tener recuerdos de ellas se convierten en más verdaderas.
Todos los días, durante una o dos horas, te conviertes en un fugitivo al que persigue todo un país por llevar unas chanclas rosas. Todos los días, alrededor del treinta por ciento del contenido del sueño es sexual, te enamoras de personas a las que puedes oler y acariciar, y todos los días disfrutas de ese sexo instintivo que no está cercado por normas ni complejos. Esta noche quizás pilotes una nave espacial, te entierren vivo o seas testigo del fin del mundo. Lo que es seguro es que esta noche vivirás con la pasión de los enamorados, disfrutarás o sufrirás, pero ambas cosas las harás con gran intensidad. La vida onírica no conoce de rutinas, y el tedio y el aburrimiento se convierten en palabras vacías de significado. Lo mejor de todo es que durante la vigilia puedes extraer los recuerdos de la noche y al hacerlo, tus reencarnaciones cobran vida.
Lo único que tienes que hacer para recordar tus sueños es preguntarte todas las mañanas por ellos, hacer el esfuerzo de intentar recordar. No será inmediato, pero al cabo de los días podrás acceder a algunos de ellos.
Nos quejamos de las leyes físicas a las que estamos sometidos cuando si te preguntases concienzudamente todas las mañanas qué has soñado descubrirías que tú, si tú, has estado en la Luna, has hecho un trío y un cuarteto, has tenido pies tan grandes que aplastaban pueblos enteros al andar, te has enamorado y desenamorado mil veces, has saltado desde precipicios, has sido tremendamente pobre y rica, has sido envidiada por tu belleza y has tenido que vivir con el rostro desfigurado… Tu cuerpo no se habrá movido, pero tu frecuencia respiratoria y cardiaca dejan clara constancia de que estabas en cualquier sitio menos descansado plácidamente en una cama.
Pocos momentos al día hay tan emocionantes como meterse en la cama sin saber que apasionante experiencia te tocará vivir esa noche. Cada vez que te vayas a dormir, despídete de una vida para dar la bienvenida a otras.
Las reencarnaciones se fabrican en el taller de los sueños.
Con permiso del viento.