El mito de las buenas decisiones

No niego que decidir bien es importante, ¿Pero qué es exactamente decidir bien? Vamos a ver un ejemplo en el que quedará demostrado que sobrevaloramos la importancia de dar con la mejor solución posible en cuanto a su resultado práctico.
Un grupo de conductores se encuentran atrapados en un atasco inesperado. Uno de ellos no piensa tardar dos horas donde siempre tarda una y decide meterse en la autopista de peaje. Finalmente llega a su casa habiendo consumido el tiempo de siempre en ese trayecto, pero en vez de estar satisfecho de haber ganado una hora, está cabreado de haberse gastado diez euros en el peaje.
Otro conductor decide buscar un camino alternativo. Lo encuentra y aunque hace cuarenta kilómetros más, escapa del atasco. Aunque contento por tardar menos, piensa en el dinero de más que se ha dejado por hacer más kilómetros y en lo incómodas que son las carreteras nacionales con sus camiones, pueblos y curvas.
Un tercero decide esperar a ver si finalmente se destapona el atasco. Veinte minutos después el tráfico comienza a fluir con normalidad. Su decisión de esperar le ha aportado perder sólo veinte minutos sin gastar más dinero en peajes ni hacer cuarenta kilómetros adicionales. Durante el trayecto en vez de disfrutar de su decisión, se entretiene en cabrearse consigo mismo por no haber escogido la hora adecuada para entrar en la ciudad.
Aunque podríamos considerar estas tres decisiones acertadas, los tres conductores escapan del atasco, los tres sienten que podían haberlo hecho mejor y acaban haciendo el camino sin tráfico pero enfurruñados. ¿Ves como decidir bien está sobrevalorado?

Si supiésemos con certeza que en llegar a tal punto se tarda mucho más por la M-30 que por la M-40, no hay duda sobre que carretera es la mejor opción, ¿no? Pues no. Cuando se habla de decidir bien se cae en el error de pensar que todos buscamos lo mismo, en este caso, ganar tiempo. Alguien que le gusten los edificios de la M-30 o la valla publicitaria donde sale un fornido jovenzuelo en calzoncillos, de buena gana tardará media hora más en llegar a su casa por alegrarse la vista. Por tanto no podemos universalizar lo que es decidir bien, además de que de poco nos servirá decidir bien a nivel pragmático, si luego nuestra actitud inconformista, crítica y quejosa nos impide disfrutar de nuestras elecciones. Decidir bien ante todo, es una actitud; de ahí que algunas personas parece que nunca deciden suficientemente bien, aunque lleven vidas acordes a una larga sucesión de decisiones acertadas a ojos de terceros. Por el contrario también las hay que disponen de otra línea de pensamiento que les permite vivir relativamente al margen de las derivadas de sus decisiones: “¿Tan grave es el atasco, tan grave es gastarte diez euros, tan grave es hacer cuarenta kilómetros más, tan grave es llegar tarde a casa y dormir dos horas menos esa noche? Podría tirar una moneda al aire para decidir y estaría acertando”.

En última instancia las decisiones las hacemos acertadas o equivocadas nosotros mismos; no en sus consecuencias prácticas, pero sí en las emocionales.
La decisión más importante es decidir cómo vas a encarar las consecuencias de tus decisiones. Al fin y al cabo las decisiones se pueden tomar en segundos, lo que se derive de ellas puede acompañarte años. Alguien pensará que de ahí la importancia de decidir bien. Sí, lo entiendo y lo comparto, y con todo, sigo pensando que teniendo en cuenta lo precarias que a menudo son las decisiones, pues hay que tomarlas con menos información de la que gustaría, hay que dedicarle al menos tantas atenciones a decidir como a hacer válida cualquier decisión.

Con permiso del viento.