Entiendo la idea, y la comparto. Necesitamos una motivación para no perder el aliento en la insondable peregrinación del vivir, un día, y otro; y otro después. Ya sea para no tirar la toalla ante la adversidad o el sopor, que nos digan que lo mejor está por llegar es un soplo de esperanza en la que apoyar la puntera de la zapatilla antes de comenzar la carrera.
Ahora dejémonos deslumbrar por sus destellos más oscuros. En lo que llevamos de semana he escuchado en dos ocasiones esta bienintencionada frase que rezuma veneno: “Lo mejor está por llegar”. Si lo mejor está por llegar, ¿qué desperdicio de vida se supone que has tenido? Has viajado por el mundo, has sido amado y has amado, quizás incluso hayas sido acariciado por el amor más incandescente; el que se siente por los hijos. Has ganado dinero, evolucionado en tus deportes, progresado en tu profesión, y con todo, parece ser que nada de ello es suficiente, nada ha conseguido colmar tus ambiciosas expectativas, porque todo se puede mejorar, alimentando el incombustible inconformismo; degradando el pasado con melódicos cantos de futuro. ¿No podríamos sencillamente decir que hay una infinidad de cosas buenas por venir? No, tenemos que compararlo, meter a los placeres en el cuadrilátero de la competitividad, abandonar lo bueno en la absurda búsqueda de lo mejor.
Si no has aprendido a apreciar lo bueno de lo vivido, ¿porqué ibas a saber valorar lo que está por venir? Sobre todo, porque a su debido tiempo lo que está por venir se convertirá en lo ya vivido, y otra vez alzaremos al cielo nuestras plegarias de que lo mejor está por llegar.
Con permiso del viento.