Lo primero que le llamará la atención al lector, es que haya tenido el atrevimiento de juntar en la misma frase la belleza y delicadeza de una flor, con la basta y mundana pornografía.
Empecemos por la flor.
Los cuchillos, como la pornografía, son recipientes vacíos a la espera de que les otorguemos un significado. Un hombre puede usar un cuchillo para cortar la tarta nupcial del día de su boda, o para asestar veinte puñaladas a su mujer. La pornografía, entendida como una herramienta que enriquezca la vida de las personas y las parejas, es una flor. Si ver porno hace que tengas más ganas de tener relaciones sexuales con tu pareja y desarrolla tu imaginación estás sembrando la semilla adecuada. Es algo que se puede compartir, o usar en individualidad, da igual mientras esté claro que la pornografía rinde pleitesía a fines más elevados. Es un complemento más como otro cualquiera.
El veneno.
Bien distinto es cuando va acompañada de la culpa, te obsesiona, te impulsa a cosificicar a las personas y a deshumanizar el sexo. Cuando lejos de mejorar tu vida sexual en pareja la empobrece, al poner en el mismo tablero ciencia ficción y realidad dando como resultado una comparativa siempre fallida. Cuando te arrebata tiempo y energía buscando y buscando la escena perfecta para culminar. Cuando no puedes estar una semana sin usarla porque experimentas síntomas de abstinencia. Cuando te das cuenta que has perdido la capacidad de excitarte a través de la imaginación y necesitas que la estimulación venga de fuera. Cuando llegas a este punto, el veneno ya corre por tus venas.
Pero donde los hechos hablan yo debo callar, porque si hay datos y receptor el mediador es prescindible: “De cada cien veces que te masturbas, ¿cuántas dirías que lo haces viendo porno?”. Esta pregunta se le ha hecho a varias personas en terapia. La respuesta: el 90% ha respondido que prácticamente el 100% de las veces lo hacen con porno.
Con permiso del viento.