Soñar es carísimo.
El día da sus primeros bostezos. O sus últimos. Ambos momentos son idóneos para reposar la cabeza contra el cristal del autobús y dejar la mente vagar por cualquier vericueto que te saque de estas paredes tan hermosamente decoradas que forman tu realidad, pero que tan previsibles son.
Es el momento de abrir los ojos y soñar:
Sueñas con la infinita lengua de arena de las Maldivas y tus vacaciones en Palma de Mallorca se convierten en un quiero pero no puedo; una porquería.
Brad Pitt posa sus carnosos labios sobre tu cuerpo erizado y tu chico saliendo de la ducha con más pelo que músculo no es más que un mono sin jaula; una porquería.
El rugir de tu Ferrari deja una estela de hembras acechantes y de machos desolados por la envidia tras de ti, y el vehículo que te lleva de aquí para allá no deja de ser un cacharro con pretensiones de nobleza; una porquería.
Sueñas con una preciosa casa con balcones a Ópera, y tu coqueto hogar se convierte en una caja de cerillas mojadas; una porquería.
En tu mente tu pareja e hijos conviven como personajes idílicos de una serie de televisión americana, y el cambiante ánimo que envuelve todo lo que cae bajo el techo doméstico se vuelve ruidoso y espasmódico; una porquería.
Ahora la muerte te caza con noventa años rodeado de mulatas veinteañeras, y morir con setenta años aliviado por la diosa morfina y despidiéndote de tus seres queridos no deja de parecerte una porquería.
Sueñas con el país de Nunca Jamás, donde todos y cada uno de sus ciudadanos son plenamente felices cada minuto de su existencia, sin desgracias, comparaciones ni imprevistos, y tu Sanidad Pública, tu democracia, tu demografía, la red de transportes, te parecen propios del Medievo en manos de Satán; una porquería.
Al doblar la esquina el autobús tu hijo ya es astronauta y sabe siete idiomas, lo que convierte a tu hijo teleoperador y cariñoso en una caricatura indigna de la música clásica que escuchó mientras ollaba tu vientre; una porquería.
Sueñas con ganar cinco mil euros al mes y deslumbrar con tu éxito profesional a propios y extraños, y la felicitación de tu jefe y tus dos mil euros mensuales te parecen el premio de consuelo que otorgan a los deficientes mentales; una porquería.
Soñar, puede salir carísimo.
Soñar es contemplar la pantalla del ordenador a máxima luminosidad; cuando desvías la vista todo te parece soso y sombrío, casi muerto.
Soñar también brinda una entrada clandestina a los deseos, las ilusiones, las travesuras más encantadoras. Sí, soñar despierto es una maravilla. Soñar sólo sale caro cuando hace la realidad más plomiza.
Esa es la regla de oro para saber si mis fantasías me saldrán caras o baratas.
¿Mis sueños, hacen mi realidad un lugar más confortable, o más inhabitable?
Soñar despierto debería ser ir allí, para que a la vuelta se esté mejor aquí.
Con permiso del viento.