Trump: Robin Hood de la naturaleza

De las muchas teorías apocalípticas que se han dicho al respecto, añadamos otra más:

Los líderes no se hacen a sí mismos, les hacen los demás. Uno no está sentado en el sofá de su casa y decide ser presidente de los Estados Unidos y da el salto al sofá de la Casa Blanca. Trump no ha llegado a la presidencia, le han encumbrado. Y desde una perspectiva global, esto podría ser muy beneficioso.

EEUU no sería la superpotencia que es sino hubiese sido por las Guerras Mundiales. Los norteamericanos están viendo que otros países les están adelantando por la derecha y es cuestión de tiempo que no les quede más remedio que ceder su supremacía. Sólo una cosa podría evitarlo: una guerra de dimensiones internacionales.
Hoy por hoy se manifiestan un buen número de norteamericanos ante el nombramiento del nuevo presidente. Cuando la administración Trump tire una bombita y mate unos cuantos miles de yihadistas y civiles de rebote, las calles de muchos Estados serán invadidas por manifestantes: “asesino, hijo de puta, terrorista, salvaje…”, y demás perlas serán entonadas a los cuatro vientos. Hasta que aquellos que recibieron el ataque respondan y a través de un virús maten agónicamente a treinta mil norteamericanos. Entonces se producirá el efecto del hijo tonto: “mi hijo es un tonto lava y tiene un guantazo más que ganado, pero como le pongas la mano encima te voy a dar hostias hasta que se te den la vuelta las orejas”. La traducción es intuitiva: “Trump es un peón, los americanos que le votaron, ignorantes, pero si jodes a mi gente no me quedará más remedio que joderte a ti. Lo siento”. Es algo parecido a la lealtad al grupo.

Te voy a aportar un dato aterrador. Un año antes de la Primera Guerra Mundial se hizo una encuesta sobre la probabilidad de un conflicto de dimensiones internacionales. La mayoría de los encuestados negó esa posibilidad.
A partir de aquí es fácil continuar la historia. Trumpito y compañía emprenden la guerra para ganarla y recuperar una supremacía que hace tiempo lleva dando señales de fragilidad, pero las cosas han cambiado mucho desde que los EEUU quitaron por la manga las llaves de este planeta a los demás participantes. Conclusión, el carnaval de matar dará inicio y a jugar a ver quién tiene el arma más destructiva. Unos meses después, de los siete mil millones de almas reinantes sólo quedarán unas mil, muy probablemente además, éstas sean las que ocupan terrenos tan poco atractivos que nadie quiso colonizar: habitantes de la Antártida, del desierto del Gobi, las montañas de Kazajistán o el Delta del Okavango. Gentes que cultivan la tierra, que no entienden de móviles, viajes a la luna ni coches autómatas. Terrícolas que carecen de aire acondicionado ni petróleo. El día que Trump ganó las elecciones, la naturaleza sacó champán para brindar: era la mejor baza de la que disponía en mucho tiempo para que el orden y el equilibrio volviesen a reinar en al planeta azul.

Con permiso del viento.